Celos Reveladores

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Las cosas en la ciudad de San Fransokyo habían estado raras. La ciudad tenía cierto nivel de rareza, la mayor parte viniendo de que tenían un villano que anda por ahí disfrazado de zorro japonés, pero ahora habían ocurrido cosas más extrañas, explosiones que nadie se podía explicar, actos de vandalismo y la desaparición de más una estatua  importante para la ciudad. Además en cada escena del crimen se encontraron símbolos aparentemente mágicos junto con escrituras en un idioma que no podían entender.

La reacción inmediata de todos había sido culpar al Kitsune. Después de todo era el culpable más probable. Hubiera sido sencillo adjudicar todo al villano y agregar los expedientes a su caso, pero Miguel no estaba tan seguro de que fuera algo tan fácil.

–¡¿Cómo que no es el Kitsune, Rivera?! –le preguntó el capitán Holt claramente exasperado.

–Señor, la forma en que están ejecutados los crímenes simplemente no encajan a su perfil –empezó a explicar con algo de miedo, el capitán molesto era digno de temer.

–Pensé que usted mismo era el que decía que ese hombre era imposible de predecir –se masajeó las sienes tratando de alejar el dolor de cabeza que ya sentía venir.

–Desde luego pero aún dentro del caos hay algo de orden –continuó exponiendo su caso con las pruebas que había reunido para comparar–. El Kitsune se especializa en secuestros y robos, pero no en destrucción de propiedad ni vandalismo.

–Ha causado daños de propiedad con anterioridad.

–Pero siempre como una distracción para un gran robo, nunca por la destrucción en sí –le había tomado un tiempo darse cuenta que el villano prefería métodos más elegantes y sutiles, pero ahora podía reconocer su modus operandi con facilidad.

–Lo que está proponiendo es que hay otro como él, un villano que se está dedicando a atormentar a la ciudad.

–Precisamente –asintió con gravedad, sabía que lo que proponía era muy serio.

–Rivera, cuando empezaron los crimenes del Kitsune usted rogó porque se le hiciera el oficial a cargo de la investigación –el capitán se levantó a caminar por su oficina con sus brazos cruzados detrás de su espalda–. Eso hizo que esta comisaría se volviera la encargada de coordinar todos los esfuerzos en torno a ese caso. Ningún otro oficial en la fuerza ha estado ni la mitad de cerca de atraparlo de lo que ha estado usted.

–Estoy consciente de ello –aseguró Miguel con severidad. Era en parte un halago a su capacidad pero también un recordatorio de las veces que había fallado a pesar de estar tan cerca.

–Tomar el caso del Kitsune creó un precedente, cualquier caso similar debemos de llevarlo nosotros –le explicó con un rostro serio– ¿Está dispuesto a tomar otro caso de este tipo?

–Por supuesto.

–¿Aún si esto implica llevar dos casos de supervillanos? ¿Supervillanos que no dudarán en acabar con su vida? –el capitán le sostuvo la mirada para que entendiera la gravedad de la situación.

Miguel no podía decirle que no creía que el Kitsune tomará la decisión de matarlo a la ligera pero sabía que el nuevo villano probablemente no se tocaría el corazón. Ya había demostrado poca preocupación por la destrucción que causaba.

–Estoy seguro de que puedo llevar ambos casos.

–Bien, eso esperaba oír –le dijo con una sonrisa–. Tenemos una rueda de prensa en media hora. Toda la comisaría estará ahí. Prepárense.

En otro punto de la ciudad Hiro Hamada estaba enojado. No, enojado no era suficiente, estaba furioso. Colérico. Iracundo. Emputado pues. Durante los últimos días este sentimiento no había parado de crecer, cada crimen que era adjudicado al Kitsune solo ayudaba a avivar la flama de su enojo

El Kitsune y el Policía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora