Ya eres mío

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Una mezcla de sentimientos entre el odio y la tristeza llevaron al moreno hasta su habitación arrastrando los pies, tomando su tiempo, paso por paso dejándose llevar en pensamientos, girando su mirada en el proceso, con esos enormes deseos de girarse y volver a esa habitación, interponerse, reclamar lo que era suyo, evitar que ocurriera todo lo que tenía que pasar. Llegar a su habitación no fue la gran cosa, no fue diferente, de la misma forma se acercó hasta su cama tras cerrar la puerta espaldas a él, donde no hizo esfuerzo alguno en mover un solo musculo. Se dejó caer sobre la cama armado y todo, la costumbre de traer siempre su espada no le fue incomoda a la hora se estar boca arriba mirando nada más que el techo de su habitación. Tomar aire y soltar suspiros pesados se haría habitual para el resto de la noche, debería acostumbrarse a la pesadez que tenía su pecho, al dolor que estaba sintiendo, temor, rabia, envidia, una serie de pecados capitales perfectos para ser devorado por un demonio.

No era como si nadie conociera lo que ocurría tras un matrimonio, la noche de la boda era exactamente la que todos esperaban. Era una especie de marcar el territorio, porque sabían que ese terreno nadie lo había tocado ni descubierto antes, la iglesia había lavado el cerebro de los humanos, haciéndoles creer que una mujer de sangre real siempre debía de ser pura hasta el matrimonio y deberse a nadie más que a su esposo. La hora de arrebatar la inocencia de la mujer para aquellas de sangre real. Comúnmente las pueblerinas jamás eran una opción para futura esposa del príncipe por esa razón, ante la pobreza del pueblo algunas utilizaban su cuerpo para generar ganancias, pero al fin y al cabo metían a todas en la misma bolsa, si una lo hacía el resto también, si era pueblerina, ninguna estaba pura y casta para un hombre de la realeza. En cambio, una princesa si podía elegir un esposo del pueblo, el hombre por derecho podía tener relaciones con quien se le diera la gana, eran el género superior, estaban por sobre las mujeres, ellos mandaban y creaban todo, más era casi imposible que un rey le diera la bendición a un pueblerino, ya que no generaba ganancias para el reino, si no había oro o joyas, la princesa era obligada a casarse por conveniencia.

Odiaba las malditas leyes, ¡No tenían sentido! Ellos mismos creaban las locas historias, rumores, leyendas, mitos, todo lo que recorría el pueblo, el maldito reino, todo lo que salía del castillo eran grandes historias de terror para el pueblo, sin contar por el dinero que les daban, la protección, todo lo demás le generaba al pueblo miedo, envidia, ¿Cómo no? Si ellos vivían entre monedas de oro mientras el resto no. Jiyong lo sabía, el mismo vio todo cambio, todo era cuestión de perspectiva. ¿Qué estaba a los ojos de los demás? Las familias ricas, tras ellos iba bajando poco a poco la clase hasta llegar a la pobreza, ahí fue donde llego Dragón, a hacer de las suyas. Lo que restaba a la pureza, le ponía de malas, porque era la misma realeza que ofrecía el dinero a las pueblerinas, la mejor forma de comprarlas, muchas de ellas eran contratadas por reyes o hombres de la realeza, duques, condes, y más, para nada más que volverlas...Como ellos les llamaban, damas de compañía. Podían llegar a ser hombres casados y con una dama, por ende dos familias. ¿Cómo no le iba a generar odio? El amor solo estaba en un lugar, a una persona. ¿Eso era lo que decía la iglesia?

Su cabeza no podía dejar de pensar una y otra vez en el cuerpo desnudo de Jiyong, pero no eran de aquellas imágenes que generaban ese cosquilleo en su parte baja, no se estaba excitando, su imaginación esta vez, que jamás se esperó sentir en realidad, era dolor al pasar el cuerpo desnudo de Jiyong. Se sentía molesto, irritado, frustrado, enojado, pero tras esa ira que no podía desahogar, se encontraban esas débiles emociones. Nadie más que Jiyong le había visto llorar de la infancia, mucho menos tener una expresión triste, desanimada, nada podía delatar lo que el guardia personal sentía, debía ser una estatua más en ese castillo, inexpresivo, serio y listo para cualquier batalla que necesitara sus servicios.

Podría pasar mil veces sus manos por su rostro pero no quitaba esos pensamientos de su cabeza, era una tortura. Salir de su habitación no era la mejor idea, estaba seguro que terminaría en la puerta de los recién casados a asegurarse que Jiyong no le estaba engañando. Era gracioso, puesto que al engaño que se refería no era al de sus palabras con ese 'no te dejaré de amar' sino porque se sentía engañado nada más con que este entregara su cuerpo a alguien más. Pero claro, el príncipe debía de una forma u otra tener sexo con su mujer, no podía parecer ni asqueado, ni menos mostrarse celoso, Jiyong tenía su mujer como él debía buscar una, más no le agradaba nada saber que el cuerpo que le pertenecía solo a él sería de alguien más.

My King | GTopDonde viven las historias. Descúbrelo ahora