SEGUNDA PARTE: HERIDAS.

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El ruido de un viejo ventilador combinado con ese quisquilloso tic tac del reloj de la cocina. Tumbada en mi cama, con los pies en alto y la cabeza en cualquier parte menos en ese justo momento. Mi teléfono móvil no paraba de sonar y yo respiraba para tranquilizar mis nervios.
Me di la vuelta y rodeé mi cabeza con la almohada. Y respiré, aunque por un momento deseé dejar de hacerlo.
Era el día.
Claro que era el día.
Habían pasado dos años.
Desde el día que se marchó nunca volví a ser la misma y quizás era eso lo que me tenía tan jodida.
Tantas noches me reconocí a mí misma que Ben fue el lugar dónde más amé la vida que llegué a la conclusión de que nunca volvería a sentirme como me sentí con él.
Y juro que tuve en mente la opción de que él nunca fuera capaz de volver, casi que la deseaba. Pero luego ese trocito de mí dónde algo de él decidió quedarse durante esos dos años me apretaba el corazón y me hacía sentirme, de nuevo, vacía.
Ni yo sé cómo pude actuar como si nada. Y me refiero con mi familia, amigos, incluso conmigo misma. Trataba de engañarme y de hacerme creer que Ben había desaparecido tan por completo que, de verdad, me esforcé en autoconvencerme que no lo quería más. Que se acabó ese dañino sentimiento de querer a alguien que, prácticamente, era inexistente. Y digo inexistente porque durante 730 días no tuve ni una sola noticia de él. Pensaba que incluso podía haber muerto en algún accidente de moto.
Tenía tantas cosas que decirle. Que gritarle. Era mi lugar favorito en el mundo, de verdad que lo era.
Y tenía mil cosas que contarle. Que por mucho que desapareciera, algo de él seguía durmiendo conmigo y que nunca dejé de escribirle aun sabiendo que nunca lo leería.
Lo soñaba todas las noches. Lo escuchaba en cada canción y lo echaba de menos cada segundo que pasaba.
Quería confesarle que me despedí de él sabiendo que, en el fondo, no quería decir adiós y ahí aprendí que madurar es aprender a despedirse. Porque maduré.
Procuré olvidarlo, intenté y juro que creí haberlo conseguido. Simplemente tomé la maldita decisión de dormir con una de sus camisetas y aún sentía su olor. (La lavé casi doce veces, era imposible que su perfume siguiera ahí).
Que con él aprendí que era mi amor imposible, y no por inalcanzable, si no porque hizo todo lo posible para no ser posible.
Volvía.
Él volvía.
Lara no paraba de llamar.
Estaba casi más nerviosa que yo.
Ella planeó todo.
Quería hacerlo en plan sorpresa pero sabía que podía darme un infarto o que quizás Ben acabaría en el hospital.
Lara no paraba de llamar porque quedaban 30 minutos para citarnos con él y con sus viejos amigos del colegio y yo seguía dudando en aparecer por allí o esconderme en mi habitación el resto de mi vida.
Es que eran dos años.
Había miles de preguntas.
¿Y si no me reconoce?
¿Y si ha conocido a alguien?
¿Y si se ha olvidado por completo de mí?
Yo también había cambiado mucho. Física y mentalmente. Me volví mucho más cerrada, casi más seria, me centré en mí, en llevar un "buen" camino y en ser una persona correcta.
Así que, meditando durante casi una hora si era una buena decisión, me levanté de la cama y me convencí a mí misma.
Era el día.
Ben estaba de vuelta.
Todo volvería a cambiar.
Yo también.
Mi vida.
Nuestra vida.
Y la historia.
Bienvenidos a la siguiente.

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