Geiat apretó los labios mientras pasaba sus dedos por el collar que llevaba alrededor de su cuello, levantó la mirada viendo su imagen reflejada ahí, en aquel espejo tan brillante del castillo de los reyes. Todo lleno de lujo, de brillo y ropa tan suave y hermosa, como la que su madre llevaba. La hembra miró alrededor, y descalza caminó hacia el gran ventanal, asomándose para ver a más lideres llegar con su tropa. La muchacha estaba ansiosa, temiendo por los resultados de aquella reunión. Quería ayudar a sus hermanos, no quería volver a perderlos. Ya no.
Pasó sus dedos por el vestido de color piel, tan apegado y que llegaba hasta sus muslos, mientras que el arco se aferraba en su espalda y su cabello caía en sus hombros con gracia. Era su ropa, lo que representaba como hija de Hierro, como una sanadora, como una princesa.
—Tu belleza ha dejado mudo al rey Kal, princesa —señaló una voz ronca, empujando la puerta de madera. La hembra sonrió al ver a su tío Herios ingresar a la habitación con las manos ocupadas—. Eres hermosa, mi pequeña Geiat.
—Lo dices porque soy su sobrina, tío.
—Traje algo para ti, tu padre se lo obsequió a tu madre y ella te lo daría a ti al ser su única hija —la muchacha se sorprendió cuando su tío dejó caer un pedazo de tela dorada y ante ella se mostraran unas bellas sandalias de colores, hechas en sus mismas tierras. La muchacha se acercó pasando sus dedos por las pitas y luego por el diseño que tenía, eran hermosas, no había duda de ello—. Él las hizo, mi vida. Tu madre las amó.
— ¿Es lo qué quieres, tío? No creo que sea lo adecuado...
—Gariot estaría de acuerdo conmigo, princesa. Ven, te ayudaré a ponértelas —Herios sonrió, hincándose en el suelo para tomar el pie de su sobrina y colocarle la sandalia con lentitud, tomándose el momento para ver el diseño de tinta que Geiat tenía en su tobillo—. Demuéstrales que eres una muchacha muy sabia y fuerte, no dejes que te venzan, princesa. Vales más.
—Gracias tío, gracias por quedarte y no abandonarme —la muchacha se estiró, pasando sus dedos por sus mejillas para después inclinarse y dejar un beso en su frente. Su tío se había convertido en su padre, en su guía y su amigo. Le debía tanto, y aunque extrañaba a su padre, Herios había sido el padre en los últimos siete años.
Su tío sonrió con ternura, pasando sus dedos por su cabello oscuro y echándolo hacía atrás. Seguía igual de alto, y conservaba su mismo atractivo, tanto que más de una hembra había declarado su amor hacía éste, pero éste había respondido que no podía. Que, después de siete años: seguía de duelo por perder a su compañera y cachorro.
—Vamos, Goliat y Mireia está esperándonos —la muchacha asintió, poniéndose de pie. Sonrió al sentir la suavidad de las sandalias, y luego se giró, enganchando su mano en el brazo de su tío, para después salir de sus aposentos.
Avanzaron por el amplio pasillo, deteniéndose a ver a Mireia y a Goliat hablando animadamente. Su nueva hermana se veía hermosa, llevando un vestido verde oscuro hasta las rodillas, su cabello suelto y en su espalda su arco dorado, un regalo especial al que la compañera de su hermano, le confiaba su vida. Goliat esbozó una sonrisa en su dirección, inclinándose hacía su hermana vistiendo como los grandes guerreros, como vestía su padre Gariot.
—Te ves hermosa, querida hermana. Tu belleza los dejará sin ganas de opinar —Mireia apretó con suavidad su brazo y la princesa sonrió nerviosa.
—Mi querida princesa, padre estaría celos al verte tan bella, diría que pronto su hija contraería nupcias y huiría de sus brazos —Goliat se inclinó, dejando caer sus manos en los hombros de su princesa, se inclinó besando su frente con ternura para después murmura cuanto la amaba—. Aunque tío tampoco sería feliz con la idea.
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LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)
FantasyEsa bestia había terminado con todo lo que la niña quería, había destrozado y acabado con su inocencia y se había escapado sin pagar aquellos delitos. Ella pudo ser rescatada ¿pero de qué le sirvió? toda su familia había muerto y la muchacha estaba...