TA'RA

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Estábamos rodeados. La sangre ya no se acercaba, si no que ya estaba allí: Los Hombres de Rojo nos tenían atrapados en mitad del bosque. El mismo bosque que Lían aseguraba que era malvado. Y entonces recordé que también le buscaban a él. Extendí mis brazos. Jamás había matado a nadie, pero ese día lo haría si fuera necesario. 

Aquella batalla sería la primera y la última, lo presentía. De alguna forma, acabamos formando un círculo, con Cadie y yo dentro. La furia quemaba en su mirada como nunca antes lo había hecho, y es que era la primera vez que la veía así. 

Los Hombres de Rojo atacaron primero, pero mi madre lo bloqueó con la misma facilidad que cuando lanzas un suspiro. Ellos parecieron alertar qué era y se echaron unos pasos hacia atrás.

Nadie se atreve a enfrentarse abiertamente a una Dea ignis- pensé con alivio.

El siguiente fue el padre de Matt. Leof hizo un movimiento extraño con las manos, soltó un suspiro, y sin previo aviso, Los Hombres de Rojo volaron varios metros más allá. Por desgracia, no volaron todos. Y ahí fue cuando todo se desmadró. Atacaban sin esperar a que el enemigo lo hiciera, por lo que al final, no sabía quién tenía más oportunidades de salir vivo. 

Escuché un quejido detrás de mí. Me giré ya con la magia a flor de piel, y pronuncié el encantamiento antes de ver siquiera quién era aquel soldado. Estalló en una nube de polvo y el viento se lo llevó lejos. Tardaría un tiempo en volver a su estado normal. Pero se acercaron más, con armas y gritando al viento. Cerré los ojos con más fuerza a la vez que deslizaba el pie por la tierra. Di una vuelta completa para así crear un escudo de magnitud 3, el más fuerte que conocía. Tres de ellos sufrieron graves quemaduras, pero el más alto consiguió lanzar una daga envuelta en hielo. Con la mente fuera de lugar, no reaccioné a tiempo. Noté como la hoja traspasaba la tela de la capa y se llevaba parte de mi carne a su paso.

Solté un quejido de dolor, pero no había nadie de mi familia cerca para escucharlo, y así era mejor. Deseaba coger aquella daga y clavarla en el corazón de quién se atreviera a herirnos más. Pero si lo hacía, mi piel ardería con el contacto del hielo mágico. En ese instante recordé un hechizo que me enseñó mi madre a hacer. Uno que venía perfecto en aquel momento. Necesitaba concentración, pero no podía dejar de lanzar hechizos. Sophia fue mi salvación cuando hizo que una rágafa de viento non magicae les anulara su magica animo y los mandara lejos.

–¡Gracias!

Visualicé en mi mente unas flechas doradas, lo más bonitas que podáis imaginar. El hechizo funcionaba así, más belleza más poder, supongo. Entonces, sólo tuve que desearlo con fuerza y ya lo tenía: Unas flechas mortales envueltas en llamas que apuntaban directamente al lugar donde yo les dijera. Fantástico, ¿verdad? Aproveché que Cadie se defendía de uno de ellos y acabé con él de un disparo en la escápula izquierda. No moriría, estaba segura. Pero cuando todo parecía ir bien, tres hombres mucho más grandes que Lían se abalanzaron sobre él. Si hubiera sido mago, probablemente les habría vencido, pero no lo era. No podía dejarle así, y aunque tenía muchos soldados detrás de mí, me daba lo mismo. Con gran esfuerzo y con más sangre brotando de mi herida, ordené a cinco flechas clavarse en los cuerpos de aquellos hombres. No los iba a matar, yo no era una asesina. Al menos aún no. 

Sólo con mi brazo derecho (el otro me dolía demasiado e intentaba aguantar mis lágrimas) ayudé a Lían a levantarse. Estaba mucho más magullado que yo: sus profundos ojos azules estaban surcados de heridas y cardenales; parte de su camisa estaba calcinada y me pregunté cómo había ocurrido eso. 

A Lían pareció inundarle la alegría al verme y sin dudarlo ni un segundo, me abrazó hasta dejarme sin aliento.

–Le debo mucho a ese Protector tuyo- carraspeó- al de ahora.

No me había fijado hasta entonces, pero todo estaba más calmado. No recuerdo ver a Cadie llegar. Ella lloraba y Lían la alzó. A veces me pregunto cómo es que podían con ella, tenía diez años. 

–Gracias...- gimoteaba. El alivio que brotaba junto a sus palabras se hacía notar, como siempre en ella. Mi hermana no tenía problemas para expresar sus sentimientos si de verdad quería hacerlo- Lo siento...

–Estoy bien, Cadie, no pasa nada.

Y ahí supe, con certeza, que la ropa calcinada se debía a que Lían había protegido a la niña de un hechizo mortal para ella. Mi hermana era Aqua y una sola ráfaga de ese hechizo la habría matado. Me costaba creerlo, pero era verdad. Nos fundimos en un abrazo que, muy a mi pesar, duró poco. Un ruido estridente, de esos que te hacen gritar con él, nos separó. El dragón de ojos amarillos había vuelto. 

–¡¡Ivy!! ¡¡¡Huye!!!- Matt me gritó desde la lejanía.

No quería huir, era mi lucha. Todos los demás sufrían por ella, ¿y yo iba a huir? ¿A alejarme de ellos? Si creían eso estaban bien equivocados. Pero el dragón rugió. No fue un rugido normal, como aquellos con los que soñaba de pequeña. Este creó una nube espesa y morada. Con un brillo atrayente, que sin previo aviso, empezó a girar hacia los dos lados a la vez. Poco a poco, la nube se fue haciendo más densa conforme yo me acercaba allí. No podía detenerme, mis pies andaban por sí solos y el terror me hacía de guía. Las lágrimas no pidieron permiso para caer y yo tampoco las reñí. Las voces de aquellos que quería se abrían paso en mi mente, como cuando estaba inconsciente en el hombro de aquel tal Fitz. Los árboles entonaban una melodía triste muy parecida a la que tocaba mi madre en el piano. Su nombre no me venía a la mente, pero hice todo lo posible por acordarme. 

Y así, sin más, me paré. No avanzaba, no retrocedía. La música seguía sonando y recordé.  La canción de su jardín secreto. Así llamaba mamá a esa melodía.

–Entréganos tu alma y ellos no sufrirán más- dijeron los Sangre, y yo asentí mientras en mi mente cantaba la letra de la canción.

–¡No!- vi a Matt corriendo hacía mí. Nadie hacia nada. ¿Por qué nadie ocupaba su lugar?- No os quedaréis con ella.

Los Hombres de Rojo que quedaban en pie se miraron y esbozaron una sonrisa cómplice. 

–¿De verdad piensas eso?- le preguntó uno de ellos, que casualmente resultó ser el que me había lanzado la daga.

Matt fue a responder, pero la voz no le salió al percatarse de que no se podía mover. Ellos estallaron en carcajadas tan burlonas que hasta a mí me hicieron sentir pequeña. En ese momento, el extraño y brillante círculo morado que había formado la nube, emitió una luz cegadora. Parecía de un color dorado y de pronto, mis pies volvieron a la vida. 

–¡¡No!!- grité hasta quedarme sin aliento. Sabía que si entraba ahí, no saldría jamás. Estaba dispuesta a morir si con eso salvaba a mi familia, pero no de esa forma, no ahí- ¡Dejadme!

Pero al parecer, sólo fueron mis pies lo que empezaron a moverse, porque Matt había recuperado el control de su cuerpo; y justo antes de que yo empezara a prepararme para morir, me susurró una palabra.

¿Cómo iba a saber yo, lo que él haría? ¿Cómo iba a saber yo, que casi todo estaba planeado? ¿Cómo iba a saber yo, que no moriría esa noche?

Corrió, con los ojos anegados en lágrimas, y a la vez que pronunciaba un hechizo de destrucción, entró en la nube. Nadie pudo pararlo, ni Los Hombres de Rojo, que maldijeron a Eowin por ser tan misericordiosa. Matt... Ya no estaba... Había sacrificado su vida para romper ese maligno círculo de almas... Y lo que era peor, se había sacrificado por mí.

No os puedo describir qué tan grande fue mi grito de agonía, pero sí que despertó algo en mí, y que se expandió como un látigo sobre aquellos que lo provocaron, causando su muerte entre terribles sufrimientos. Lo siguiente fue llorar. Llorar por la muerte de mi mejor amigo.

En los ojos del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora