Martina entró a su casa, y gritó el nombre de Mercedes pero, al parecer ella no estaba. Se escuchaba el ruido de los arboles chocando contra las ventanas, y la fuerza del viento contra la puerta, pero… luego, todo era completo silencio. Eran las diez y media de la noche.
Subió a su habitación, se deshizo de su ropa, y se puso el pijama. Cuando estaba por acostarse, alguien tocó a la puerta principal. Era muy tarde, pero pensó que podría ser su amiga. No habían peleado, pero, el momento era tenso.
Bajó corriendo esperando encontrar a la rubia vestida de la misma manera, dispuesta a abrazarla, pero no fue así… Al ver por la abertura de la puerta, vio a Jorge parado con las manos en los bolsillos delanteros, y temblando.
La temperatura había bajado muy rápido, y sintió pena. No iba abrirle pero, quiso. No supo la razón pero, quería dejarlo entrar. Al final de todo, él la salvó aquella noche. Capaz no estaría ahora viva, parada frente a la puerta si no hubiera sido por Jorge.
Pensó en lo estúpida que fue en querer acabar con su vida de esa manera. No iba a dejar a su padre, y ese momento de debilidad fue muy grande, y por eso, hizo lo que hizo.
Extendió la mano al picaporte, abrió la puerta, y Jorge levantó la vista para verle con la ropa del pijama, y una cazadora arriba. Martina se movió hacia un lado, y él con un asentimiento de cabeza entró. Sacó sus guantes negros, y los metió en su cazadora de cuero. Miró a la chica a los ojos, y ella le ignoró cuando sintió su mirada sobre su cara.
Iba a hablar pero, Martina le detuvo, negando con la cabeza.
No quería que él sintiera pena por ella, ni por su vida, ni nada por el estilo.
Él había sido una de las razones por la que dejó que una navaja lastimara su muñeca, y ahora, que Jorge intentara ser bueno; no servía. Las marcas físicas, tal vez no quedan para toda la vida, pero, el daño psicólogo nunca se va. Tenía marcas sobre el corazón, y el alma… Y capaz, jamás desaparecería.
—Si vienes por pena, o porque quieres decir perdón, no quiero oírte. —Martina cruzó sus brazos por sobre su pecho, abrazándose a sí misma.
Jorge lamió sus labios, y rascó la parte trasera de su nuca.
—Quiero ayudarte, a eso vine.
Martina chasqueó la lengua. Pensó en todos los insultos que le había dicho, y en todas las risas que había visto frente a sus ojos cuando le decían algo, y le maltrataban antes de empezar alguna clase.
No podría ayudarla, ya no tenía remedio.
— Joder no bromes Jorge tu nunca me ayudarías ¿Por qué? ¿A caso soy un proyecto de caridad o qué? —Alzó sus brazos a sus costados, y después los dejó caer. Sus ojos empezaban a brillar, lentamente con el paso de los segundos y del tiempo. No iba a derrumbarse, no ahí, no enfrente de él.
—Martina…
—No. —Dijo antes de que pudiera seguir diciendo algo que le hiciera enojar. —No puedes ayudarme, no puedes hacer nada… Solo ve corriendo a tu casa, llama a tus malditos amigos, y diles que loca crees que estoy. —Sonrió cínicamente, y mordió su labio inferior. —Ya no me importa nada, ni siquiera vivir. —Su voz se quebró, y miró hacia arriba evitando que las lágrimas salieran por sus ojos.
—No voy a contarle esto a nadie, Martina no se lo dire a nadie te lo juro.
No le creía.
No podía hacerlo.
La confianza era algo muy fuerte, era algo que cuando se tiene, y se pierde; no se recupera más. Y en este caso, nunca hubo confianza. Él era una imbécil, y ella una suicida, nunca podría haber ese tipo de vínculo entre ellos.
— ¿Por qué no me dejas en paz de un p… vez?
— ¡Te vi! ¡Te vi en mitad de la calle plantada frente a un autobús intentando quitarte la vida! —Le exclamó, tomándola de los hombros, y sacudiéndola. —Vi como no te movías, y como el autobús no iba a parar… Por eso no quiero dejarte en paz.
Martina tuvo flashbacks de momentos rápidos, vio una luz, luego se movió rápido, sintió como caía, observó a Jorge. Salió rápido de ahí, y luego, Jorge la detuvo para hablar.
Cerró y abrió los golpes deprisa.
Jorge le miraba con el ceño fruncido.
Martina hizo una mueca mientras negaba con la cabeza. No quería su ayuda, no le quería cerca, cuanto más lejos; mejor sería para todos. En especial, para ella.
—No quiero tu ayuda, no te quiero cerca. ¿Puedes hacer eso?
Jorge lamió sus labios, y asintió con la cabeza. Tomó los guantes de su cazadora, y caminó hacia la puerta que estaba a unos dos metros de donde ellos. Tenía la mano en el picaporte, a punto de abrirlo. Se volvió hacia Martina, y dijo:
—No voy a contarle a nadie, tienes mi palabra.
El silencio se apodero de esos segundos, y Jorge miró hacia el interior de la casa, para decidirse a salir.
—Gracias… Gracias por salvarme esta noche.
—Espero que sea la última vez que deba hacer eso. —Sonrió de lado, y cerró la puerta al salir.
{…}
Al día siguiente, fue a la casa de Mercedes, atendió Diego. Martina no tenía ganas de hablar con el, y fingir que tenía una sonrisa en la cara, así que, directamente le preguntó por su hermana, y corrió hacia su habitación. Ella estaba mirando a una foto de su escritorio cuando, se enteró de que Martina permanecía detrás de ella.
Se miraron por unos dos minutos seguidos, y se unieron en un abrazo que era como si no se hubieran visto desde hace mucho, mucho, mucho tiempo. Martina separó el abrazo que tenían, y le miró por un segundo, seguía de la misma manera que ayer, pero, tenía los ojos rojos. No quería saber la razón pero, ella sabía que era parte de la misma.
— ¿Qué pasó? Tienes lo ojos rojos.
Mercedes caminó a la cama. Se sentó, y se puso en posición de loto.
—Sentí miedo ayer… Es que, te fuiste muy rápido, no sabía qué hacer, me desesperé porqué no volvías, y pensé que te había pasado algo pero… luego, sentí como si estuvieras bien. —Frunció la ceja. —Las dos estamos locas, Martina. —Rió, Martina acompañó su risa, y se sentó en la silla del escritorio.
Martina suspiró, y se acomodó el cabello.
—Debo confesarte algo. —Dijo, y Mercedes asintió, esperando que continúe. —Ayer, intenté suicidarme.
Mercedes dejó caer su boca en forma de ‘o’. Y cuando iba a preguntarle cosas, iba a hacerle un interrogatorio, Martina siguió hablando.
—No vas a poder creerlo… Jorge me salvó la vida en ese momento. —Dijo, y la mirada de Mercedes bajó al cobertor.
Las lágrimas amenazaban con salir de los ojos de la rubia, sentía pena, y tenía que haber estado para ella aquella noche, pero no lo estuvo.
—Sabía que le importabas y muncho.
CONTINUARA…