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Por fin.

Solo faltaba acomodar una pieza y aquel rompecabezas ya estaría terminado. Yami sonrió al recordar cuando él y su hermano Yūgi recibieron aquel objeto hacía ocho años.

Eran muchas piezas, su abuelo les dijo que no se preocuparan tanto, ya que él tampoco había podido completarlo, sin embargo aquí estaban, ambos, con una única pieza entre los dedos.

Antes de que pudieran terminarlo, Yūgi lo detuvo, pues quería avisar al abuelo para que viniera a ver el objeto piramidal. Yami no tuvo problemas, él mismo había sido testigo de lo mucho que su abuelo amaba los juegos, así que, ¿qué mejor que ver el puzzle más complicado, terminado por sus propios descendientes?

Sin embargo estaba algo inquieto. No sabía porqué, pero sus ansias de terminarlo eran tan insoportables como los ronquidos de su abuelo, y eso que él era muy paciente.

Bueno, se dijo, podía poner la pieza y luego volverla a sacar.

No era un gran negocio, además Yūgi se estaba tardando, no podía culparlo.

Con un suspiro que poco calmó los latidos de su corazón, Yami se volvió a acomodar en el asiento del escritorio y observó el Rompecabezas del Milenio antes de decidirlo.

Tomó la pieza entre sus dedos y la colocó en donde debía. Se sintió... Realizado, por algún motivo. Aunque, al instante, algo sucedió.

Un resplandor lo hizo retroceder sobre el respaldar.

—¿Eh? —alarmado, Yami fue testigo de una potente y cegadora luz que el objeto milenario emitió.

No supo si cerró los ojos, o no, aunque pronto supo que algo no era normal.

Vio una chica.

La silueta de una chica apareció en el medio de la resplandeciente luz. No pudo ver su rostro, ni oír su voz. Ella le daba la espalda, así que solo pudo notar que tenía los brazos cruzados por detrás y debajo de su largo cabello rubio, así como una piel clara.

Al final también pudo distinguir una sonrisa, pues en el último momento volvió su rostro hacia él, aunque no pudo notar nada más allá de eso, así como tampoco supo si le sonreía a él.

Se veía lejana, de alguna forma.

Oye, Yami, oye —entonces sintió que alguien lo movía por los hombros. Poco a poco, Yami fue despertando hasta ver el rostro de su hermano —. En serio, no tardé demasiado, ¿cómo puedes quedarte dormido?

¿Dormido?, Yami frunció el entrecejo y estiró los brazos sobre la mesa empujando a un lado el rompecabezas. Sus ojos no estaban del todo acostumbrados a la luz, pero tampoco le molestaba.

Cuando volvió la mirada a Yūgi, él tenía una enorme sonrisa en el rostro.

—El abuelo se emocionó tanto que fue a buscar su cámara —dijo.

Yami asintió.

Pronto, lo recientemente sucedido inundó su cabeza imagen por imagen.

Se dio cuenta que no había quitado la pieza del Rompecabezas otra vez.

—Yūgi, lo siento, yo-...

Su hermano inclinó la cabeza y entonces Solomon apareció por el umbral de la puerta anunciando que había encontrado aquel viejo aparato que, Yami estaba seguro, todavía utilizaba rollos en vez de un sistema digital.

—Bien, ¿en dónde está la obra de arte? —preguntó su abuelo preparando la cámara.

Yūgi señaló hacia la mesa del escritorio y Yami, preocupado y avergonzado, también dirigió su vista hacia el objeto.

LA CHICA DEL ROMPECABEZAS [COMPLETO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora