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Tras terminar la época de exámenes, las vacaciones de verano por fin llegaron y, con ello, la apertura del museo egipcio de Domino City.

El calor era muy molesto, incluso con el sol poniéndose, Yami realmente no tenía ningún gusto por ponerse una camisa de manga larga bajo un terno de color oscuro. Sin embargo y gracias a algún Dios, su abuelo les comentó que la formalidad no era tan necesaria, por lo que, si bien todavía debían usar los pantalones de vestir, el saco fue totalmente removido del atuendo.

¡Te ves bien! —halagó Mana ubicándose frente al espejo de cuerpo entero de su habitación.

Yami le sonrió un agradecimiento y procedió a atarse la corbata. Mana no había comentado nada sobre el incidente con Bakura y ni él ni Yūgi habían insistido ni intentado volver a sacar el tema a la luz.

Ella, por su parte, no se había rehusado a seguir buscando indicios de su pasado, pero ahora parecía mucho más atenta y discreta a cualquier cosa que pudiera causarle las mismas sensaciones incómodas.

Un par de golpes se escucharon en la puerta solo para después ser abierta por su abuelo. Solomon no tenía ningún inconveniente en vestir un terno completo aquella tarde y su usual sonrisa agraciada no parecía decir lo contrario.

—¡Oh, Yami, te ves muy bien! —exclamó abriendo por completo la puerta —. Yūgi ya está listo, ¿van a llevar a alguien más, o...?

—Sí, de hecho, invitamos a Téa —lo interrumpió acercándose antes de mirar el reloj de la mesa de noche —. Ya debería estar llegando.

—¡Entonces seguro nos la encontramos en el camino! ¡Vamos, vamos! —su abuelo no le dio tiempo a opinar cuando puso sus manos sobre su espalda y comenzó a empujarlo con dirección al pasillo.

Oyó a Mana reír y él mismo tuvo que sonreír cuando notó lo emocionado que estaba su abuelo con respecto al museo.

Y, como había mencionado, Yūgi ya estaba en la sala de estar con una botella de agua en mano y estirando un poco el cuello de la camisa como si esta lo ahorcara.

Una sonrisa de saludo cruzó sus labios.

—Ya creía que iba a ir solo con Téa —bromeó.

Oh, apuesto a que no te molestaría —secundó Mana observando divertida la reacción del Mutō menor.

A pesar del notorio sonrojo en las mejillas de su hermano, Yami se las arregló para no reír y esperó a que Yūgi se ubicara a su lado derecho, como les era de costumbre, por alguna razón.

—¡Un momento, esperen, esperen! —escucharon la voz de su madre desde la parte superior de las escaleras, quien bajaba con una mano en la baranda y con la otra sosteniendo una cámara fotográfica —. Si no tomo una foto ahora me arrepentiré después. ¡Acomódense!

Tanto Yami como Yūgi rodaron los ojos con una sonrisa. Su madre señaló al pecho de Yūgi, entonces.

—¿Vas a llevar eso, Yūgi? ¿No crees que es un poco extraño? —se refería al Rompecabezas dorado.

Yūgi frunció los labios pensando en una respuesta convincente, pero fue su abuelo quien contestó antes.

—No te preocupes, querida —le dijo a su nuera mientras agitaba la mano descuidadamente —. Va con el tema, además apuesto a que nadie se espera verlo ahí.

—Ya veo... —su madre inclinó la cabeza sin pensar en la relevancia del objeto.

—¡Cierto! ¿Por qué no vienes tú también, mamá? —quiso saber Yūgi, pero su madre agitó la cabeza mientras comenzaba a observar por el visor de la cámara digital.

LA CHICA DEL ROMPECABEZAS [COMPLETO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora