Capítulo 1

137 20 42
                                    


A las cuatro de la tarde de dos días después, los viandantes del paseo French Quartier pudieron observar el caminar de los dos jóvenes amigos que éramos Aidan y yo dirigiéndonos hacia el club de tiro Buenaventura mientras ojeábamos los escaparates de las tiendas más típicas del barrio.

—¡Vamos! ¡Anímate, Bastian! Parece que, en vez de ir a casarte, te hayan notificado la muerte de un hermano.

La tranquilidad con que el irlandés se estaba tomando todo este asunto solo empeoraba mi estado de ánimo. ¿Quizá a él no le importaba? ¿Podía haberme imaginado toda la complicidad y la mutua atracción que ambos nos profesábamos? Cierto que no habíamos hablado sobre el tema, pero estaba casi seguro de que yo le calentaba al menos tanto como él a mí, y había tomado como prueba de ello las masturbaciones compartidas que, cada vez con mayor frecuencia, nos habíamos ido regalando durante los últimos años.

—¿Es que a ti te parece bien?

—¡Pues claro! —El ligero toque de rubor que encendió las pecas de su nariz y sus mejillas le quitó fuerza a su declaración.

—Aidan, ni siquiera me lo consultaron; ni a mí, ni a ti. ¡No está bien!

—¿Consultarme a mí? ¡Ah...! Bueno, ellos ya saben cuan amigos somos, y yo nunca podría desear tener un mejor cuñado que el que ganaré contigo. —Suspiré al pensar en esa palabra, "cuñado". —Y sé que no podría dejar a mi hermana en mejores manos que en las tuyas. —Se volvió hacia mí y me miró intensamente con esos ojazos azules que tenía. —Puede que a veces hables más de la cuenta y te metas en problemas, pero eres un hombre bueno, honorable, y sé que te mereces a Eïre.

—¡Debería ser decisión mía! —Resoplé con rabia al apartarle la mano de mi hombro y elevé mi voz un poco más de lo normal al protestar. —Decisión nuestra...

—Es cierto, pero así es la tradición. —Tras darme un par de palmadas en la espalda llenas de camaradería, continuamos avanzando. —Tanto los patriarcas Durán como los Niall han escogido desde siempre a las parejas de sus hijos, y tenemos que aceptarlo. Estoy seguro de que, en cuanto cumpla dieciocho, mi padre también me anunciará con quién desea que me despose.

—¿Y lo aceptarás sin más? —pregunté cabizbajo. —¿Debo yo aceptarlo?

—Por supuesto. ¿Acaso hay otro camino? Además, reconozcamos que, flirteos aparte, ni tú ni yo hemos cortejado apropiadamente a una mujer, y que ya iba siendo hora de ir pensando en nuestro futuro.

—¿Y no es obvio por qué no hemos cortejado a ninguna?

La obligada pausa que entrañó el acceso al club de tiro, mostrando nuestras tarjetas de socio mientras entregábamos la gabardina al chico negro del vestidor, debió permitirle elegir un razonamiento adecuado:

—Siempre he sabido lo extremadamente tímido que eres con las mujeres...—comenzó mientras revisaba su revólver y preparaba la munición en la mesa adecuada para tal efecto. Me aproximé e hice lo propio con el mío; como siempre, Aidan no pudo evitar mirar con deseo la vieja pistola de mi padre, una reliquia familiar desde tiempos de mi abuelo grabada con plateadas figuras de pájaros al vuelo, pero tan cuidada que podía rivalizar con cualquier modelo recién salido al mercado. Padre no me la prestaba por voluntad propia, más yo la tomaba a veces para lucirla ante el irlandés. —... pero estás en la edad perfecta para casarte, y los padres tienden a preocuparse por sus hijos y a allanarles el camino.

Le seguí por el pasillo hacia el campo de tiro del club apretando los dientes para impedir que mi lengua se soltase y anunciase todo lo que sabía que debía callar.

En realidad, mis padres (o más bien "mi padre", pues madre siempre acataba lo que el cabeza de familia dictaminaba, como debe ser) no querían allanarme el camino a mí, sino que, este enlace mediante, pretendían alejar sus propios miedos y asegurar el futuro del negocio familiar.

En cuanto al primer punto, el miedo de mi padre comenzó cuando, hace ya al menos cuatro años, me encontró jugando de manera poco apropiada con el hijo del que entonces ejercía como nuestro mayordomo. Esa manera de jugar, que quizá sea disculpable a ciertas edades en donde la curiosidad y la falta de sentido común dictan el modo de actuar, consistía en nada menos que en un mutuo reconocimiento y toqueteo de las partes más pudendas de nuestra mutua anatomía. Tanto aquel muchacho como su padre se vieron fulminante e inexplicablemente fuera de nuestras vidas en menos de veinticuatro horas. Desde entonces, y de forma bastante acertada pero nunca probada, padre había temido que yo tuviera esa especie de enfermedad llamada "homosexualismo" tan poco apropiada como visibilizada, y para la que no se conocía cura.

En cuanto al segundo punto, las guerras entre los apaches y el ejército nacional habían causado durante los últimos tiempos una difícil situación en los envíos de reses desde nuestra ganadería en San Antonio (Texas) hasta Kansas City, centro neurálgico de distribución de toda clase de género gracias a la línea de ferrocarril del norte que recorría todo el país.

Tanto los indios como los cuatreros y bandidos habían interceptado nuestras rutas de transporte provocando continuas pérdidas pese al servicio de los cowboys contratados, lo que había disminuido grandemente la riqueza disponible de mi familia (aunque bien se ocupaba mi padre de aparentar que no había sido así). A causa de esto, la vecina Ganadería de Camilo María (nuestra más feroz competidora) amenazaba con comernos el mercado y, de paso, comprar nuestras tierras y nuestro negocio. ¿No era obvio cuál era el verdadero motivo de Bastién Durán, excelentísimo propietario de las Ganaderías Durán, para unirse a la familia Niall? El compromiso y próximo enlace de su propio hijo aseguraría el acceso a la bien conocida fortuna del notario más exitoso en varios estados a la redonda, y aseguraría la vuelta al ruedo en primera división de nuestros longhorns.

Aidan me sonrió justo antes de apuntar y disparar al blanco que habían colocado al otro extremo del patio, y me sacó la lengua burlonamente al acertar en pleno centro de la diana. ¡Dios! era un muchacho tan viril, tan atrayente, tan morboso... y también era la persona a la que yo más estaba más unido en este mundo; y por ello, me sentía como un cerdo por mantener esta fachada de "riqueza sin límite" que mi padre quería mostrar ante los Niall. ¿A mí qué más me daba el dinero? Podría ser feliz con una pequeña granja en medio del campo, o con un comercio cualquiera en la Plaza de la Anexión... pero aún podía escuchar los gritos iracundos de mi padre cuando le comenté que prefería ir con la verdad por delante antes que mentirle a Aidan. Según Bastién, era mi deber como Durán actuar por el bien de la familia.

Los disparos se sucedieron alternativamente durante media hora, uniéndose a los del resto de participantes vecinos, en donde la puntuación de mi amigo fue escalando posiciones sobre la mía de manera clara e irrefutable. Nadie como Aidan para acertar en los blancos inmóviles; más aún si yo estaba así de alterado.

 Nadie como Aidan para acertar en los blancos inmóviles; más aún si yo estaba así de alterado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
FarwindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora