XI

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Cuando la mujer terminó de hablar sobre la tabla, con un simple ademán indicó a todos que continuaran su recorrido mientras ella desaparecía tras una puerta de servicio con rapidez.

Asintiendo más para sí mismo que para sus acompañantes, Yami decidió acercarse a aquella tabla de piedra con bastantes tallados en ella. No le provocaba una especial sensación, no exactamente, pero de igual forma pudo apreciar cada grabado, sobretodo del Faraón que, notó, le era demasiado familiar.

Téa, a su lado, inclinó un poco el cuerpo para observar más de cerca. Su ceño fruncido y sus ojos iban desde la tabla a Yami, y luego de la tabla a Yūgi.

—Hey, no sé si soy solo yo, ¿pero no se ven muy parecidos? —comentó señalando el objeto.

Yūgi hizo otro tanto acercándose, al igual que Yami y Mana. La chica de cabello alborotado boqueó sin poder expresar bien sus pensamientos, pero para Yami, que de pronto se había dado cuenta que la conocía mejor de lo que suponía, fue algo obvio: tenía un aire similar a la pintura de aquella galería.

A la pintura que había inquietado a Mana.

Con ambas cejas en alto y los labios ligeramente abiertos, Yami le preguntó a Mana en silencio si se encontraba bien.

Ella no alejó los ojos de la tabla cuando habló:

Atem... —dijo con total anhelo y/o apreciación antes de señalar con el dedo índice al de apariencia similar a los mellizos —. Estoy segura. Él... ¡Atem!

—¿Atem? —repitió Yami volviendo la mirada al objeto en exposición.

—¿El Faraón de ahí se llama «Atem»? —quiso saber Yūgi apretando la mano sobre su Rompecabezas del Milenio.

Téa intercaló la mirada entre sus amigos con una expresión que decía toda la confusión que estaba sintiendo en ese momento.

—¿Huh? —frunció el entrecejo y miró la leyenda escrita a un lado de la tabla. Una sonrisa agraciada adornó su rostro unos segundos después —. Pff... ¿De qué hablan, chicos? El que está aquí es el «Faraón Sin Nombre». Ya saben, el que se sacrificó por el bien de Egipto...

¡Sí lo es! ¡Es Atem! ¡Atem! ¡Su nombre es Atem! —contestó Mana repetidamente como si Téa fuera a escucharla —. ¡Lo sé! ¡Yo lo sé y apuesto a que la familia de Marik también lo sabe! ¡Su nombre es Atem!

Sin embargo, antes de que alguno pudiera decir algo más, la voz femenina que minutos atrás había estado hablando los interrumpió mientras se ubicaba al lado de la tabla.

Su expresión era dura y algo desconfiada, con una ceja en alto y los brazos cruzados sobre su pecho al mismo tiempo que alzaba la barbilla como si los estudiará.

—Efectivamente. Es el «Faraón Sin Nombre» el que está ahí —aclaró mirando a Téa y después a los mellizos —. Ustedes deben ser los nietos de Solomon Mutō, ¿me equivoco?

Yūgi sonrió un poco avergonzado y negó.

—Sí, lo somos. Creo que el cabello nos delata, ¿no? —se pasó una mano por la nuca.

Entonces la expresión de la mujer se suavizó.

—Un poco, sí, pero creo que el Rompecabezas termina por quitar cualquier duda —respondió relajando los brazos a los lados de su cuerpo y apoyándose en su pierna derecha —. Mi nombre es Ishizu Ishtar. Quizás mi hermano Marik les habló de mí.

—Sí, nos dijo que eras la dueña de este museo —mencionó Téa inconsciente de la expresión pensativa de Yami.

—En parte lo soy. La verdad es que mi prometido es el que mueve todos los hilos, por decirlo así —rodó los ojos y sonrió ante su propio comentario antes de quedarse en silencio unos segundos —. Ustedes... Tienen algo en mente, ¿no es así? ¿O debería decir «alguien»?

LA CHICA DEL ROMPECABEZAS [COMPLETO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora