𝙚𝙧𝙚𝙨 𝙡𝙖 𝙡𝙪𝙯 𝙙𝙚 𝙢𝙞 𝙫𝙤𝙡𝙪𝙣𝙩𝙖𝙙

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Una semana después de eso lo hicimos oficial.

Antes de que su salud empeorara llevé a Millie al registro civil y nos casamos de nuevo sin que nadie se diera cuenta, solo nosotros, el abogado y los dos desconocidos quienes terminaron siendo los testigos, no fue mejor que nuestra primera boda pero al menos esta vez estaba escrito. Ahora, según la ley ella era la señora Wolfhard y lo mejor era que nadie lo sabía, guardar ese secreto era genial, serlo todo pero sin que los demás se dieran cuenta, algo solo de ambos, nuestro, aunque eventualmente debíamos decírselo a nuestros padres.

Mi madre casi me mata cuando se enteró, se le hizo algo difícil aceptar que su hijo ahora estuviera casado pero lo comprendió, mamá sabía que mi intención al hacerlo era buena, genuina, como mi amor. Además ella y la castaña se llevaban de maravilla, siempre tenían algo de qué conversar, yo era uno de los temas por ejemplo, podían pasar horas hablando y nunca se cansarían, mamá la amaba, aunque en general ¿Quién no puede amarla? Tenía esa manera única de ganarse a las personas a punta de sonrisas, yo había caído en el encanto.

Así que la mujer que me dio la vida no se salvaba tampoco. Hubo una tarde en especial que recuerdo estar mirándolas hablar sobre cosas de la iglesia en un minuto y al otro reír con locura. Ese día Mimi estaba en mi casa, en mi cama para ser específico, parecía cansada, de hecho últimamente su energía se encontraba en el mínimo por lo tanto las aventuras locas habían cesado, su fatiga había empeorado y ahora decía estar agotada todo el tiempo, era un síntoma, de hecho el doctor decía que apenas empezaban a mostrarse realmente, estos eran los efectos secundarios que traería en sus últimos días, no habían aparecido antes pero estábamos acercándonos a su fecha límite y todo iba a comenzar a cambiar, era como una patada al estómago, sin embargo no quise pensar en eso y simplemente dedicarme a pasar tardes dulces y tranquilas con mi chica.

Así que por un tiempo se quedó en mi casa, mi madre se encargaba de hacerla sentir acogida pero estaba algo frustrada por que su apetito había disminuido, ya no quería comer nada, todos tratabamos de hacerla comer por un poco, pero ni siquiera yo podría hacerla, solo abría la boca de vez en cuando para hidratarse, algo normal había dicho el doc.

Finalmente mamá lo logró ese día e hizo que se comiera unas cuantas galletas con chispas, su especialidad, no era la comida más sana pero era lo que ella quería comer y no le íbamos a decir que no, honestamente yo me contenía para ir a robarle una, eran mis favoritas.

— ¿Sabes quién ama estas galletas? — preguntó entretenida mientras traía un poco de leche, yo estaba jugando en mi computadora con mis audífonos puestos pero en realidad si las escuchaba.

— ¿Quién? — quiso saber Millie.

— Tú querido marido. — respondió aún divertida, casi podía imaginar a la señorita con sus mejillas encendidas aunque estaba de espaldas, yo no le había dicho que le conté la verdad, ups — Cuando estaba pequeño y llegaba de la escuela algo abrumado porque sus compañeros se burlaban, yo se las hacía, cuando algo bueno con la banda sucedía, se las hacía, cuando terminó con su primera novia, se las hice, cuando me dijo que iba a dejar la escuela para unirse a un banda él me hizo unas. — Mimi rió con mamá — Se quemaron, fue un desastre y supe que tenía que decirme algo malo, cuando se va de casa por alguna gira o promoción siempre le envío un bolsa llena para que coma en el avión o bueno cuando vuelve también, es nuestra tradición.

— Entonces tiene que darme la receta.

— Lo haré, ya eres parte de esta familia. — dijo animada, podía oírlo en su voz, yo sonreí, bien doble ración de galletas para Finnegan, era genial, no sabía si estaba feliz por eso o por el hecho de que mamá dijera que la castaña era parte de nuestra familia, se sentía más real lo de nuestra pequeña boda — Así podrás hacérselas todo el tiempo, o para ti cuando yo no pueda hacerte unas, las galletas siempre animan a las personas, un poco de azúcar no le hace nada malo a nadie, imagínate lo feliz que se pondrá cuando llegue a casa y tú le tengas una bandeja, o sus hijos, después de un día cansado de escuela les puedes hacer y... — de pronto se calló de la nada.

Esperaré por ti; fillieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora