CAPITULO 18

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Martina estaba estirada en su cama, dejando caer su cabeza por unos lados de la cama. Sentía una punzada en su muñeca, una punzada de dolor. Levantó su pierna y vio sus moretones en este, eran morados, y grandes otra vez la volvieron a lastimar. 
Estaba oscureciendo, se fijo en la hora en su reloj de mesa. Las seis y media. Cerró los ojos, y pequeños recuerdos como en luces le llegaban a la mente. Aparecía Stephie, escritorios, sillas, láminas de química y física que eran difíciles de entender. A los clones. A ella tirada en el suelo intentando buscar oxígeno entre las paredes. Todo estaba cerrado, y ella sufría cada golpe, lo sentía el doble de lo que jamás lo había sentido… Y eso debe ser porque le lastimaron en las mismas heridas. Abrió los ojos, y vio nublado, estaba llorando, las lágrimas caían por sus ojos, y sentía un peso en mitad de su pecho. 
Se levantó de la cama, al sentir unos golpes en la puerta principal de la casa. Se paró, y sosteniéndose de las cosas, llegó a las escaleras. Esperaba a Mercedes, y cuando intentó llamarla ella no contestó, así que le abriría, ella ya la había visto de esta manera muchas otras veces. No pudo conseguir mantenerse de pie sobre las escaleras, y cayó rodando por las mismas. Vio borroso, y cerró los ojos, los entreabrió, y se encontró con Jorge entrando por la puerta corriendo hacia ella. 
— ¡Martina! ¡Martina! Ma… —Y dejó de escucharlo, cerró los ojos, quedándose inconsciente en el piso.

Abrió los ojos, y observó la sala, sus cuadros, la televisión, el centro de la mesa pequeña entre medio de los sillones, la alfombra, el olor a flores que salía cada dos horas de un pequeño aromatizante automático, y el clima templado que había sobre esa casa. Pasaba los dieciocho grados, y el lugar era acogedor. No se acordaba lo pasado hace unas horas, o minutos… Solo sabía que llegó a la mitad de las escaleras, lo otro no se veía, el recuerdo quedaba en blanco. Volvió a tirar la cabeza para atrás, y apretó los ojos. Intentó moverse, pero su cuerpo le dolía, sus muñecas seguían punzantes. 
Escuchó un grito agudo, y abrió los ojos de golpe encontrándose con la rubia de su amiga parada mirándola con los ojos tan brillantes que parecían estrellas, si, así brillaban. Tapó su boca con la mano, y dio unos saltos, gritó el nombre de Jorge en alto. Él apareció por la cocina con una taza de chocolate caliente, y cuando vio a Martina levantada, se lo llevó. 
— ¿Qué me pasó? 
Jorge se sentó enfrente de ella con los codos apoyados sobre sus rodillas y entrelazó sus manos. 
—Caíste por las escaleras, yo toqué a tu puerta y cuando escuché un ruido dentro de la casa, entré, y te observé en el piso… No supe qué hacer más que llamar a tu novio y a Mercedes. 
Martina se preguntó dónde era que él estaba, no lo vio salir de ningún lado por los siguientes cinco minutos, Mercedes tomó su mano y la acarició despacio. Jorge miraba atentamente a esa escena, nunca pensó estar de tal manera en la casa de ella. Solía burlarse de ella, y empujarla si la encontraba en los pasillos. Ahora permanecía preocupado por lo que le pasa, hay veces que su mente solo pensaba en ella, y en lo que Stephie podría hacerle si era capaz de matarla. 

(…)

Mercedes se fue, le había explicado que cuando Diego la vio de tal manera en el sofá, salió del lugar. No la podía ver de tal manera, se había enamorada de Martina y por lo tanto, cuando observó tal escena sintió enojo, pena e infelicidad. Salió tan rápido como había entrado, y se fue de esa casa sin antes mirar a Jorge desde lejos… Cuando ellos llegaron, él estaba en la casa, y eso no le había preocupado hasta que empezó a pensarlo y reflexionarlo lentamente. 
Entonces, Jorge y Martina estaban solos en la casa. Ella estaba sentada sobre la escalera mirándolo cuando cerró la puerta. Se dio media vuelta, y caminó donde ella, se sentó a su lado, y le giró para verla a los ojos pero, Martina le ignoraba. 
—Era la primera vez que tocaba la puerta para entrar a tu casa. —Dijo, y Martina giró la cabeza, le sonrió. 
—Aprecio mucho que lo hagas. —Llevó un mechón de su cabello detrás de su oreja. 
Jorge bajó su cabeza, y una comisura de su labio se expandió por su rostro, y un brillo iluminó sus ojos color verdes. Martina se enamoró de ellos, lamió sus labios, y la cercanía empezó a ser escasa, cuando Jorge tenía una mano en su cuello acariciándolo, Martina volvió a la tierra. Miró esa belleza que tenía enfrente de ella, que era como la canela, sus ojos eran tan perfectos que parecían dos pequeños diamantes. Miró todas las fracciones de su rostro, cuando tensaba la quijada, cuando sonreía, y cuando su nariz se arrugaba un poquito. 
La puerta se abrió, y ambos escucharon la toz de una persona, y sabían que era el padre de Martina. Ella se separó de inmediato de Jorge, y no miró a Alejandro. Este le vería todos los moretones, y era lo últimos que esperaba, con la campera tapó las heridas de su muñeca, que por más que estuvieran cubiertas por vendas, se veían por la sangre. 
—Deberías irte. —Le susurró Martina a Jorge sin que su padre escuchara. 
—Vale. —Se pasó las manos por las piernas, estaba sudando. Se acercó para darle un beso en la mejilla, pero luego se alejó, levantó una mano para acariciarle la cara pero, la bajó. —Adiós. 
Su padre le vio salir por esa puerta, y cuando la cerró con llave, Martina ya estaba en la plata de arriba. Estaba toda lastimada, necesitaba tomar una ducha, maquillarse, y ahí recién podría hablar con Alejandro. La llamó y ella se detuvo en seco. 
— ¿Qué hacía un chavo en casa? 
Martina rodó los ojos, si tan solo supiera cuantas veces estuvo en la casa ese chavo, ese chavo de lindos ojos verdes. Sonrió pero, luego borró su sonrisa. No se iba a permitir volver a pensar bien de él, no quería pensar de Jorge de tal manera que pudiera enamorarse porque si no sufriría. Ella estaba a gusto con Diego por más que no haya pasado nada más, no eran novios pero, capaz estaban cerca. 
—Es un compañero de clase, papá. 
— ¿Compañero? No parecía eso, estaban a punto de besarse. ¿Es Diego? —Preguntó, y se deshizo de su corbata. 
—No, se llama Jorge. 
—No quiero que entren chavos a la casa si no estoy yo presente. —Exigió. Martina apretó los dientes. No se dio media vuelta aunque quisiera, formó sus manos en puños, y habló. 
— ¡Nunca estás en esta maldita casa! ¡Tienes derecho a poner reglas así! Siempre trabajas, nunca tienes tiempo para mí. —Exclamó, estaba enojada, demasiado y nunca se ponía así con su padre, le respetaba y quería mucho. 
Entró a su habitación, y con fuerza cerró la puerta de la misma, esta chocó y casi se rompe la cerradura. Se apoyó contra la puerta, y empezó a llorar. Ya nunca tenía tiempo con su padre, si alguna vez alguno de ellos muere, no tendrías recuerdos… no tendrían muchos.

CONTINUARA...

I wish you let me die |Adaptada|Terminada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora