Los Zorros Son Animales Territoriales

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Después del secuestro del señor Ha… Hiro, el Kitsune había estado muy tranquilo. Demasiado tranquilo. Mientras el resto de la comisaría se relajaba un poco por la falta de incidentes, a Miguel solo lo ponía más tenso. Incluso el capitán le había pedido que se relajara pero simplemente no podía. No era tan ingenuo como para pensar que los crímenes pararían y esta tranquilidad podía ser la señal de un robo de mayor escala.

Tenía razón.

El Museo de Arte Asiático de San Fransokyo albergaba piezas invaluables y no sería el primer ataque del Kitsune al recinto, años antes había robado un par de pinturas de arte japonés contemporáneo que habían sido prestadas al museo. Fue uno de sus primeros robos grandes y había dejado el museo mal parado con el coleccionista que las acababa de adquirir en una subasta.

En esta ocasión había ido por un blanco mucho más extraño, una  pequeña pero exquisita estatuilla de un Buda de gran valor histórico. Era pequeña, delicada y prácticamente invaluable. El Kitsune entró y salió del museo sin mayor problema pero uno de los guardias alcanzó a ver una silueta y llamó de inmediato a la policía. Realmente debían averiguar cómo es que pasaba con tanta facilidad por todo los sistemas de seguridad, y cómo es que era tan difícil verlo entrar y salir.

Miguel lo alcanzó a ver saltando entre los edificios con la facilidad sobrehumana que lo caracterizaba y disparó. El sonido más que la bala parecieron llamar su atención ya que volteó a verlo. La expresión de la máscara cambio a una de diversión.

Lo persiguió por varios minutos, confiado en que podría alcanzarlo.  Era prácticamente una rutina por lo familiar que se sentía, se había vuelto  un experto en perseguir al Kitsune. Hasta cierto punto era un orgullo para él haber descifrado la forma en la que escapa, analizando sus movimientos y los métodos de escape. Por eso solía ser quien terminaba enfrentándolo, nadie más en la fuerza parecía poder seguirle el paso. Aún Santiago con sus estrategias perfectamente planeadas y Díaz con su habilidad para improvisar no eran tan buenas para seguirlo y acorralarlo.

Miguel también era el único que había recuperado cosas robadas por el Kitsune. No robos grandes, esos no se habían podido rastrear ni siquiera a través del mercado negro pero había podido arrebatarle algunas joyas y libros raros. Esperaba contar con al menos un poco de la misma suerte en esta ocasión.

Después de varios minutos en los que tuvo que correr y hacer parkour el oficial logró alcanzarlo al lado de una vieja bodega abandonada de la antigua zona industrial.

–Te tengo –le dijo subiendo su arma–. Ahora entrega la estatuilla.

–No, ahora es mía –le dijo con seriedad–. El museo no se la merece.

–Eso no lo decides tú. Es suya legalmente –se acercó con precaución al Kitsune, esta vez debía tener más cuidado.

–Es suya porque algún idiota la robó de Japón para tenerla en su casa y cuando se murió la donó al museo –le respondió con burla mientras empezaba a dar vueltas alrededor del policía–. Es algo que ni siquiera debería estar en ese lugar de cualquier manera.

–Eso no significa que la puedas robar –insistió siguiendo la trayectoria del otro hombre con su arma, sin despegar la vista para que no lo tomara desprevenido.

–Ay ya extrañaba nuestras conversaciones sobre la moral, mi querido Miguel –le dijo acercándose un poco–. La vez anterior ni siquiera pudimos hablar realmente.

–La última vez pusiste en riesgo la vida de un buen hombre.

–¿Hablas de Hamada? Oh vamos, lo de los explosivos solo fue una pequeña broma –la máscara cambio a tener la expresión de una sonrisa burlona.

El Kitsune y el Policía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora