Capítulo IV. Mensajes inesperados

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                                      El lunes a las 05:57 de la mañana, el sonido de un aspirador retumbó por toda la casa. Lucas, acostumbrado a las manías de limpieza de su madre y sus costumbres de limpiar temprano para no tener que hacerlo después, permaneció dormitando cómodamente en su cama. Max, por otra parte, tumbado de cualquier manera en el suelo de la habitación, con un saco de dormir en un rincón y una montaña de almohadas alrededor de su cuerpo, se levantó de golpe y profirió un grito que ahogó con una de las almohadas.

     —Lucas —llamó. El rubio siguió durmiendo y Max optó por girar sobre sí mismo, intentando dormir otra vez. Pero era imposible. El sonido del aspirador retumbaba en todo el suelo de la planta de las habitaciones, y justo en aquel momento, el sonido se intensificó al pasar por delante de la puerta—. ¡Lucas!

     —¿Qué? —murmuró el otro, con la cara hundida en la almohada.

     —¿Me recuerdas por qué siempre acepto quedarme a dormir en tu casa? ¡Así no hay quien descanse!

     —Por tu madre.

     —Ah, cierto. —Pensándolo mejor, la casa de Lucas siempre era mejor que la suya—. ¿Crees que si bajamos ahora podamos pasar por mi casa después de desayunar?

     Lucas, con un gruñido y viendo que no podría volver a dormir, se incorporó en el colchón y se talló los ojos mientras respondía.

     —¿Por qué quieres pasar por tu casa?

     —Me he quedado sin camisetas limpias —respondió Max con un encogimiento de hombros. Lucas lo miró encarando una ceja.

     —Puedes utilizar una de las mías, creía que ya lo sabías.

     —No digas tonterías —repuso el pelinegro para después alzar uno de sus brazos y doblarlo, mientras besaba el músculo. A continuación, se frotó el torso—; mis preciosos bebés son demasiado magníficos para tus camisetas de talla mini.

     Lo cierto era que Lucas no tenía una «talla mini». Consideraba que su cuerpo no estaba mal para un adolescente de diecisiete años a punto de cumplir la mayoría de edad. No era musculoso, pero tampoco una tabla de madera. La mayoría de los chicos de su edad eran todos jugadores de fútbol americano o natación, por lo que las constituciones musculosas o delgadas eran bastante comunes, así que podía considerarse un chico normal dentro de lo que cabía.

     Decidió quedarse callado, porque todo era mejor que tener a un Max ya de por sí egocéntrico replicando.

     —Pues desayunamos y vamos a tu casa.

     —Ahora empiezas a hablar mi idioma, hermano.

     Ambos muchachos bajaron las escaleras, aún con el sonido de la aspiradora en la planta de arriba, y se dirigieron a la cocina, donde Max empezó a moverse con suma soltura. Puede que, la mayor parte del tiempo, fuera un pervertido egocéntrico, pero si algo sabía hacer bien Max sin la necesidad de presumir de ello, eran unos desayunos de escándalo.

Plumas de Ceniza ║Seres Etéreos Libro I  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora