Capítulo 10

86 19 37
                                    

He de reconocer que quería hacer una ligera ostentación de mi poder adquisitivo y del rango social de mi familia conforme el carruaje me trasladaba hacia el puerto vestido con mis mejores galas. Me había contemplado unos momentos en el espejo de cuerpo entero del pasillo y mi aspecto no podía satisfacerme más... excepto por la palidez y las ojeras, pero era algo inevitable tras la dureza vivida en estos días pasados.

Mi transporte me llevó hasta el límite donde se permitía llegar a los carros no autorizados, y continué a pie hacia la zona de descarga, silbando y casi bailoteando con mi bastón. Notaba algo de vergüenza interna por sentirme feliz pese a mi reciente pérdida y a la situación de mi vida, pero había algo que no podía negar: si había alguna razón que podía devolver el sentido a mi vida en mi ciudad natal era la llegada del Doncella del Mar, ya que una noche con mi amante cada cierto tiempo sería lo único que me permitiría ser fiel a mí mismo... y por fin había llegado mi momento después de tantos meses.

Y allí estaba aquel mocetón moreno, musculoso y vital, recibiendo una propina del empresario que había acudido a recoger unos sacos que el Doncella había transportado y que mi amigo había cargado en su carreta mediante la potencia de su vigor juvenil.

—¡Rico! —Me acerqué con una gran sonrisa en el rostro y una ardiente fogata naciendo en mis entrañas ante la expectativa de lo que se avecinaba...

... pero su bienvenida fue bastante menos cálida que otras anteriores. Tras mirar a su alrededor y darse cuenta de que sus compañeros marineros nos observaban sin disimulo, su sonrisa se me antojó tan forzada como falsa, y adelantó su mano entre los dos para impedir que nos diéramos el ya tradicional abrazo de reencuentro. Se la estreché con extrañeza; la fuerza con que me la apretó también me pareció algo excesiva.

—Bastian...—negó con la cabeza casi imperceptiblemente, como advirtiéndome de una necesaria contención, y luego se me acercó un poco y me palmeó en la espalda de manera dignamente amistosa. —¿Todo bien, amigo?

—Emmm... —Atajé mi confusión intentando devolver la situación a los cauces conocidos. —Vamos, te invito a tomar algo.

—Tengo trabajo —declinó mi invitación metiendo las manos en sus bolsillos. —Otro día, ¿sí? —Su escueta forma de hablar inglés me habría resultado tierna y graciosa en cualquier ocasión diferente, pero no ahora mismo, no con lo que implicaba su negativa; obviamente, esta era solo una excusa, pues no había más carga de la que ocuparse.

—Tengo una sorpresa para ti. ¿No quieres venir? —Apretó la mandíbula negando con la cabeza, y sus ojos se desviaron ligeramente hacia la gente cercana. ¿Qué estaba pasando? —Rico, mi padre ha muerto. Esperaba que pudiéramos charlar un rato...

—Vaya... —Tal noticia consiguió desarmarle; suspiró y, tras dedicar una mirada resignada a los demás tripulantes del Doncella, se encogió de hombros. —Vale, pero no en el Mermaid...

–Sin problemas. —Eso me venía muy bien. —Hay un sitio que quiero enseñarte. Sígueme.

Caminamos hasta mi carruaje y nos montamos (él sintiéndose bastante fuera de lugar entre sedas, cortinas y cojines mullidos), y el palafrenero puso rumbo al Faubourg Marigny.

El trayecto no fue ni de lejos tan apasionado como hubiera deseado; sentía alguna clase de muro invisible entre los dos, una frialdad y un distanciamiento que me hacían daño. Apenas cruzamos un par de frases al respecto del triste suceso paterno, en donde le informé de las "fiebres" que se lo habían llevado.

—Vuelve a casa. Te haré llamar cuando te necesite. —Le pedí al cochero nada más apearnos ante la fachada blanca y roja del Farwind, tras lo que saqué la llave para obtener acceso a la posada. Con curiosidad, Rico me siguió al interior de la oscura estancia y yo aproveché para encender los candiles y asegurar la puerta por el interior. —Bueno, ¿qué te parece? ¿Te gusta el sitio?

FarwindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora