El método del diablo

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Estaba denuevo en ese maldito lugar. Uno muy frio para ser el mismísimo infierno. Uno donde, además de los gritos de las almas en pena y los entes demoníacos, había una persona cuya aura imponía el miedo y el respeto, Damien, el principe de las tinieblas.

–Ugh... Me duele mi maldita espalda. ¿Cuando van a mejorar la recepción?

–Está destrozada, genio. Igual que todo lo que quedó de tu cuerpo. Y no esperes mucho, esto no es un resort 5 estrellas de muertos.

–Eso explica mucho —Dije con incomodidad ante la sensación de un cuerpo hecho añicos— ¿Me harías el favor?, se que puedes. Es molesto aguantar tanto.

–Pffff —Dijo incomodado y salió de entre las sombras— Siempre me haces trabajar de más, maldito. Cuidate por tu cuenta.

Vi denuevo a aquel demonio, de apariencia de niño de 16 años, con piel pálida, ojos rojos de serpiente, y un cabello negro, opaco y apagado. Volvía a tenerlo frente a mí después de un largo tiempo de no haber muerto.

Su apariencia, que solía provocarme miedo y pesadillas, era ahora la de un amigo más. Al fin y al cabo, el me había visto en situaciones peores desde mi primera muerte. Ya era una costumbre verlo cada que llegaba mi destino.

–Es interesante cuanto resiste tu cuerpo —Chasqueó sus dedos, e inmediatamente sentí como mi cuerpo había sido reparado— Intenta cuidar más eso. Si quedas totalmente destrozado no podré devolverte a tu forma primigenia.

–Lo sé. Me lo has dicho mas de 100 veces. Cada que muero, la verdad. —Dije mientras me miraba ante un rio de sangre que me servía de espejo.

–125 veces y sigues muriendo como un imbécil.

–¿Así ha sido siempre no?

–¿Cual fue la razón ahora? —Me preguntó, flotando frente a mí con una mirada fija.

–Me atropelló un bus, o un camión, no sé bien. Recuerdo unas llantas derrapando en la via. Nada grave.

–¿Pero que demonios haces allá? Ni siquiera haces un esfuerzo en no morir.

–Estaba algo distraido, tenía mis problemas... Oye Damien, ¿porque esto nunca se quita?

Noté que un cicatriz en mi pectoral izquierdo seguía presente desde hacía tiempo atrás. Era bastante amplia y notoria.

–No lo sé. Debió haberse hecho mientras estabas en vida y no supuso mayor daño. Si te hubiera provocado la muerte, ya se habría borrado al restaurar tu cuerpo.

–Ya veo... Se me hacía extraño, todo se reparaba menos eso. Por cierro, disculpa la incomodidad pero...

–Dilo

–¿¡Podrias darme nueva ropa también!? ¡estar desnudo en este puto sitio es horrible!

Siempre que llegaba al infierno, lo hacía sin mis posesiones materiales. Dicho de otro modo, solo llegaba con lo propio mío: mi cuerpo.

–Ah, verdad. Disculpa, disfrutaba la vista de tu humanidad —Dijo en tono sarcástico burlándose de mí— es interesante. ¿Todos los hombres tienen eso?

–Basta. Eso está reservado para otra persona... Dame la ropa, por favor.

–Como digas. ¿Lo mismo de siempre?

–Supongo.

–Ten —Damien volvió a chasquear sus dedos y la ropa se materializó frente a mí— Una camiseta blanca, unos jeans naranjas, tus botas de nieve negras, y la gabardina naranja. Sigo sin entender porque tu abrigo es el único que jamás se destroza.

Final InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora