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-Supongo que voy a trabajar por... cama y comida...

Izuku se encontraba de pie junto a Bakugo, el cual le daba la espalda por completo, concentrado en encender y avivar el fuego de la caldera mientras se mantenía de cuclillas frente a ésta.

Acababan de llegar a la casa y el peliverde se encontraba realmente incómodo por no saber cómo tratar con el rubio que parecía estar tenso y molesto, ignorándole por completo desde que habían atravesado la puerta.

Izuku aún tenía su pequeña maleta entre las manos. No se había atrevido a dejarla en alguna silla o rincón de la casa, ya que sabía que aquello seguramente molestaría más a Bakugo.

-Yo...- intentó hablar nuevamente.- Yo... pensé que quizá 25 centavos a la semana para mis gastos... sería suficiente.- murmuró, sobresaltándose al instante cuando el rubio de cabello explosivo volteó hacia él para observarle ceñudo.

Izuku retrocedió cuando el hombre se enderezó, dejando bruscamente el palo de metal que usaba para remover el carbón dentro de la caldera. Observó también cómo éste salía de la casa sin decirle ni una sola palabra, manteniendo sus puños apretados con fuerza.

Se quedó inmóvil en su lugar, mirando hacia la puerta abierta por donde había salido Bakugo. Se quedó quieto, pensando en silencio que las cosas serían más complicadas de las que él había imaginado.

Cuando el rubio volvió luego de un minuto que se sintió como una eternidad, Izuku sonrió aliviado y comprendió todo al ver la leña que llevaba entre sus manos.

-Regresaste... pensé que me habías dejado.- rió en voz baja, viendo cómo la leña era arrojada por aquellas manos toscas dentro de la caldera.

Cuando terminó, Katsuki se puso de pie y se quitó el abrigo que se había echado encima anteriormente cuando fue a buscar al pequeño cabeza de brócoli a la casa de su tía.

Giró sobre sus talones para enfrentar a su nuevo sirviente, el cual le observaba inquieto.

-¿Qué... qué quieres que haga primero?- preguntó el peliverde.

-Si te lo tengo que decir mejor lo hago yo mismo.- gruñó de mal humor.

-N-No...- Izuku observó confundido cómo Bakugo volvía a salir de la casa, esta vez cerrando la puerta tras él fuertemente.

No supo muy bien qué hacer, por lo que decidió quedarse parado en su lugar mirando a su alrededor.

La casa seguía igual de pequeña que en sus recuerdos desde la última vez, igual de descuidada y acogedora. Izuku sonrió un poco, pensando en silencio que él sería muy feliz si tuviera una casa así que le perteneciera, un hogar que nadie pudiera quitarle.

Finalmente decidió caminar hasta la pared izquierda que contenía contra ella algunos muebles viejos y objetos empolvados sobre la superficie. Dejó con cuidado sus cosas allí, incluyendo su cenicero con conejitos verdes pintados por él mismo.

Se quedó un pequeño tiempo observando el cenicero entre sus dedos, recordando lo mucho que le había costado pintarlo sin que aquellos conejitos parecieran tener tres orejas por culpa del temblor en sus manos.

Estaba tan sumido en sus pensamientos que se sobresaltó al escuchar la ventana junto a él siendo golpeada fuertemente tres veces. Cuando volteó pudo ver cómo Bakugo le observaba enojado desde el exterior, por lo que rápidamente dejó de divagar y decidió comenzar a trabajar aunque no supiera exactamente qué hacer.

Dejó el cenicero de lado sobre el mueble y sostuvo entre sus manos algunos platos sucios que estaban cerca de él, enseñándole al rubio que ya se había puesto en movimiento. Bakugo se alejó de la ventana después de verlo, por lo que Izuku pudo volver a respirar tranquilo.

-Deku- [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora