EN LOS OJOS DEL BOSQUE

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No teníamos dónde ir. Tampoco dónde volver. No nos quedaba nada a lo que aferrarnos, a excepción de miles de recuerdos dolorosos grabados a fuego en nuestras mentes.

Llevé mi mano a mi cuello, rozando la cadena de oro de la que colgaba ese rubí. Mamá y Maeva no llegaron a contarme la historia de la hija de esta, y no podía evitar preguntarme qué tenía que ver conmigo.
Llevábamos horas huyendo; casi veinte horas de pura incertidumbre y miedo. Cada vez sabía menos por dónde íbamos. Los árboles eran todos iguales y por más que me esforzaba en intentar orientarme, todo me llevaba a dejar que los demás marcaran el camino.

Y al fin llegó aquel temido eclipse. Sin avisar, sin dar tiempo a aclarar nada, porque al fin y al cabo, después de eso nada importaría. Si no conseguía sobrevivir, al menos, mi alma viajaría junto a la de Matt por el bosque durante toda la eternidad.
El sol no tardó en quedar ocultado por la luna. Aquello, inevitablemente me hizo pensar en Cadie, quien de pequeña lloraba con la partida de la luna y la salida del sol. Recuerdo que ella decía que mientras la luna estuviese, el sol nunca saldría y así tampoco nunca se apagaría de golpe. Cadie siempre tuvo ideas descabelladas, pero nadie jamás se lo reprochó y ella no dejaba de tenerlas.

Cuando la luna se volvió roja, todos se alejaron lo máximo posible. Fuego volvía a la faz de la Tierra después de años encerrado en las Tinieblas, y hoy por fin, conseguiría lo que tanto deseaba: Un mundo donde la magia reinara en cada esquina. Sería difícil, sí. Costaría vidas, ya llevaba dos.
Matt y la hija de Maeva (dueña del colgante con el rubí) serían las únicas muertes que se cobraría la profecía. Me lo juré y lo volví a jurar.

Cerré los ojos con fuerza, reprimiendo el llanto. ¿Moriría? ¿Viviría? ¿Qué se suponía que iba a pasar? ¿Me abriría y absorbería mi magica animo, dejándome sin nada? O, ¿Me llevaría con él más allá de lo terrestre? Que acaba siendo lo mismo. La luz de los astros, enrojecida gracias a su compañero, el elemento Fuego, me envolvió. Algo subía por mis piernas, lo notaba a través de la tela del vestido, pero no me paré a mirar. Y a la vez que me oprimía la garganta, una voz potente habló. Lo que sentí no soy capaz de describir, pero tampoco creo que nadie sea capaz de hacerlo. Aquellos que alguna vez juraron oír la voz de los oráculos jamás volvieron a ser tratados igual, pues su vida no retornaría a lo que era. Por eso, cuando Fuego emitió un grave gruñido sentí como todo temblaba y se retorcía tanto dentro como fuera de mí.

-Profetizada... Veo que sabes a lo que vienes.

Poco a poco, mi respiración se fue haciendo más entrecortada y sentía como el peso de mi cuerpo descendía. Y así fue desapareciendo toda sensación de tocar el suelo.

¿No dices nada? ¿Tanto que decir y no eres capaz de murmurar nada?

–Yo...

El momento abrumador que estaba pasando era aún más terrorífico al no tener un rostro al que dirigirme. Fijé mi mirada en la luz rojiza y contuve la respiración.

Te lo explicaré todo, Profetizada. Sí, hay mucho más de lo que crees saber. Y ahora, no te asustes, vamos a viajar un poco.

Y entonces, todo desapareció alrededor. Los árboles se esfumaron, el miedo se volvió confusión, las ganas de llorar pasaron a ser gritos y mi familia se convirtió en un recuerdo. Ya no tocaba la tierra. Pero tampoco volaba. Daba la sensación de ser algo, no alguien, y ahí comprendí que yo nací para ser algo y no alguien.

Soy su recipiente- recordé.

Solo percaté que estábamos girando cuando una imagen empezó a verse, ligeramente distorsionada. Un campanario se alzó imponente, con un tejado acabado en punta y construido de piedra gris. Rodeado de pequeñas casas tan juntas que parecían más grandes de lo que en realidad eran. Un manto oscuro cubría el hermoso pueblo, mientras que los diamantes del cielo no hacían ademán de aparecer.

En los ojos del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora