Capítulo 5

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Esa misma tarde, Aidan y yo cenábamos huevos con beicon en el Crêpes de Jeane mientras los parroquianos charlaban alborotadamente de los rumores e historias más recientes; las guerras amerindias de Oklahoma, nuevos tramos de ferrocarril, los avances del telégrafo, las reservas, problemas en tal fuerte de soldados, robos y fugitivos...

...hasta que el irlandés dejó de menear la comida todo a lo largo de su plato y se decidió preguntarme directamente por el motivo de sus preocupaciones.

—Bastian, ¿dónde estuviste ayer? Padre y yo fuimos de visita a tu casa, pero te habías ido. Mi viejo quería invitarnos a todos a unas copas, pero al final se fueron solos él y Bastién.

—Me fui a dar una vuelta. Necesitaba pensar. —Mentí.

—Había escuchado de una buena apuesta en la carrera de caballos de ayer, así que volví a buscarte al anochecer. Tu criada me dijo que no habías vuelto en todo el día. ¡Qué vuelta más larga! ¿no?

—Emmm... —No, si al final tendrá la razón ese refrán de que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. —Vale, me fui con Rico.

—Ah...—fue todo lo que respondió, volviendo a concentrarse en la comida.

Aidan sabía que el sobrino de Dolores y yo éramos amigos desde hacía un lustro, y tenía de sobras aprendido que, cuando el Doncella aparecía por lontananza, Bastian Durán desaparecía toda la noche con su querido amigo hispano. Estoy más que seguro de que el rubio intuía (bastante acertadamente) en qué labores nos entreteníamos yo y aquel muchacho, y nunca le había hecho gracia.

—Suéltalo. ¿Qué te pasa? —Esta situación era agridulce para mí; por una parte, me sentía controlado por él, censurado y juzgado, pero por otra... ¡ah! que dulce puede ser el sabor de los celos ajenos.

—No me gusta que vayas con él. —No necesité presionarle, lo dijo todo de carrerilla. —Es tan solo un grumete, un don nadie de clase inferior que se aprovecha de tu dinero, de tu buena fe y de que su tía está a tu servicio. No tenéis tantas cosas en común... ¡y gané veintisiete dólares en las carreras!

—Ya no es un grumete; ha sido ascendido a marinero. —Aunque su expresión de que había pocas cosas que le importasen menos que tal información me hizo gracia, mi consecuente tono de voz salió algo alterado. —Quería divertirme, ¿vale? Puede que vaya a casarme con tu hermana y que ella sea un primor de mujer, pero ni yo estoy enamorado de ella, ni estos eran mis planes, y lo sabes. Seré tu cuñado en seis meses, seré el marido perfecto, el hijo perfecto, contentaré a todos... pero aún no estoy enterrado. —Le puse la mano en el hombro y le obligué a mirarme a los ojos, intentando que viera en ellos todo lo que sentía por él. —¡Sigo vivo! Ojalá llegases a comprenderlo, y quisieras compartirlo conmigo.

—Lo entiendo. —Aidan bajó la mirada, vencido. —Excusa mi impertinencia.

Estaba seguro de que él sabía a lo que me refería. Este irlandés y yo nos llevábamos muy dentro el uno al otro, nos atraíamos, nos calentábamos, e incluso habíamos compartido ciertos momentos íntimos que solo en la más tierna adolescencia suelen estar permitidos entre varones... pero cara a cara, nunca hacíamos mención de esos sentimientos, y físicamente nunca habíamos llegado más allá del simple toqueteo genital.

Lo que Rico me provocaba en el corazón era nada al lado del incesante pulsar que Aidan conseguía con una sola mirada, pero tenía que reconocer que mis avances carnales con el hispano le daban cien vueltas a cualquier cosa que hubiera llegado a hacer con este rubiales. Ya fuera por la educación, por la cultura, por su fe en el Dios de la Biblia o por mera vergüenza, lo cierto es que Aidan huía de lo que podría haber sido "nuestra historia". Yo no tenía dudas de que él sentía lo que yo, pero (pese a su aparente bravuconería) tenía claro que su cobardía a la hora de enfrentarse a la realidad era muy superior a la mía propia.

FarwindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora