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En el pequeño pueblo boscoso en el que vivían no había mucho para hacer, pero Izuku se sentía realmente entusiasmado cuando tenía alguna excusa para salir de la casa de su tía, ya fuera para comprar víveres o, si tenía suerte, alguna lata de pintura nueva. 

Solía ir siempre a una tienda que quedaba a unos veinte minutos de la casa, en la cual se vendía un poco de todo. Desde comida ordinaria hasta pinceles de trazo fino. El anciano que atendía el lugar ya lo conocía, aunque no era muy simpático a decir verdad. Izuku sospechaba que tal vez su mala postura y forma de caminar le incomodaban.

A pesar de no sentirse bienvenido iba siempre caminando al menos dos veces a la semana, arrastrando su carrito de compras tras él y disfrutando del aire fresco que ofrecían las horas tempranas del día. El dolor que sentía luego al acostarse en su cama cuando la noche caía, valía totalmente la pena.

Ese jueves decidió ir como de costumbre a la tienda. Se puso el abrigo verde oscuro que le quedaba algo holgado y su calzado rojo favorito. También se cubrió la cabeza con un pequeño gorro que le había tejido su madre hacía mucho tiempo. Las mañanas, a pesar de ser agradables, eran bastante frías en el pueblo, y el trayecto desde la casa de su tía hasta la tienda no era precisamente corto. No para él, al menos.

El anciano que atendía la tienda ya ni se molestaba en observarle. Sabía que lo único que le interesaba al extraño chico de cabello verde era ver los pinceles más costosos por minutos eternos y luego salir sin ninguno de ellos. Sólo salía con la comida que le encargaba su tía.

Justo en ese momento Izuku se encontraba mirando curioso y con ojos brillantes un pincel nuevo que parecían haber traído recientemente, cuando de improvisto escuchó la campanilla que resonaba cuando alguien ingresaba a la tienda desde el exterior.

Hubiera volteado si el cuerpo del pincel no hubiese tenido esa madera tan deslumbrante que le llamaba desesperadamente. Estaba a punto de tocarlo para sentirlo entre sus dedos hasta que escuchó al dueño de la tienda hablar con gracia en su voz.

-Vaya, vaya, vaya. Miren quién me honra hoy con su presencia.

-Cierra la boca.

-Tranquilo, Bakugo.- rió el anciano.-  ¿En qué puedo servirte?

-Estoy buscando una mujer.- gruñó la voz desconocida.

-¿Una... qué?

-Una sirvienta.- pareció corregir. Fue entonces cuando Izuku decidió prestar más atención a aquella conversación ajena. -Busco una sirvienta.

-Aquí no vendemos sirvientas.

Silencio.

-¿Tengo cara de idiota?- preguntó la grave voz rasposa. Izuku, que fingía seguir viendo los pinceles, elevó sus cejas sorprendido ante la mala contestación.- Quiero poner un letrero. Necesito que escribas.

-Un letrero...

-Sí.

-Está bien.

Izuku volteó su cabeza brevemente justo cuando el hombre desconocido le daba la espalda. Y cuando vio que éste iba a voltearse, volvió su mirada a los pinceles rápidamente. Sólo había alcanzado a ver una extraña cabellera explosiva de un rubio pálido que hora sentía ganas de pintar.

-"Busco sirvienta...- comenzó a dictar el de cabello explosivo.- ...debe tener sus propios... sus... eh... sus propios...- Parecía que no encontraba la palabra.- ¡Maldita sea!- gritó de la nada golpeando el mostrador con fuerza, lo cual hizo saltar a Izuku en su lugar.- ¿¡Cual es la maldita palabra!?

-¿Sentido del humor?- preguntó el dueño de la tienda, al parecer ya habituado al carácter del rubio.

-No, mierda.- jadeó intentando calmarse.- Eh... artículos de limpieza. Debe tener sus propios artículos de limpieza. Con eso basta. Y luego...

-"Contacte con Bakugo Katsuki"

-Sí, pon mi nombre.

Izuku volvió a dirigir disimuladamente su mirada al mostrador, logrando ver esta vez parte del rostro y el ceño fruncido del rubio, el cual observaba impaciente cómo el dueño de la tienda escribía la información en un papel.

-Bien. Dámelo.- gruñó al verlo terminar, quitándole el papel de las manos. Izuku volteó alarmado cuando vio que el tal Katsuki comenzaba a acercase hacia donde él estaba. Se rascó la nuca y se encogió sobre sí mismo al sentir aquella mirada enfadada sobre él. Aunque luego se dio cuenta de que el hombre se había colocado de espaldas a él para clavar el papel sobre la pared de anuncios que tenían en la tienda.- Necesito una mano, eso es todo.- volvió a gruñir sin relajar su ceño, como dando explicaciones al aire.

Izuku observó de reojo cómo colocaba aquel papel arriba de todos los que ya se encontraban clavados contra la tela que cubría la pared. Pudo ver los brazos musculosos de aquel hombre que usaba una remera oscura sin mangas a pesar del frío que hacía afuera. También se preguntó qué haría para estar tan cubierto de tierra en su ropa. Seguro trabajaría en algo pesado.

Luego de eso el serio rubio volvió a caminar hacia la salida y se fue sin decirle ni una palabra al desinteresado dueño de la tienda que ya había vuelto a ojear el periódico del día.

Izuku decidió aprovechar aquella distracción y que nadie lo veía para acercarse a la pared. 

Tuvo que pegar un pequeño saltito para alcanzar el papel que el rubio había colocado demasiado alto, pero cuando al fin lo alcanzó rápidamente lo guardó bajo su gorro sin que nadie lo viera. Luego volvió a rascar su nuca, nervioso al haber cometido aquel acto que para él significaba ser deshonesto.

Se dijo a sí mismo que era para asegurarse... sólo por si acaso.

Salió de la tienda luego de elegir los pocos alimentos que su tía le había encargado, y alcanzó a ver a lo lejos a Bakugo Katsuki caminando por la calle de tierra, en sentido contrario a donde él vivía con su tía. El rubio también llevaba una carretilla entre sus manos, mucho más grande que la de él, empujándola por delante de su cuerpo bien formado.

Izuku sonrió sintiéndose muy entusiasmado, pensando que obtendría el trabajo para demostrarle a los demás que sí podía lograr lo que se propusiera.

Gracias, Bakugo Katsuki, por la oportunidad. 


-Deku- [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora