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Katsuki salió del hospital por la misma puerta que había entrado la noche anterior. 

Los rayos del sol de la mañana encandilaron su rostro decaído, y tuvo que observar un par de veces hacia los lados para intentar ubicarse. 

Un minuto después divisó su camioneta justo donde la había dejado, y un impulso involuntario le hizo voltear hacia el hospital tras su espalda. Pestañeó dos veces de manera rápida al recordar que ya no había necesidad de esperar a Deku, y entonces comenzó a caminar hacia el vehículo aparcado junto a la acera.

Se sentó en el lugar del conductor con pesadez, y luego de cerrar la puerta permaneció quieto con la vista al frente. En verdad aquella mañana estaba soleada y despejada, llena de gente tranquila en las calles, y todo parecía tener mucho más color. A Katsuki no le extrañó notar aquello, ya que las últimas semanas había nevado junto con tormentas intensas casi todos los días.

Sin embargo, ahora sentía como si hubieran cambiado de estación abruptamente.

Condujo hacia su hogar de manera lenta, ya que la verdad era que no quería llegar. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez en que volvió a la casa y Deku no estaba allí esperándolo. Estaba seguro que todo se sentiría vacío en cuanto pisara aquel lugar que antes era sólo suyo.

La verdad era que ya no recordaba cómo demonios era la casa antes de la llegada del cabeza de brócoli. Siempre que imaginaba su hogar, obligatoriamente había pinturas por todos lados. Flores, árboles, cielos y animales de colores demasiado brillantes. Debía admitir que le había costado acostumbrarse a todo eso, pero el arte de Izuku nunca le había desagradado. Todo lo contrario. Le gustaba su estilo sincero, simple y puro, y gracias a aquellas pinturas había podido entender y conocer al peliverde a un nivel especial.

Cuando llegó, sólo tuvo fuerzas para sentarse en la silla junto a la ventana. Dejó la puerta abierta, por lo que la brisa fresca del exterior entró y movió los papeles pintados sobre la mesa. 

Katsuki observó los cuadros y pinturas en las paredes, sintiéndose ahogado de una manera extraña. Casi podía decir que Izuku no se había ido, y es que era difícil no verlo con tanto color a su alrededor. Su casa entera parecía una obra de arte, y sólo entonces se percató de lo mucho que en verdad el peliverde había pintado.

Se puso de pie cuando la brisa del exterior se convirtió en un viento con fuerza, y varias cosas que estaban en la mesa habían caído al suelo. Katsuki juntó entre sus manos los papeles y el cenicero pintado de conejos que Izuku tanto amaba y usaba al fumar. Quiso romperlo entre sus dedos por todo lo que aquel objeto representaba. Quiso hacerlo... ya que por culpa del cigarrillo la salud del peliverde se había deteriorado mucho más rápido, pero luego terminó dejándolo sobre la mesa con un suspiro prolongado. Sabía que Izuku amaba ese estúpido cenicero. Nunca podría romperlo.

Al dejarlo entre los demás papeles, se percató de una pequeña y rectangular caja de lata que estaba tapada casi en su totalidad por pinceles secos. Decidió sostenerla entre sus manos, abriendo la tapa para encontrar tan sólo un simple papel envejecido por el tiempo, pero no por ello arruinado. La verdad era que estaba perfectamente doblado, por lo que Katsuki no pudo ignorar su curiosidad y decidió abrirlo.

Sólo había un breve texto escrito, pero fue suficiente para que los ojos del rubio volvieran a cristalizarse.

"Busco sirvienta. Debe tener artículos de limpieza propios - Contacte con Bakugo Katsuki"

Sonrió leve, comprendiendo al fin por qué sólo Izuku se había presentado para aquel trabajo hacía ya tantos años. El inmaduro cabeza de brócoli se había robado su anuncio. 

Negó con la cabeza, enternecido, y luego de limpiar sus lágrimas y dejar aquel papel en donde estaba, decidió salir por la puerta para observar el paisaje de manera breve.

Respiró profundamente una vez, en silencio, agradeciendo al aire por haber tenido la oportunidad de conocer a Midoriya Izuku, y luego dirigió su mirada hacia el cartel que decía "pinturas a la venta". 

No tardó en sostenerlo entre sus manos.

Aquel cartel ya no tenía utilidad. 

Entró a la casa nuevamente con el cartel bajo su brazo, y luego simplemente cerró la puerta con suavidad tras su espalda. Fue entonces cuando la única fuente de luz que quedó para iluminar el interior del hogar fue la ventana por la que Izuku solía mirar cuando pintaba.











 Fue entonces cuando la única fuente de luz que quedó para iluminar el interior del hogar fue la ventana por la que Izuku solía mirar cuando pintaba

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El total de la vida.... ya enmarcado...

Justo ahí...





























Fin~

-Deku- [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora