Una dulce melodía

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Sentado en la cama, guitarra en mano, vuelve a tararear aquella estrofa que tiene escrita en la pequeña libreta. Para de repente. No consigue continuar. Se revuelve el cabello con furia y se tumba agotado en la cama dando un fuerte golpe con el puño que queda silenciado en el colchón.

Sabe que se está forzando mucho en recordar, pero tiene miedo de que ahora que ha avanzado un poco, vuelva a quedarse estancado otros 13 años. Y es que lleva solo un par de días en esa zona del pueblo, pero siente como si llevara ya una eternidad.

Nada más llegar, fue a ver su antigua casa, y como se había traído aquel manojo de llaves que guardaba su abuela en Galicia, entró.

Pisó el salón, y aquella melodía volvió a su cabeza. Después de llevar años sumida en un profundo letargo, la voz de su madre cantándole aquellas palabras volvió, de golpe, sin pedir permiso.

De repente, se vio allí, en medio de aquella estancia, rodeado de felicidad. Era casa, casa de verdad. Su madre tocaba el piano, su padre la acompañaba con la guitarra, y él jugaba con una flauta. Entonces su madre empezó a cantar, y la estancia se rodeó de dulzura, de amor, amor verdadero, amor de una madre por su hijo. Él tendría unos 5 años, de hecho, sabe que la foto que tenía en su casa en la estantería es justo de aquel día. Ahora la tiene en la mesita de noche de aquella nueva casa, por lo que la coge entre sus manos con suma delicadeza mientras una lágrima asoma por su rostro.

Mira su muñeca, sigue llevando la pulsera que le regaló Aitana. Aunque se maldice por dentro. ¿Por qué esa magia que se supone que derrocha no le ayuda cuando de verdad lo necesita?

El problema era que no conseguía recordar nada más aparte de aquel estribillo, y aunque sintiera que estaba avanzando, sabía que estaba muy lejos de alcanzar su objetivo.

Es cierto que Luis había conseguido recordar algo, pero en realidad, ese recuerdo no pertenecía a aquellos que perdió aquel fatídico día, porque era más antiguo. Era uno de esos que el paso del tiempo olvida en el fondo de algún cajón del que nadie se acuerda.

Parece raro que algo así lo hubiera olvidado, pero tenía su explicación. Dicen que cada uno afronta la muerte de un ser querido de una forma distinta, y aquel Luis de 7 años decidió que para seguir adelante lo mejor que podía hacer era dejar de aferrarse a aquellos recuerdos que solo le recordaban la ausencia de las personas que más lo habían querido en la vida.

...

Joel va conduciendo. Aitana en el asiento del copiloto. Se dirigen a casa de su abuela.

¿Que si quería que Joel fuera con ella? Obviamente no, pero no le quedó más remedio. Aunque Joel solo era violento cuando estaba borracho, seguía siendo muy posesivo, y seguía sin dejarle hacer nada sola. Además, al fin y al cabo, necesitaba que alguien la llevara, y su padre no podía ya que ese día tenía jornada completa en la estación de bomberos. Al menos eso se decía ella para intentar autoconvencerse, porque podía ir perfectamente a pie, aunque tardara mucho más, pero lo que no podía era afrontar a Joel, no se sentía con fuerzas.

Se respira silencio en aquel vehículo, uno clava la mirada en las calles por las que pasa, la otra en sus propios pies. Empieza a deslizarlos al son de la canción que acaban de poner en la radio, y sin darse cuenta, empieza a cantar.

-Te he dicho que mientras conduzco no cantes, me distraes.

Se calla de golpe. Mirada al horizonte inexpresiva. Y vuelta a clavar la mirada en sus pies.

Echa mucho de menos ser libre, echa mucho de menos ser Aitana, ser ella misma.

Llegan a su destino. Aitana saluda a su abuela y se adentra en el cuarto que compartirá con Joel para dejar las mochilas que traen. Esa habitación siempre le saca una sonrisa, le recuerda a su niñez, una niñez en la que era realmente feliz, sin preocuparse por nada.

Cierra los ojos y puede oír cómo su primo entraba en la habitación corriendo.

-Aitana vamos, corre, o te vas a perder al señor que está haciendo pompas de jabón en la plaza de ahí atrás.

+Espera, tengo que arropar a Andrea, que se ha quedado dormida mientras le leía un cuento – dijo aquella pequeña Aitana mientras acostaba a la muñeca en su cuna. La Aitana de ahora se ríe al recordarlo.

Salieron corriendo y allí estaba aquel señor, con su cubo y su cuerda para crearlas. De repente ve cómo su primo se acerca a un niño que hay en un lado de la plaza, sentado solo en un banco. Ella lo sigue.

-Hola, me llamo Raúl, y ella es mi prima Aitana. ¿Tú quién eres?

-Yo soy Luis – dice aquel pequeño con una sonrisa inconfundible.

La Aitana de ahora se ríe ante la pequeña coincidencia. 

¿Nunca os ha pasado eso de llevar a alguien siempre en el corazón como el mayor recuerdo, aunque a día de hoy no sepas ni dónde está? Eso le pasó a ella con ese niño. Aquel día empezaron a jugar juntos, pero a los pocos días se fue, y nunca más supo de él. Un recuerdo olvidado que siempre que aparece le hace sonreír. "¿Qué habrá sido de él?" piensa.

Abre los ojos. Joel la mira desconcertado.

-Aitana, ¿estás aquí?

+Sí sí, voy a dar una vuelta, ¿te vienes?

-Paso, estoy cansado del viaje – dice quejándose.

Aitana sabe que es imposible que esté cansado, han sido solo 20 minutos, pero igualmente lo prefiere así. Se da la vuelta y se dispone a salir.

-¿No irás a salir con esos pantalones tan cortos, no?

Debate rápidamente en su cabeza qué hacer, pero rápidamente decide ceder. Sabe que es mejor no llevarle la contraria. Se cambia.

Sale por la puerta y se dirige a la plaza que hay en la parte de atrás de su casa. Siempre le ha gustado sentarse en esos bancos a observar el pasar del tiempo, por muy a cliché que suene.

Pero nada más acercarse nota algo extraño. Una dulce melodía se escucha en el ambiente, y poco tiempo le hace falta para descubrir al propietario de aquella voz.

"Y llegas tú" canta.

Ahí estaba él.

Más allá de un sueño - AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora