LA MUERTE NO SIEMPRE ES NEGRA

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IIIIvyyy... Ivyyy...

Oía voces, voces penetrantes y gélidas que me producían escalofríos. Pero detrás de esas voces, habían otras que llenaban el silencio que las voces gélidas producían. Eran mis padres y mis hermanos, que gritaban mi nombre con súplica, desconociendo que yo ya no estaba. Todo a mi alrededor era un vacío frío, en el que reinaban dos silencios: el primero (producido por las terroríficas voces), y el segundo, un silencio permanente que me envolvía.

Yo quería despertar y explicarles que estaba bien, aunque no fuera cierto. Me llevaban a algún lado, pero desconocía dónde y por qué.
Era como flotar en un mar de aguas negras. Donde tu cerebro funcionaba, pero tu alma estaba en pena. Era como haber perdido el espíritu y ser un cuerpo flácido que se dejaba llevar por la marea, pero siempre con la mente despierta. Y os preguntaréis, ¿si sólo eres un cuerpo sin vida, cómo vas a pensar? No lo sé, pero así era como me sentía.

Y caí.

Caí durante varios segundos que se me hicieron interminables. Finalmente, algo duro golpeó mi espalda y volví a sentir. Volví a la realidad. Volvía a ser cuerpo y alma. Intenté levantarme, pero había perdido toda fuerza que hubo alguna vez en mí, y ahora sólo podía gruñir mentalmente y rogar.

—Podrías haberla bajado con un poco más de cuidado- oí que decía una voz masculina.

—¡Qué más da! Sigue en trance- respondió otra más grave.

Eso es lo que tú te crees, y menos mal que lo haces.

—Ya, pero podrías haberla despertado.

El otro gruñó. Desconocía su posición exacta, pero sabía que estaban cerca. Muy cerca.

Podrías, Podrías y más Podrías- farfullaba el segundo- Solo sabes decir eso.

—Si hicieras las cosas bien no pasaría esto, no es mi problema ser el favorito- dijo el más joven. Y entonces pude distinguir su figura entre la oscuridad. Estaba encogido de hombros y giró su cabeza en mi dirección.

¡Por Eowin! ¡Me ha visto! ¡Estoy muerta!

El joven empezó a caminar hasta posicionarse a mi lado. Yo sólo quería echar a correr, pero aunque recuperase mis fuerzas de golpe, no me daría tiempo. Se agachó y quedó de cuclillas. Me miraba directamente a los ojos y aunque los cerrase ahora, ¿de qué serviría? Un sudor frío me recorrió la espalda.

—Es bonita, ¿no crees, Fitz? Así, durmiendo plácidamente- le dijo al otro.

Espera, ¿qué? No estoy durmiendo, estoy bien despierta. ¡Me estás mirando a los ojos!

Y entonces caí en la cuenta. No quería hacerme daño, al menos no por ahora. Cerré los ojos, aprovechando la oportunidad de vivir que me había dado.

—Así mejor- susurró en mi oído- Que no te vea el estúpido grandullón despierta, o acabarás muy mal.

Noté como se alejaba de mí, pero no demasiado.

—¿Qué crees que le harán?- preguntó el tal Fitz.

—No lo sé, pero espero que duela mucho.

—¿De verdad?

—Sabes que no.

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Mirara donde mirara, solo veía palos de hierro. Exacto, barrotes. Barrotes de hierro. Sí, me habían metido en una jaula. Pero eso no era lo más insultante, lo peor es que era una jaula para pájaros. De esas que cuelgan del techo con una cadena, de esas. Y no, no había comedero ni bebedero. Si iban a tratarme como un pájaro, que lo hicieran bien.

En los ojos del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora