CAPITULO 2

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Miró a su casa tan solitaria como desde el día en que su mama murió, y la miro por unos minutos, observando cada detalle que esta le presentaba y recordando los buenos momentos esos momentos que jamás podrá repetir, buscó la llave entre su mochila, y fue caminó hacia el porche, y abrió la puerta. 
Entró. Todo estaba silencioso como siempre, no había ni una mosca que se escuchara molestando por allá… En su propia casa se sentía solitaria pero lo más importante no tenía a nadie a quien apapachar ni con quien hablar, dejó sus cosas encima del sofá y llegó a la cocina, preparó algo para almorzar, su estómago rugía en su interior no había probado bocado desde ayer en la noche. 
Sacó un plato; jamón dulce; lechuga; queso; mayonesa; tomate y unas rebanadas de pan. Hoy tampoco fue su mejor día de suerte para ella ningún día era de suerte ni el día de su cumpleaños… Bueno, nunca  tenía los mejores días, los idiotas que le hacían sentirse mal nunca la dejaban de molestar. Se sentía realmente mal emocionalmente y psicológicamente, empezó a llorar nuevamente. Las lágrimas caían sobre sus mejillas rojizas nuevamente como en la mañana, dejó que estas se deslizaran por su rostro como siempre. Con la mano echa un puño se floto su nariz, negó con la cabeza tratando de convencerse a sí misma de que no importara lo que ellos dijeran que ella no iba a permitir que esos idiotas acabaran por matarla y en especialmente Jorge Blanco. Sabía que no era así a ella le importaba y mucho ellos la veían echa una muerta en vida y ella se mira a sí. Todo lo que tenía en las manos, lo cogió, después lo soltó y lo tiró al fregadero, corrió a su cuarto subiendo la escalera, dobló a la derecha y cerró con un fuerte portazo la puerta. Buscó entre sus cajones, su tan linda y ya deseada navaja… Fue al baño, y se miró en el espejo. 
« ¡Eres fea, eres una idiota y tonta! »
« ¡No vales nada, Martina! Despierta de una buena vez. »
« Si ambas nos morimos, seríamos felices por acá esta clara que no, ¿no crees? »
Repitió su mente, su conciencia en ella, eso lo que a ella le convirtió en una loca desquiciada que solo deseaba morirse. Y otra vez como siempre se pasó la navaja por la muñeca, se abrió sus heridas e hizo lo que siempre hacia para desaojarse de tanto sufrimiento nuevas cicatrices, la sangre corría sobre esta pero a ella no le importa y también corría por alrededor del brazo, no quitaba la vista de su reflejo, ella creía que con eso se sentiría mejor pero estaba equivoca pero ella  miraría lo que estaba haciendo, odiaba hacerlo, odiaba cortarse para vengarse de todo el sufrimiento que corría por su cuerpo. 
Sus ojos se presionaron con fuerza para que ajuntara las ganas inmensas de llorar, por estos ya caía agua como una cascada como una marea, se sentía una fracasada por a ser eso a sí misma. 
La única razón por la que seguía con vida era por su padre, Ambos sufrieron mucho cuando Mariana murió por que sin ella nunca volvería a ser lo mismo, porque su mama era la alegría de la casa, sin ella los días no eran nada, era una nube de color negra, no había color ni amor. El audio de recuerdo de su risa se esfumaba entre las paredes y con ella se fueron las ganas de vivir, todo se iba con los días, las semanas, los meses y los años. 
Quería a su padre tanto como a su madre el era la razón por la que ella aun seguía viva y no lo dejaría solo en esto por más que ella sufriera, lo amaba más que nada, era la única persona que le quedaba y sin el su vida no tendría sentido. 
— ¿Martina, hija ábrame? ¿Estás a dentro? —Su padre golpeó más fuerte la puerta.
Le costaba abrir la boca para hablar no tenía la fuerza pero, no quería preocuparlo más de lo normalmente —Si, me voy a bañar. —Dijo y se quedó callada, no quería que él le escuchará llorar
— ¿Estás bien, hija mía? 
—Si, papá. 
Y claramente, no lo estaba nunca más estaría bien. 

CONTINUARA...

I wish you let me die |Adaptada|Terminada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora