Lucielle Bellamy había sido dotada de una paciencia dorada. A medida que había ido creciendo, no obstante, había sabido pulirla a tal punto de saber cuándo, dónde y con quién debía emplearla. Su trabajo en el hospital de Adhemson requería de mucha paciencia, por ejemplo. Con su único hijo, Lucas, por otra parte, nunca se había visto forzada en ninguna situación a emplear su don de oro.
Hasta que no apareció en casa. Entonces, Lucielle dejó que su paciencia tomara el control de su organismo.
Pero Lucas seguía sin aparecer, y por primera vez en su vida, la paciencia de Lucielle se agotó. Llamó a Marie, la madre del mejor amigo de su hijo, para ver si se encontraba allí, pero tal parecía que Max tampoco había estado en su casa las pasadas horas.
Y el Infierno se desató.
Doce llamadas perdidas y treinta mensajes. Aquello fue lo que Lucas encontró en su teléfono mientras Max lo llevaba hasta su casa. Los números se triplicaban en el caso de Max, y ambos empezaban a plantearse seriamente el comprar una tienda de campaña y mudarse al bosque más cercano. La ira de una madre daba miedo. La de dos podía causar un cataclismo fatal.
Ambos habían acordado que lo mejor era no mencionar lo que habían vivido en las pasadas veinticuatro horas en sus casas. No era como si sus madres pudieran tomarlos por locos, que podían, pero era preferible no arriesgarse. Tenían ideas locas, pero aquello era simplemente descabellado se mirase por donde se mirase.
Tras llevar a Serena hasta su habitación de nuevo, y que Hollie les aseguraba de que podía hacerse cargo de ella, el extraño que los había ayudado había desaparecido una vez volvieron a la planta baja. Lucas no iba a mentir al respecto: el joven hombre que los había socorrido imponía con un aura un tanto oscura y misteriosa, parecido a aquellos personajes de los libros y las películas que tanto gustaban a las chicas, aquellos que casi siempre terminaban siendo algo extraño, le daba mala espina.
Y Lucas ya había deducido de buenas a primeras que ese hombre no era humano. ¿Quién tendría semejante fuerza como para levantar una puerta de hierro, sino? Porque a no ser que de repente aquel individuo fuera Bruce Banner, nada tenía sentido. Sus ojos también lo habían intrigado de sobremanera. No eran dorados como los de Serena. Los de él brillaban en un tono más rojizo, más sangriento. Automáticamente le había venido a la mente el momento en el que habían dejado al Demonio atrás en la gasolinera y sus ojos cual ocaso. ¿Sería aquel hombre un Demonio?
Aun así, el matiz rojizo era distinto al del Demonio, mucho más apagado, como un fuego que, ya consumido, perecía con las últimas ascuas rojas que podía producir, fusionándose con el dorado de sus llamas. ¿Podía determinarse a través del color de ojos las diferencias necesarias para distinguir a Ángeles, Demonios y Caídos? Aquella era una de las muchas preguntas que Lucas quería hacerle a Serena.
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Plumas de Ceniza ║Seres Etéreos Libro I ©
Viễn tưởngPlumas de Ceniza ║ ❝Y en el fuego encontramos nuestra falsa eternidad; borraba el tiempo con sus chispas, destruía la memoria con sus llamas y atribuía el temor del final en sus ascuas.❞ Muchos fueron los libros que intentaron comprender la creació...