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Katsuki prefería hacer todo solo.

Le gustaba estar por su cuenta, no tener que preocuparse por deberle nada a nadie. Además, el trabajo hecho por uno mismo siempre era el mejor realizado, aquello lo tenía bien en claro. No le gustaba que las cosas no se hicieran a su manera.

Por eso, aquel día de nubes grises, Katsuki estaba sumamente irritado ya que el pescador al que siempre le compraba (el cual era innecesariamente amigable) había tenido la idea de ayudarle a descargar la madera y chatarra que juntaba a diario en la parte trasera de su coche. El maldito bastardo había sido tan insistente que Bakugo tuvo que aceptar a regañadientes para no explotar y armar una escena en medio del mercado lleno de gente.

El viaje de regreso hasta su casa junto al irritante pescador había sido un infierno, y se sintió sumamente aliviado cuando al fin llegaron y bajaron del vehículo para descargar las cosas de la parte trasera.

-¿Qué vas a hacer con todo esto?- preguntó el pescador extrañado, deshaciendo el nudo de la soga con la que sostenían toda la chatarra.

-Venderlo, o dejarlo por ahí.- respondió el rubio sin mirarle, comenzando a dejar algunas tablas viejas de madera en el suelo.

-¿Venderlo? ¿Quién te lo compraría?

Bakugo estuvo a punto de gruñirle al irritante vendedor por su tono de burla, pero justo en ese momento escuchó cómo la puerta de su casa se abría lentamente.

Maldijo en voz baja, levantando la mirada para encontrarse con el tímido cabeza de brócoli que se asomaba con curiosidad hacia donde ellos estaban.

Volvió a maldecir cuando vio de reojo cómo el pescador ampliaba sus ojos con sorpresa al ver a Izuku.

Así era. El inútil peliverde que había salido de la casa sin permiso ahora se acercaba a ellos como si tuviera derecho a hacerlo, y para empeorarlo todo, Bakugo podía ver que el estúpido pescador comenzaba a malinterpretar las cosas por su sonrisa socarrona.

-Hola...- saludó Izuku con timidez.

El pescador miró a Bakugo con la boca aún entreabierta por la impresión.

-Hola.- devolvió el saludo, volteando una vez más para mirar al simpático chico de pecas que se retorcía las manos en la ropa por los nervios. En verdad no podía creerse lo que estaba viendo. ¿Serían ciertos los rumores del pueblo?

-Hace un día lindo.- asintió Izuku, intentando tener una charla con aquel hombre desconocido que no dejaba de sonreír ampliamente, mirándole y luego mirando al rubio como si exigiera explicaciones de algo.

-Así que..., Bakugo, tienes un compañero, ¿eh?- rió el vendedor, observando al rubio que ya no les prestaba atención. Sólo se limitaba a bajar las cosas del vehículo, con mucha brusquedad.

-Métete en la casa.- ordenó con voz grave y ronca a Izuku, el cual se estremeció por su calmo tono lleno de tensión. Era obvio que estaba enojado.

-Anda, dime, ¿de qué se trata?- insistió el pescador sin borrar su sonrisa.

-Sólo trabaja para mí, mierda.- respondió Bakugo, intentando controlar su ira creciente.- Alguien tiene que vigilar la maldita casa.

Izuku volvió a temblar cuando el rubio dejó caer demasiado fuerte una chapa contra el suelo.

-¿Y te conseguiste un hombrecito lindo de ojos verdes para el trabajo? ¿No sería mejor un perro más bravo?

Bakugo no contestó. Siguió bajando las cosas de su vehículo y entonces Izuku se dio cuenta de que era mejor irse para dejar a ambos hombres trabajar en paz.

-Deku- [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora