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Acababa de quedarse dormido y yo, apoyado en mi brazo mirándolo de costado, no podía parar de disfrutar al recordar lo mucho que había disfrutado tocándole. Habíamos jugado como chiquillos de dieciséis años pero no me importaba ir al ritmo que Raoul necesitara. Estábamos ahí, siendo lo que fuera que quisiéramos ser, dándonos todo lo que nos podíamos y queríamos darnos, no se había marchado. Quizás no habíamos hecho el amor como tal, pero el amor que hacía Raoul en mi corazón no tenía comparación con cualquier clase de sexo. Me quedé dormido cinco minutos después, con la respiración regular y el alma tranquila, con ambos lados de la cama calientes y un brazo sobre mi cintura.

Desperté solo, pero esta vez sabía que no había sido un sueño porque aun seguía el olor de Raoul impregnado en la almohada y toda su ropa estaba por el suelo, podría despertar así el resto de mi vida. Me levanté y ni siquiera me vestí, solo llevaba los calzoncillos pero me gustaba como quedaba la mezcla de nuestra ropa tirada por el suelo. Salí de la habitación y me dirigí a la cocina, allí, Raoul se peleaba con la cafetera. La escena me pareció adorable.

-¿Te echo una mano?- me miró sonriendo y asintió- Eres muy torpe eh.

-No me digas eso, te voy a comprar una cafetera de las nuevas. Por Dios Ago, si esta cafetera es como la que usa mi abuela- se sentó en la encimera mientras yo hacía el café. Cuando lo eche en un vaso con leche y azúcar se lo di-. Gracias.

Bebimos el café en silencio, con tranquilidad. Miré la hora en el reloj de la pared, las una y media del mediodía. Raoul dejó el vaso vacío en el fregadero y después tiro de mi brazo para que me acercara a él. Di el último sorbo y lo dejé al lado del suyo.

-¿Qué necesitas cielo?- puso sus brazos alrededor de mi cuello, pegándome a su cuerpo lo máximo posible.

-No me has dado ni un besito- parecía un niño pequeño y a mi me encantó. Cogí su cara con mis manos y lo acerqué a mi hasta darle un beso lento y con cariño. Sabía perfectamente que me podría acostumbrar a hacerlo todas las mañanas-. Así está mucho mejor.

Bajó de la encimera y me fijé en que solo llevaba sus calzoncillos, como yo. Lo abracé por la espalda y comencé a besarle el cuello. Raoul lo estiró para que pudiera hacerlo mejor, o simplemente de puro placer. Comenzó a acariciar mi brazo y ha soltar pequeños gruñidos.

-No puedes llevar tan poca ropa Raoul- se giró y comenzó a besarme, y no sé en que momento terminamos tumbados en el sofá. Estaba encima de mi y sentía como todo nuestro cuerpo se rozaba y yo cada vez me excitaba más. El timbre. Comenzó a besarme el cuello, a morderlo, a chuparlo. Yo mientras le agarraba por la espalda jugando con el elástico de sus bóxers. El timbre. Raoul paró y yo volví a rozarme con él para que siguiera.

-Agoney han tocado al timbre- volvió a sonar. Se quitó de encima mía e intenté volver a controlar mi respiración, pero era imposible, lo único que quería era devorar a Raoul y no dejar ni una pizca de él.
Raoul fue a mi habitación y el timbre volvió a sonar.

Abrí y allí estaba mi queridísima amiga Nerea con los brazos cruzados encima del pecho mirándome con las cejas levantadas.

-¿A caso no pensabas abrirme nunca?- me hice a un lado para que pasase, rezando que solo tardase cinco minutos en irse y yo pudiera seguir con lo que habíamos dejado a medias.

-Si, perdón, tenía los cascos y no he oído el timbre- Nerea se sentó en el sofá y yo me quedé delante de ella de pie-. ¿Quieres algo?

-¿Qué pasó al final ayer con Raoul?- me senté a su lado y suspiré, no tenía ni idea de como mentirle y ni siquiera sabía por qué debía hacerlo.

-Nada, hablamos y aclaramos las cosas- me encogí de hombros para querer hacerle pensar que me era indiferente, pero ella no lo tenía tan claro.

-¿Y dónde ha dormido Raoul?- empezaron a sudarme las manos, ¿a caso era esto un interrogatorio?

-¿Y yo qué sé Nerea? Pregúntale a él, cuando terminamos de hablar se fue- le cogí del brazo, la levanté y la llevé hasta la puerta-. Ahora, si me disculpas- abrí-, tengo muchas cosas que hacer, así que, adiós- Nerea se fue a regañadientes y cuando volví a cerrar la puerta suspiré aliviado. Estaba claro que sabía que mentía, porque Nerea siempre lo sabía, pero al menos la había echado de allí.

Fui hasta mi habitación. Raoul estaba tumbado en la cama aun sin hacer. Se sentó cuando me oyó aparecer. Me quedé apoyado en el marco de la puerta mientras nos mirábamos.

-No me gusta mentirle a Nerea- le dije.

-Ago, cariño, necesito tiempo para saber como llevar todo esto- se levantó de la cama y se acercó a mi. Me abrazó por la cintura y hundió su cabeza en el hueco de mi cuello, sentí como respiraba mi aroma y me estremecí. Le acaricié la espalda con cariño, esto iba a ser complicado.

-Necesito que seas sincero conmigo- Raoul se separó un poco de mi y asintió para que siguiera hablando-. Necesito que me digas a dónde vamos y sobre todo si estás seguro de esto, no pienso mentirle a Nerea por nada, solo quiero saber si vamos hacia algún lugar, si de verdad quieres esto, y si no durará mucho la mentira.

-Mira, siempre he pensado que no hay nada que debamos esconder, que si sentimos algo debemos expresarlo y que los únicos que mandamos en nuestro destino somos nosotros mismos, Ago y yo es que quiero estar contigo. No quiero esconderte mi amor hacia ti pero es algo que me pertenece y que aun no estoy preparado para mostrar. Pero eso no significa que no lo vaya a estar nunca, solo necesito que me ayudes- yo asentí. Si, sabía que seguramente le costase pero el simple hecho de aceptar sus propios sentimientos ya era dar un paso. Me acerqué y le di un tierno beso en los labios, Raoul sonrió.

-Vale, iremos a tu ritmo- acaricié su nuca y él volvió a besarme. Tiró de mi hacia la cama y nos tumbamos mientras que nos besábamos con ganas.

Comencé a acariciar cada parte de su cuerpo, no quería que se separase ni siquiera un poco. Volvió a la posición de antes, tumbado encima de mi, y volvió a besarme el cuello como si quisiera aprendérselo de memoria, y a mi me encantaba. Acabamos de nuevo desnudos, sintiéndonos. Jugando como críos por mucho que me encantase la idea de hacerle el amor hasta quedarnos secos. Todo mi cuerpo se ponía alerta con cada beso que me daba, con cada caricia y con cada risita que casi gemía cerca de mi oído.

Podría haberme quedado toda la vida disfrutando del tacto de Raoul, de sus besos y de la forma en la que me miraba ingenuamente. Si supiera todas las cosas tan sucias que se me pasaban por la cabeza cada vez que lo hacia, incluso se asustaría.

A las nueve y media de la noche, y después de comer una tortilla precalentada y hacer mil cosas más, Raoul se fue a su casa y yo me quedé tumbado en el sofá, boca arriba y con las manos encima de mi barriga, pero esta vez no miraba desesperado a la puerta. Solo llevaba los calzoncillos. No podía parar de pensar en lo que había ocurrido. Habíamos pasado de no ser casi nada a serlo casi todo en ni veinticuatro horas. De repente me sentí un poco cohibido, a veces me era difícil controlar mis propios sentimientos. Intenté no pensar mucho más en aquello pero fue lo peor. No dejaba de imaginar como sería la clase con Emma al día siguiente y mucho menos sabía como sería mi encuentro con Raoul, y eso me asustaba levemente pero a la vez me emocianaba.
Desde que Raoul había aparecido ya nada era lo mismo.

Hoy hablemos de nosotros- RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora