LA SANGRE SE ACERCA

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El cielo era negro como el carbón y las estrellas brillaban como plata en un fondo negro. Sólo eran las nueve y media, pero no había nadie en la calle. Todo el mundo se había metido en casa. Todos dormían, excepto dos familias: Los Valduciel y los Slora. Las dos familias estábamos reunidas en nuestra casa, la más grande de las dos, pues en ella vivíamos los cinco miembros que la formaban.

—De acuerdo- empezó mi padre, Steeven Valduciel- los jóvenes que se vayan al dormitorio de arriba.

Cadie, mi hermana pequeña, subió rápidamente las escaleras. No le gustaba nada meterse en los asuntos de vecinos, porque ella creía que eran asuntos de vecinos.

—Tú también Ivy- me dijo mi padre- súbete a la habitación con Matt.

—¡Qué! ¿Por qué?- exclamé yo- tenemos catorce años. Sabemos afrontar estas cosas.

Matt asintió a mi lado.

—Matt puede quedarse, si sus padres quieren- respondió él- pero tú, eres mi hija, y por eso, te subes arriba.

Los padres de Matt se negaron a que estuviese. Parecía que nos iba a tocar quedarnos arriba con mi hermana, hasta que mi madre opinó.

—Yo creo que deben quedarse. Les hace falta saber que les puede pasar.

—Pero Didi- opinó Sophia Slora, que era muy protectora con su único hijo- es demasiado para ellos.

Aunque tenía muchas ganas de asegurar que podíamos saberlo, no dije nada porque mi madre estaba de nuestra parte, y si hablaba, podía cambiar de opinión en una fracción de segundo.

—Mamá- llamó Matt a su madre- sabemos más de lo que creéis, no somos Cadie, que huye corriendo. Sólo queremos ser parte de las reuniones.

Yo asentí. No podía haberlo explicado mejor. Miré a mi padre, parecía furioso porque me había quejado.

—Vale, os podéis quedar. Me habéis convencido.

Él sonrió. Matt esbozó una sonrisa y yo le abracé. Nos sentamos al lado de mi madre.

—Estamos aquí porque me han llegado avisos de que corremos peligro- dijo mi padre.

Sophia se estremeció y Matt le agarró la mano y le susurró algo.

—Pues debemos irnos lo más pronto posible- respondió Leof Slora- mañana a las siete todos preparados.

—Sí, sí, pero hay que aclarar dónde iremos- mi madre suspiró antes de seguir hablando- y que no sea muy lejos.

Todos empezaron a decir donde podríamos ir. La madre de Matt opinaba que a una gran ciudad, porque sería más díficil encontrarnos, y su marido decía que no. Hablaban sin respetar turnos ni nada, y me cansé.

—Yo me sé un sitio.

Todos enmudecieron. Hasta Matt me miró sorprendido.

—¿Dónde?- preguntó Leof.

Tardé unos segundos en contestar. Todas las miradas estaban posadas en mí, había mucha tensión y me estaba agobiando.

—Es una aldea; se llama Salitya y está al norte, cruzado el bosque.

Mi padre se acercó a mí, posó una mano en mi brazo y miró a los demás.

—Ahí iremos.

A todos les pareció bien. Nos despedimos y Matt y sus padres se fueron. Yo subí al piso de arriba para darle la noticia a Cadie. Ella estaba ya acostada en su cama con el pijama puesto, tapada hasta los hombros y mirando al techo. Cuando me acerqué, me miró y sonrió.

—¿Te han dejado participar en la reunión?- me preguntó.

—Sí- le respondí- era una reunión tranquila.

Ella asintió con la cabeza.

—Nos mudamos- le dije. A Cadie no pareció gustarle.

—¿Por qué? Estamos bien aquí.

Estaba realmente triste, ella no quería irse. Ojalá no fuese tan sensible y pudiese conocer la verdad; no me gusta mentirle.

—A papá lo han despedido.

Cadie emitió un oh silencioso. Se sentó en la cama y echó las sábanas atrás.

—He estado leyendo un libro- me mostró la tapa.

Yo también lo leí, y está muy bien. De repente, un ruido me sobresaltó. Nuestro padre entró corriendo en la habitación y nos dijo:

—Hijas, preparaos, la sangre se acerca.

Mi hermana dió un grito y se levantó de un salto.

—Vamos Ivy, ayuda a tu hermana a vestirse.

Pero antes de que mi padre se diese cuenta, yo ya había vestido a Cadie. Los tres bajamos abajo, mi hermano Athan ya estaba allí y cogió a Cadie en brazos.

—Bájame- gritaba ella- tengo 10 años y quiero ayudar a mamá.

Pero Athan no la soltaba. Yo cogí las mochilas y me las colgué en los brazos y en los hombros. Me acerqué a mi padre y le pregunté si los Slora venían con nosotros. Él me aseguró que sí, que siempre iríamos todos juntos. Suspiré aliviada. Irme sin Matt y sus padres era impensable para mí. Eran como parte de la familia. Mientras, Cadie forcejeaba con Athan para que la soltase, y al final, mi hermano tuvo que bajarla, pues era como una serpiente, se le escabullía entre los brazos. Ella corrió junto a mi madre, que llevaba también dos mochilas, y juntas, fueron las primeras en salir por la puerta. Detrás fui yo, después mi hermano y finalmente mi padre.

El cielo seguía oscuro como el carbón y apenas se veía nada. A lo lejos, distinguí, por fin a Matt, que venía corriendo. Se puso a mi lado y los dos corrimos detrás de sus padres, de mi madre y de Cadie. Mi dulce hermana tenía lágrimas en los ojos. No soportaba verla así, y como Matt lo sabía, acarició su mejilla.

—Ivy- le miré a sus ojos vidriosos- ¿todo va a salir bien, verdad? Siempre sale bien.

Era la primera vez que lo preguntaba. Cadie era siempre la que animaba los momentos preocupantes, y ahora me preguntaba si todo iba a salir bien.

—Sí, intentaremos que todo salga bien.

Ojalá de verdad no pase nada malo pensé.
No quería haber vuelto a mentir a mi hermana, no en momentos como ese.

En los ojos del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora