Draezel tenía secretos.
Como cualquier Demonio, amaba tenerlos y los atesoraba para que nadie más llegara a descubrirlos. Le gustaba saber cosas que los demás no sabían, y odiaba profusamente cuando esto no era así. A lo largo de su vida —una larga vida, mucho más longeva que cualquier otro—, había aprendido a descubrir los secretos de los demás también. Draezel había sido un Demonio mezquino, burlón y codicioso, pero sobre todo, artimaña.
Podía recordar todas las veces que había engañado a Mortales hasta que estos le habían confiado sus más profundos y siniestros secretos. Él los escuchaba, brindándoles un falso hombro en el que depositar sus confianzas, y después les había contado aquellos mismos secretos a las personas que no debían, bajo ninguna circunstancia, saberlos. Solo por el simple hecho de que el caos reinara.
Otras veces, sin embargo, había guardado los secretos, pero solo para utilizarlos en la contra de sus propietarios si así lo creía conveniente. O si necesitaba algo que solo ellos podían darle. Una parte de sí mismo sentía una atracción irresistible hacia la extorsión y lo que podía sacar de ella si se lo proponía.
Era irónico, pues, que aquello que Draezel tanto amaba, los secretos, hubieran sido la causa de su ascenso; de su destierro. Un secreto lo había llevado hasta aquella situación, a ser un Demonio Ascendido sin pretenderlo.
Los secretos eran piedras preciosas, monedas de cambio que podía truquear si así se lo proponía. Los secretos, igual que las palabras, poseían poder, y Draezel se había vuelto tan adicto que, en arrojarlos al mar, él se había hundido con ellos. Durante siglos después de su ascenso, creyó que el odio que procesaba a los secretos no había ido sino en aumento, pero estaba equivocado.
Aquel chico, Lucas, escondía algo. Un secreto callado a gritos, tan evidente y a la vez tan confuso que por unos míseros instantes, Draezel vaciló. Pero entonces, lo sintió: las miradas furtivas, confundidas e interrogantes, el brillo de incertidumbre en los ojos, el movimiento nervioso de una pierna o una mano inquieta, la nuez de Adán, intranquila. Draezel se erigió. podía notar que algo en el chico no era normal, y que fuere lo que fuera que lo perseguía, él también era consciente de aquella anormalidad.
Tenía un secreto, y él quería saberlo.
Se estiró sobre el taburete en el Club de las Almas Perdidas, mientras le daba un largo trago a su copa. El sabor adictivo y dulzón del Néctar empapó sus labios y su lengua, antaño bífida, no pudo contenerse a pasearse sobre ellos para eliminar los restos. Resopló internamente, y una sonrisa sinuosa se deslizó por sus comisuras, estirándolas.
—Alguien quiere matarte y sé quién es y por qué podría ser —volvió a esbozar.
Su mente no dejaba de dar vueltas. Los dos adolescentes a su izquierda eran normales, Mortales corrientes y sin ningún tipo de don divino o cualquier cosa por el estilo. Pero los otros dos..., El chico rubio no era normal, y aunque no entendía del todo bien por qué, aquella Ángel Caída los acompañaba a los tres como si su vida dependiera de ello.
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Plumas de Ceniza ║Seres Etéreos Libro I ©
FantasyPlumas de Ceniza ║ ❝Y en el fuego encontramos nuestra falsa eternidad; borraba el tiempo con sus chispas, destruía la memoria con sus llamas y atribuía el temor del final en sus ascuas.❞ Muchos fueron los libros que intentaron comprender la creació...