—¡Eh, Rico! Aquí está tu amiguito...
Me volví hacia el que había gritado y reconocí a otro de los marineros del Doncella con una expresión jocosa, pero ni siquiera me paré a analizarla al seguir su mirada y encontrarme con el objeto de mi visita.
Rico no llevaba camisa, y la tensa musculatura de su moreno torso húmedo por el esfuerzo al levantar a pulso una gran caja de madera me dejó sin palabras. ¿Cuánto hacía que no le veía? ¿Cuatro meses? Yo era un poquito más alto, pero sin duda que él estaba más fuerte, aunque teníamos casi la misma edad.
—¡Bastian! —Levantó el brazo y sus labios carnosos esbozaron esa media sonrisa pícara que me trastornaba. A los pocos segundos estuve a su lado, y poco me importó mancharme de su suciedad cuando me envolvió en un fuerte abrazo; lo necesitaba.
—¿Te apetecen unas copas y nos ponemos al día? —Ofrecí; aceptó al instante. Hace ya tiempo que quedó claro que, cuando Rico y yo nos veíamos, yo debía pagar cualquier gasto que surgiera; al fin y al cabo, no era comparable su exigua paga de grumete con la casi ilimitada asignación a la que yo podía acceder si así lo estimaba.
La cercana taberna llamada Blue Mermaid fue testigo durante el resto de la mañana y parte de la tarde del intercambio de anécdotas, chismes y rumores que Rico y yo nos contamos entre la ingesta de incontables vasos de licor espirituoso de las mejores marcas, y buenos platos de comida. Algo a señalar es que Rico solo hablaba español y un poco de inglés, y que mi dominio del castellano era bastante exiguo (normalmente limitado al vocabulario comercial que se solía emplear en las misivas con nuestra ganadería de Texas), así que llegó un momento en que la borrachera y nuestra disminuida capacidad de comprensión se conjugaron haciendo imposible que nos entendiéramos, y pasamos básicamente a reírnos de todo sin saber lo que el otro decía.
Con algo de dificultad, terminó haciéndome entender que ya no era el grumete del Doncella, sino un marinero más con todos sus derechos y deberes; y por mi parte, conseguí explicarle que me había prometido y que dentro de unos meses contraería matrimonio con una preciosa mujercita pelirroja. En ningún modo ello pareció sorprenderle o entristecerle, y muchos más brindis regaron nuestros gaznates a la salud de las recientes novedades.
Sus historias (las pocas que pude entender) eran impresionantes, llamativas, emocionantes, llenas de corsarios, piratas, tormentas y monstruos marinos. No hace falta decir que yo me creía la mitad de ellas, y que solo la mitad de aquellas habrían sido verdaderamente posibles, pero eso era lo de menos; exageraciones, mentiras, invenciones... él intentaba llenar mi cabeza de excitantes imágenes del mundo fuera de Nueva Orleáns con el propósito de tornarse más irresistible y exótico a mis ojos, y yo solo deseaba rendirme a sus encantos. No es que necesitásemos del impulso alcohólico para realizar lo que ambos deseábamos hacer, pero ya había observado que, pese a la aparente picardía de mi colega, las numerosas invitaciones con que le obsequiaba tenían el agradable efecto de disipar su indecisión y enardecer su libido.
Como siempre, apenas recuerdo el momento ni el modo en que me arrastró hasta una de las habitaciones del piso superior y me tiró como un fardo sobre la cama, para colocarse sobre mí como si me hubiera dado caza y yo fuera su codiciada presa. Le mordisqueé el lóbulo de la oreja derecha, donde lucía un pendiente redondo de oro que me daba mucho morbo (él aseguraba que era una distinción solo concedida a aquellos que cruzaban el Cabo de Hornos en el extremo más sureño de América), y me preparé para lo que venía.
Tal y como estoy dando a entender, en aquella época yo ya no era virgen, al menos no con hombres (o más bien con "hombre", con Rico), ya que llevábamos unos años viéndonos en cada una de sus escalas en nuestra ciudad, y la mayor parte de lo que había aprendido del sexo era gracias a él.
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Farwind
Historical FictionAquí conoceremos al protagonista (Bastian Durán, un criollo francés de noble y pudiente origen) que comienza su periplo bajo la autoridad de un padre severo, rodeado de una sociedad tan variada y cosmopolita como la de Nueva Orleáns en 1888. A lo la...