CAPITULO CINCUENTA Y UNO: EL VERDADERO ENEMIGO

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Cuidado lobo, cuidado que la caperucita no es la única,

Cuidado mi rey que otros quieren su corona,

Cuidado mi lairs que su hermano su corazón quiere tener.

—No —murmuró Mireia cuando vio los ojos del macho que había amado, del macho que había jurado ante la luna y el sol amarla hasta el final de los tiempos, esperarla en la otra vida y ahí ser felices. El padre de su cachorro, no, no podía ser Gokan quien estuviera al frente de aquella matanza, de aquellos seres que querían acabar con ellos, con ancianos y cachorros. ¿Qué clase de criaturas eran ellos, aquellos que no tenían corazón para matar a inocentes?

¿Qué clase de broma era esa?

Su corazón latió con desesperación cuando dio un paso hacia adelante encontrándose con los ojos rojos del que por mucho tiempo había sido su gran amor, el macho la miró y sonrió, pero no era una sonrisa tierna de aquellas que solía regalarle. No. Era macabra.

—Gokan —balbuceó llevándose la mano al pecho sintiendo el dolor ahí, sintiéndose perdida, miró a sus hermanos buscando respuestas y todos estaban igual o peor que ella, los ojos vacíos de Gariot, el dolor mezclado con ira de Gorius y Goliat, por ultimo estaba Geiat y Gorkan, la joven se sostenía de su tío mientras que el rey de reyes estaba ahí, de pie, recibiendo otro golpe, otra traición.

La joven negó repetidas veces cuando él bajó, cuando todos se hicieron hacia un lado como si estuvieran bajo un hechizo, incluso Gorkan, el espectro lo seguía en silencio, atrás como una sombra y tal vez poniendo algo en el aire para que nadie reaccionara, para que solo vieran. Vio la desesperación en los ojos de sus hermanos, vio el miedo y la rabia, olió el dolor en todos y se sintió mareada. La joven retrocedió llevándose las manos a la cabeza con desesperación, negando y cayendo al suelo de rodillas. Necesitaba de Basil, necesitaba a su cachorro.

Lo vio detenerse frente a ella, observó la capa negra arrastrarse y ensuciarse, la joven ocultó su rostro entre sus manos tratando de ahogar los sollozos que tenía atorados en la garganta. Jadeó llevándose las manos al cuello tratando de respirar con normalidad pero no podía, ¿Qué le sucedía?

—Vamos amor, respira, tranquila —le indicó con cuidado Gokan colocando sus largos dedos en las mejillas de la hembra, la muchacha lo observó obedeciéndolo y lentamente volvió a normalizar su respiración—. Así, eso.

— ¿Por qué? —logró articular, sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas y su corazón parecía que estaba dando los últimos latidos. Gokan ladeó la cabeza, no había arrepentimiento en su mirada, no había nada. Estaba vacío. Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa, una lóbrega que nunca había visto, así que echó el cuerpo hacia atrás para que el macho dejara de tocarla—. Tú has hecho esto, ¿por qué?

—Porque era necesario.

— ¡No! —gritó la hembra tratando de ponerse de pie pero otra vez se derrumbó, cubrió su rostro y ya no pudo retener las lágrimas, mucho menos los sollozos. Ni bien abrió los labios escaparon como una melodía triste, su llanto era fuerte y Gokan estaba ahí, observándola fijamente. La hembra se llevó las manos a su pecho sujetando con fuerza para calmar el dolor.

—Voy a volver Mireia, voy a regresar por ti y Basil

— ¡No! —lo empujó con fuerza y Gokan apretó las muñecas de la hembra, la sujetó tan fuerte que por más que ella se removió; no pudo soltarse—. Tú no vendrás por mí ni por mi hijo, porque antes Gorkan acabará contigo.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora