Control de Impulsos

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Un tigre enjaulado se vería manso en comparación de Hiro Hamada esa tarde. Habían pasado un par de semanas desde que Miguel le había pedido espacio y habían sido... no buenas.

Si bien el radio de silencio había sido levantado e intercambiaban mensajes de vez en cuando, con cosas sobre su día como: "Hoy Rosa rompió la impresora a patadas otra vez" y "Descubrí a mis ingenieros intentando crear un sable de luz". El problema era que a veces Miguel le contestaba rápidamente y otras le clavaba el visto con gélida indiferencia. Después de esas ocasiones solía excusarse diciendo que había estado ocupado con trabajo, pero aun así era doloroso, sobre todo cuando recordaba que durante toda su relación Miguel siempre le contestaba con prontitud, aun cuando estaba ocupado.

Por alguna razón esta situación lo tenía más desesperado que cuando pensó que Miguel ya no lo quería o que lo estaba utilizando. La ira y la tristeza que había sentido lo habían dejado estar enfocado y lo habían obligado a continuar con sus actividades diarias. El enojo lo había llenado de propósito. Ahora que solo estaba lleno de una incertidumbre que lo traía loco. Incluso en su trabajo había estado extremadamente irritable, sus diseños y trabajos se plagaron de errores provocados por sus nervios.

Su mal humor y su ansiedad lo habían hecho ponerse el traje de Kitsune sin tener un plan concreto de cómo iba a ejecutar su crimen. Normalmente trazaba su plan con cuidado, asegurándose de tener rutas de escape y conocer el sistema de seguridad alrededor de su objetivo. Esta vez ni siquiera sabía que era lo que quería robar del Museo de Historia de San Fransokyo, sólo sabía que debía ser algo valioso y que llamara mucho la atención para atraer la atención de la policía de inmediato.

Había dos razones para esta salida improvisada. La primera era que extrañaba la adrenalina del robo, de infringir las leyes y saberse por encima de ellas. Hacía un tiempo no salía a robar y lo extrañaba como un adicto extraña la cocaína. La segunda... esto era lo único que se le había ocurrido para ver a Miguel sin presionarlo sobre su relación. Lo extrañaba demasiado y los mensajes no eran suficientes para él. No después de meses de abrazos, besos y cariño del latino. Necesitaba aunque sea verlo unos minutos.

No estaba tan loco como para querer enfrentarse a él o robarle un beso. Pero tal vez podría verlo, intercambiar frases coquetas y molestarlo un poquito.

—Baymax, prepárate para salir —le dijo al robot-médico.

El adorable y último invento de su hermano salió de su estación de carga para empezar a armarse. Un rápido diagnóstico del empresario le reveló el estado de alteración y ansiedad en el que estaba. El software de cálculo de riesgos que le había instalado Hiro hace años le dijo claramente que salir así solo podía resultar en una desgracia.

—Hiro, ¿qué plan tienes para esta noche? —preguntó con curiosidad—. Pareces más nervioso que de costumbre.

—No tengo nada, no te preocupes —aseguró terminando de ponerse el traje y sacando la máscara.

—No estás bien —determinó Baymax—. La última vez que saliste exaltado a una aventura regresaste con diversas heridas.

Hiro se detuvo. Odiaba haber cambiado la programación de Baymax para que tomara sus robos como pequeñas aventuras y así aceptara ayudarlo. No había sido nada fácil introducir esa nueva visión de sus crímenes sin afectar el resto del comportamiento y la programación del robot, pero en su momento había sido necesario. El necesitaba que Baymax lo ayudara y nunca habría accedido pensando en lo ilegal y peligroso que era lo que hacía. Su apoyo e insistencia en que confiara y compartiera su dolor con su tía había sido lo único que los había logrado sacar de la depresión después de la muerte de Tadashi. También había sido el único al que le permitió ver el dolor provocado por sus ex-parejas,el suave robot fue el único lo abrazó mientras lloraba por haber sido utilizado y descartado más de una vez.

El Kitsune y el Policía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora