CORAZÓN DE TIERRA

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Corre, corre, corre. Era lo único que pasaba por mi cabeza. Las ramas de los árboles arañaban mi rostro, pero no podía pararme a observar mis heridas. Las ramas crujían bajo nuestros pies, pero ya no nos importaba, lo más crucial era salir con vida. Me giré, buscando a Matt con la mirada, pero no lo encontraba. Fui a preguntarle a papá, pero no llegué a abrir la boca. Un fuerte golpe hizo que me tambalease, mi cabeza daba vueltas y todo se había vuelto oscuro. Mis miembros no reaccionaban y perdí el conocimiento antes de tocar el suelo.

Media hora antes...

Ya estaba todo recogido, absolutamente todo. Incluso las tiendas estaban preparadas para colgarlas en las mochilas. Pero no debía entretenerme con cosas insignificantes, teníamos prisa por llegar a Salitya.

Suspiré. Mi nacimiento había marcado la desgracia en esta familia; ni siquiera Cadie podía tener una infancia normal. Athan tuvo algo de normalidad antes de nacer yo, pero poco duró, y en cuanto a mis padres, aún me pregunto porque no me entregaron al Consejo en cuanto se lo ordenaron. Les advirtieron sobre lo que ocurriría si me tenían, pero ellos, con más corazón que lógica, decidieron vivir huyendo solo por tener a su hija. Una hija que cada vez está menos cuerda.

Recogí mi chaqueta morada del suelo y me la puse. Odiaba tener frío, como ya dije anteriormente, eso me debilitaba. Corrí a ponerme al lado de Athan, y para su sorpresa y la mía, le abracé. Hacía más de cuatro años que no lo hacía, y cuando noté sus fuertes brazos rodeándome, con cariño y necesidad, supe cuánto lo había echado de menos. Podía fingir ser fuerte (y serlo) pero no podía negar que de verdad me hacía falta, que lo quería con toda mi alma y que el amor sí era la respuesta. Sabéis aquello de que "el amor es la solución a todos los problemas"? Pues, tal vez no a todos, pero sí a los míos; y con eso me bastaba.

—Vamos, Ivy. Ya es hora.

Me separé con una sonrisa en el rostro. Athan me revolvió el cabello y empezó a adentrarse en la profundidad del bosque. Yo esperé a Matt, que hablaba con su padre. Leof discutía con su hijo, pero Matt no abría la boca. Eso me impactó bastante. Él no solía dejarse gritar sin antes defender su argumento, y si alguna vez no tenía razón, primero debatía y después aceptaba las consecuencias de su error. Era un chico con las ideas claras y cabezota, pero a todos nos gustaba así.

Matt dirigió su mirada hacia mí, sin decir nada. Seguidamente, se giró hacia su padre y asintió con la cabeza. Leof, con su mano grande y tosca, acarició el hombro de su hijo antes de marcharse al lado de Sophia.

Con paso lento, Matt se iba acercando a mi lado. Y cuando creía que me mostraría una sonrisa o me daría un abrazo, me apartó dándome un empujón con el hombro. Él siguió avanzando, y yo... Yo me quedé helada, impactada, furiosa. Con los pies clavados al suelo, observé cómo se ponía a la cabeza del grupo; y entonces, sentí la necesidad de calcinar a alguien. Pero antes de hacerlo, me obligué a pensar. Antes de cometer un asesinato, debo de pensar a quién quiero matar...

Extendí el brazo y murmuré las palabras que harían despertar mi magia.
Dicimus ignem excitare.

Abrí mi mano y esperé, pero nada ocurrió. No sentí la magia corriendo por mis venas, el cosquilleo del poder, el ardiente fuego ansioso por salir. Y como si una mano de hierro me cogiera del cuello y un elefante me pisoteara, me sentí débil y diminuta. ¿Por qué? Era como si de repente hubiera perdido todo valor, aunque no pensaba rendirme por el simple hecho de que no hubiese funcionado, no lo haría. Así que me giré preparada para encarar a lo que se me pusiese por delante.

—¡Matt!- fue más una llamada de atención que un grito, pero no respondió- ¡¡Matt!!

El chico de pelo castaño se giró, harto. A decir verdad, no sabía de qué se hartaba. ¿Tal vez de mí? ¿Tal vez de la situación?

—¿Qué quieres?- preguntó.

—Que dejes de ser idiota por un ratito- espeté- Y ahora en serio, ¿qué ocurre?

Matt bajó la vista. Sus ojos marrones empezaron a cristalizarse y supe en aquel instante que no sabía qué hacer. Noté como su magia de la tierra se quebraba debido a su desesperación y corrí a apoyarle.

—Todo va muy mal- susurró con la cabeza gacha.

—Lo sé, pero...

—No, no lo sabes- alzó la vista. Su mirada era fría, dura, sin pizca de afecto, aquel afecto que siempre me hacía sentir bien- Crees que nuestra vida gira a tu alrededor, que lo que tú hagas no tendrá repercusión en nosotros, pero no es cierto. Estamos sufriendo, Ivy, sufriendo. Y no digo que sea culpa tuya, porque no lo es, pero por favor, no te pongas en peligro cuando te marches.

Mi corazón se encogió ante sus palabras. Ahora sí que sí, había perdido todo el valor. Él era mi amigo, quién me infundía ánimos y cariño cuando nadie sabía cómo hacerlo; y de repente, se había vuelto de corazón helado.

Pero lo peor de todo, es que a pesar de no ser el mismo, me seguía queriendo y supo (como siempre) antes que yo, que me marcharía. Para cuando noté las lágrimas deslizándose por mis mejillas, ya no había nada que hacer para pararlas. ¿Por qué me hacía llorar otra vez? ¿Por qué?

Matt se dio la vuelta y se puso de nuevo a la cabeza del grupo. No era capaz de mirarle, ya no era capaz de nada. Y justo cuando la necesitaba, apareció la mujer que dio su vida por la mía y que en ese instante la seguía dando.

–¿Por qué lloras, cielo?- me preguntó con voz melosa- Estoy contigo, pequeña, siempre.

Me rodeó en un abrazo y yo apoyé la cabeza en su pecho, sin derramar más lágrimas.
–No consigo hacer salir mi magia- le mentí, pero ella pareció notarlo, aunque no dijo nada.

–Por eso no te preocupes, nosotros te queremos igual.

Calla, mamá, por favor. Eso lo empeora.

Me separé de ella y le cogí la mano.

–Vámonos, ya es hora de llegar a Salitya.

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Nota eliminada


En los ojos del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora