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Los siguientes días, Izuku continuó pintando en la pared sin poder evitarlo, pensando que sólo se detendría cuando Katsuki así lo ordenara.

Pintó flores de distintos tamaños y colores, también delineó con su pincel algunos pájaros e incluso comenzó a pintar la pobre gallina que él mismo había asesinado.

Aún se sentía algo culpable, pero no se arrepentía para nada.

Justo cuando había comenzado a pintar pacientemente otro pájaro de color azul, escuchó cómo alguien tocaba la puerta desde afuera, interrumpiendo su trabajo.

Se tensó al instante, sabiendo que no era Bakugo ya que este siempre volvía a la casa cuando el sol se ocultaba.

-¡¿Hola?! ¿Alguien en casa?- escuchó que exclamaba una voz de mujer desde afuera.

Rápidamente limpió como pudo sus manos manchadas de pintura y luego caminó hacia la puerta. La entreabrió con inseguridad mirando hacia el suelo, en donde poco después pudo ver unos elegantes zapatos de mujer de color rojo oscuro, los cuales le parecieron sumamente incómodos pero bellos.

Subió la mirada poco a poco, observando la ropa elegante que llevaba la mujer de manera tranquila, y después llegó a su rostro, en donde descubrió una pálida cara seria igual de fina y bonita que todo el resto de su complexión. Izuku jamás había visto a una mujer así, con los labios rojos, ojos delineados delicadamente y un cabello negro y sujeto en un extraño nudo alto que la hacía lucir realmente bien, como si fuera de la realeza. Alguien importante.

-¿Eres el novio del vendedor de pescado Bakugo?- preguntó la mujer en cuanto sus ojos se conectaron. Ella también le había mirado de arriba a abajo.- ¿Del que todos hablan en el pueblo?

-Eh... n-no, disculpe.- murmuró Izuku, brindándole una sonrisa tímida. Aún estaba medio oculto tras la puerta entreabierta, y en verdad sentía su rostro arder cuando alguien insinuaba que Katsuki y él eran pareja.

-¿Está él por aquí?- volvió a interrogar la mujer.

-Sí, él... está haciendo sus rondas...

-Le pagué unos pescados y nunca me los entregó.- explicó seriamente.

-Oh, bueno... a-a veces se le olvida...

-Le pagué y le entregué una buena propina.- se justificó.- He venido de Nueva York y voy a estar unos meses... así que puedo ser su clienta... o no.

Izuku se tomó unos dos segundos para pensar.

-¿Está... está segura de que no le entregó los pescados?- terminó preguntando.- Tal vez... un perro se los llevo.

-No tengo perros.- respondió la mujer.

-¿Un gato?- sonrió Izuku.- A los gatos les encanta el pescado.

-Tampoco tengo gatos.

-Oh... bueno...- suspiró.- Le diré a Bakugo que vino a verlo.

El peliverde estuvo a punto de cerrar la puerta hasta que la elegante mujer dio un paso hacia él y lo detuvo con la mirada fija tras su espalda.

-Dime...- inquirió, pareciendo curiosa.

-¿S-Sí?

-¿Tú pintaste ese pollito feliz?- preguntó, señalando hacia la pared que se veía en el interior de la casa. Izuku volteó y se dio cuenta de que la mujer se refería a la gallina.

-Oh... de hecho, sí.- sonrió.- Había una gallina en el patio...- Izuku se sorprendió cuando volvió sus ojos a la mujer, ya que esta sonreía hacia él sin quitar su mueca curiosa.- Era muy gorda.- agregó con confianza.- Quería recordar sus días más felices así que... la pinté.

Observó atento y cada vez más complacido cómo la pelinegra asentía de acuerdo, sin dejar de observarle con una gran sonrisa sincera que ahora dejaba ver sus dientes como perlas blancas. Aquella muestra de aceptación hizo al peliverde sentirse realmente bien, por lo que también dejó crecer la curvatura de sus labios libremente.

-Bueno...- carraspeó, intentando enfocarse.- Le diré a... Kacchan que salde las cuentas cuando regrese.- asintió convencido, remarcando el apodo que acababa de otorgarle al rubio de forma espontánea.

De alguna manera... había querido nombrarlo de un modo que nadie más usara, para dejarle claro a la mujer que eran... ¿cercanos?

Se sonrojó al pensar aquello, sintiéndose tonto por querer demostrar algo falso.

-Te lo agradecería.- se alegró la mujer, aunque no se retiró como el peliverde pensó que haría.- Dime... ¿cuál es tu nombre?- interrogó en cambio.

-...Izuku.

-Mucho gusto, Izuku.- La mujer extendió su mano hacia él.- Soy Yaoyorozu Momo.

El peliverde se encontraba atónito, y es que simplemente no podía creer que una persona así hubiera preguntado su nombre y ahora ofrecido su mano fina con amabilidad. Además se había fijado en su pintura. ¡Realmente se había fijado!

Jamás le había pasado algo similar, y tener una nueva amiga le llenaba de ilusión.

Aceptó la mano, sonriendo cuando la pelinegra también lo hizo.

-Mucho gusto, Momo.

Ella asintió amable y luego se dio la vuelta para alejarse hacia su vehículo estacionado.

-Esos zapatos elegantes...- habló Izuku aún desde la puerta, llamando su atención.- ¿Son cómodos?

-Bueno...- suspiró la mujer sonriente.- No están mal.

-De la lejana ciudad de Nueva York...- Momo rió ante el comentario y luego abrió la puerta de su coche, saludando a Izuku con la mano una vez más.

El peliverde cerró la puerta cuando vio el vehículo irse, sintiendo aún la calidez y bienestar que le había causado la mujer de oscuros ojos grises.

Caminó hacia la ventana que daba al frente de la casa y se quedó mirando por allí cómo el coche se alejaba más y más entre el hermoso horizonte crepuscular.

Luego de un tiempo observando, no resistió la tentación y fue a recoger un par de latas de pintura. Luego las colocó junto a la ventana y las destapó a todas teniendo ya los pinceles en sus bolsillos.

Mezcló algunos colores en un pequeño recipiente que se había conseguido, y entonces comenzó a dar delicadas pinceladas en el vidrio de la ventana, delineando unas flores pequeñas que embellecían aún más la vista del paisaje.

Fue así como, a partir de ese momento, desde fuera de la casa de Bakugo podían verse en la ventana pequeñas flores asomándose desde el interior.

Fue así como, a partir de ese momento, desde fuera de la casa de Bakugo podían verse en la ventana pequeñas flores asomándose desde el interior

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-Deku- [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora