Martina acomodó su mochila en su hombro izquierdo, y siguió caminando cuando el semáforo se lo permitió. Era invierno cuando las clases iniciaron, y este era el primer día de ella en la misma escuela que siempre, no deseaba encontrarse con las mismas personas que la maltrataban y la deseaban muerta todos los días, todas la semanas, todos los cursos…
Ella necesitaba quedarse en casa porque, no tenía las ganas de salir, su cuerpo no tenía fuerza, se sentía débil, vulnerable e inservible. Sin darse cuenta, estaba enfrente de las enormes puertas de la Institución, nada había cambiado, todo permaneció igual… Exactamente igual.
Emprendió su camino derecho a la Biblioteca hasta que tocara el timbre de entrada a clase, el timbre que odiaba, el que aborrecía. Bajó las escaleras, y caminó derecho hasta encontrarse con dos puertas de madera negra, estas brillaban y tenían un cartel arriba donde decía “Biblioteca”, tiró de esta para poder entrar a ese lugar, sin duda… Su lugar favorito. Saludó a la Señora Adams, quién siempre permanecía con una sonrisa en la cara, a pesar de sus años, sus arrugabas no eran más notorias que el año pasado, pero su pelo, cada día, estaba más blanco, y sin brillo. Aunque siempre, sus ojos azules resplandecían a cualquiera, a cualquiera que supiera admirar la belleza en alguna persona u objeto.
A esa hora nadie habitaba la Biblioteca, Martina no entendía cómo eso era posible, tenían montones de libros para leer, había de historia, acción, romance, suspenso, terror, literatura, ficción, y más. Ella tenía una adicción con los libros de romance porque, anhelaba poder tener una vida romántica, llena de pasión, lujuria, besos, caricias… amor.
Llegó a la sección de romanticismo, y entre tantos libros, escogió uno… “Romeo y Julieta” de William Shakespeare… Una amiga en sus vacaciones le contó que había leído el libro, y le encantó, entonces, Martina lo leería para saber si era bueno, o no. Salió de la estantería, y se encontró con un chavo sentado en la mesa de enfrente, sonrió para sus adentros al darse cuenta de que no era la única persona que decidía leer antes de que formar parte de un grupo de porristas, o en el caso del rubio en un jugador de balón pie.
—Hola. —Susurró el chico cuando Martina se sentó en la mesa.
—Hola.
— ¿Tú eres Martina Stoessel? —Preguntó este observándola fijamente.
—Sí, ¿Por qué?
—No, por nada.
Al decir esto, el chavo se levantó, y salió de la Biblioteca… Martina se sintió estúpida, humillada pero por sobre todo avergonzada, creía que alguien la entendería pero no, estaba sola… Como siempre.
Sus ojos se cristalizaron al pensar que siempre debía ser lo mismo, y cuando abrió el libro para empezar a leer, y meterse en su mundo sonó la campana. Se quejó en silencio, volvió a dejar el libro donde estaba antes, y caminó hacia el salón.
Entró por la puerta por los empujones que recibía –al igual que todos– y fue al último asiento de la fila derecha, ese era su lugar porque permanecía contra la ventana, y cuando llovía, o nevaba podía ver los copos de nieve o las gotas de agua caer enfrente a sus ojos. Sonrió.
— ¡Martina! —Gritó Jorge. — ¡Eres valiente! Volviste a este colegio, en vez de cambiarte… ¿Quién lo diría? —Asintió con la cabeza como un completo imbécil, y su novia llegó a su lado.
—Oh, déjala… ¿Para qué prestarle atención? —Sonrió, y le miró de costado a la chica haciéndola sentir insegura.
Cerró sus ojos con fuerza para evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, sentía la necesidad de correr al baño de su casa, mirarse al espejo, y con una navaja… Sentirse satisfecha.
El gorrito de lana beige que llevaba puesto no lo sintió en su cabeza, abrió los ojos, y Jorge estaba a su lado con su gorro en su cabeza. Empezó a decir cosas sobre este, y que tan mal quedaba en la melena de la castaña.
Lo ignoró como solía hacer el año pasado, y aunque siempre quiera intentar no creer lo que los demás decían de ella, no podía… Sentía que todas las palabras contra ellas eran ciertas, por eso mismo, se desquitaba con su cuerpo para satisfacerse.
— ¿Vas a llorar? —Dijo la novia de Jorge haciendo puchero en broma contra ella.
Todo el equipo de porristas rodeó su banco, y Martina se tensó… Pensó en qué le harían. No estaba el profesor presente para detenerlos, se sintió vulnerable, frágil como el papel.
— ¿Quieres llamar a tu mamá para que te venga a buscar? ¡Cierto, no puedes! Está muerta.
Martina agachó la cabeza en ese instante. No toleraba que jugaran con la muerte de su madre porque, no era algo chistoso, no se podía bromear con eso pero, sin embargo lo hacían. En especial, Stephie. Ella tenía todo lo que una adolescente quiere tener, y por eso era como era. Martina deseaba tener su vida, pero al mismo tiempo no.
Cuando bromearon sobre la muerte de su madre ella quería morirse irse con ella, el idiota de Jorge se quedó callado, Martina lo notó, pensó en si le habría pasado algo así si a el se le hubiera muerto su mama como a ella o su papa o algún familiar y por el solo hecho de ser fuerte a delante de sus “amigos “ se hubiera callado.
- Martina, haznos un favor a todos y muérete como tu madre.
Llegó el profesor a clase, y Martina pidió permiso para ir al baño. El profesor la dejó salir.
Al entrar a este, se miró en el espejo… Sus ojos cristalinos, sus labios pálidos, su pelo desordenado, sus lentes de contacto le molestaban. Acarició su muñeca y las ansias de cortarse para perder la mayoría de la sangre hasta morirse fueron muchas, ella solo deseaba morirse y hacerles el favor a todos de no volverla a ver. Respiró hondo, y bajó la cabeza, empezó a llorar. No entendía por qué todo lo malo le debía pasar a ella si ella era buena con todas las personas… ¿Qué le hizo ella al mundo para que la trataran de esa manera y para que el mundo la deseara muerta? Sin duda alguna Martina quería morirse porque estaba sola en el mundo no tenía a nadie más que a ella misma desde que su mama murió.
CONTINUARA...