Nunca tuve bien claro lo que quería estudiar. Recuerdo que desde niño me gustaban las leyes, por lo que la carrera de Derecho fue por mucho tiempo mi primera opción al momento de proyectar mi futuro. Sin embargo, me cuestionaba mis capacidades para ser un buen abogado debido precisamente a mi discapacidad, por lo que fui desechando esa idea paulatinamente en el tiempo. Posteriormente, surgieron en mi mente una gran cantidad de carreras (Licenciatura en Historia, Ingeniería Comercial, Psicología, Geografía), las cuales no lograban convencerme completamente.
No recuerdo muy bien cuando fue que decidí que la pedagogía era lo que iba a estudiar. Lo único que recuerdo con claridad, es que jamás estuve bien convencido de que quería ser profesor. Me gustaba la historia y enseñarle a mis compañeros, pero jamás me proyecté realmente como docente de aula, teniendo a mi cargo más de 40 estudiantes. Me gustaba enseñar ya que me ayudaba a estudiar (según tengo entendido, el mejor estudio es precisamente explicar el contenido a otra persona) y porque sentía que podía ayudar al resto (me sentía importante y útil). Sin embargo, como lo experimenté durante los primeros días en la universidad, jamás estuve totalmente convencido de la decisión que había tomado.
"Yo no me enamoré de la pedagogía, sino que fue ésta la que me conquistó a mí". Con esta frase podría resumir mi etapa de formación universitaria, ya que cuando entré a estudiar pedagogía jamás me proyecté haciendo clases. Me gustaba tanto la historia, que pretendía desempeñarme profesionalmente en otras áreas, como en alguna biblioteca, museo y/o en el mejor de los casos, escribiendo algún libro o investigando sobre alguna temática histórica relevante.
Para resumir esta idea, recuerdo que durante una de las primeras clases en la universidad, realizamos como curso una dinámica sobre nuestras expectativas profesionales, personales y las razones que motivaron nuestra decisión de estudiar pedagogía. Cuando llegó mi turno, dije que había ingresado a estudiar allí porque me gustaba mucho la historia: no por quisiera ser profesor. Recuerdo que mis profesores y compañeros quedaron descolocados, y aunque no me reprocharon nada, deben haber cuestionado mi decisión de estudiar pedagogía.
Con el paso del tiempo, comprendí que si había asumido esa posición era precisamente porque no entendía cómo podría llegar a ser clases, si era una persona en situación de discapacidad. Era un mecanismo de defensa para quizás no llevarme una desilusión tan grande en el momento en que las circunstancias me demostraran que no podría ser profesor. ¿Cómo me pararía frente a un curso de 45 estudiantes?, ¿Cómo pasaría asistenicia al inicio de cada clase?, ¿Cómo sería capaz de explicar un contenido?, ¿Cómo expresaría mis ideas frente a dirección y a mis colegas?, ¿Cómo lo haría en las reuniones de apoderados?, etc.
Aunque estas dudas me acompañaron durante los seis años de carrera, lo cierto es que con el tiempo comencé a entender que ser profesor era lo que quería hacer el resto de mi vida. La universidad, los profesores y mis propios compañeros me permitieron asumir que enseñar era lo que más me gustaba hacer, por lo que comencé paulatinamente a postergar mis preocupaciones y a concentrarme en estudiar y terminar de la mejor manera esta nueva aventura que estaba por iniciar.
Al ingresar a la universidad sentía ansiedad y temor, porque era un ambiente completamente nuevo en donde no conocía a nadie. Debido a mi experiencia en la escuela secundaria, me había convertido en una persona retraída, que se aislaba para evitar burlas y situaciones en que mi discapacidad me paralizara. No obstante, tuve la suerte de encontrar desde el primer día a quienes serían mis amigos durante toda la carrera. Gran parte del tiempo sólo compartía con ellos, ya que sólo con mis amigos sentía la confianza suficiente como para desenvolverme tranquilamente. Aunque siempre anhele compartir con mis demás compañeros, me costaba mucho acércame a ellos.
En el ámbito académico, durante el primer semestre reprobé dos asignaturas llegando incluso a cuestionar mis capacidades para estudiar historia. Por más que estudiaba no lograba subir mis calificaciones, por lo que llegué a pensar incluso en abandonar la carrera y/o convalidar ramos en otras universidades. Sin embargo, no era el único del curso en la misma situación, por lo que comprendí que ésta sería la exigencia con la que me enfrentaría en la universidad. A pesar de las dificultades normales a las que se enfrenta cualquier estudiante universitario, mi paso por la universidad fue en general agradable. Dejando atrás la dura transición vivida durante el primer año de carrera, en los siguientes años mi experiencia fue muy grata.
Un aspecto que siempre me llamó la atención fue el hecho de que mis profesores en la universidad jamás comentaron nada sobre mi discapacidad. Durante los seis años de carrera, ningún profesor se me acercó a hablar sobre el tema o aconsejarme para que buscara apoyo profesional. Creo que me hubiese sido de gran ayuda el consejo de algún profesor, ya que hasta este momento mi discapacidad era un aspecto que no lograba asumir, porque nunca lo había hablado con nadie.
Un acontecimiento importante dentro de mi formación universitaria ocurrió en el cuarto año de carrera. A medida que pasaban los años comenzaba a convencerme de que tarde o temprano debía enfrentarme a una sala de clases, ya que no podía seguir escapando de situaciones que siempre había considerado incómodas, ya que estaba entrando en la recta final de mi carrera. Por este motivo es que decidí enfrentarme a mis miedos, postulando a una ayudantía dentro del Departamento de Historia y Geografía de la universidad. Mi objetivo era acostumbrarme al ejercicio docente, perder el temor a hablar en público y comenzar a reencantarme con la pedagogía. Mi experiencia fue increíble, ya que cumplió con todas las expectativas que poseía. No obstante, lo que más rescato de mi labor como ayudante es que me percaté de dos situaciones fundamentales.
En primer lugar, me percaté que cuando hacía una clase de ayudantía a compañeros de otras generaciones, podía utilizar muchas estrategias para ocultar y/o disminuir mi discapacidad Entre ellas, recuerdo que me servía mucho recorrer la sala, utilizar la pizarra constantemente, cambiar el tono y la entonación de las palabras, entre otros ejercicios que cuando los hacía lograba expresarme de una manera más fluida, ocultando todos los problemas generados por mi discapacidad.
En segundo lugar, percibí que cuando les realizaba clases a estudiantes (que en teoría sabían menos que yo) me costaba mucho menos expresarme, ya que me sentía más tranquilo y seguro dentro del contexto del aula. Por el contrario, cuando me tocaba relacionarme con mis pares (compañeros de carrera, amigos, familia, etc.) o personas con un rango superior (profesores, directivos, etc.) las dificultades derivadas de mi discapacidad se me hacían mucho más evidentes.
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Relatos de un profesor con discapacidad
Non-FictionLa Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que la discapacidad es parte de la condición humana y que prácticamente todas las personas tendrán en algún momento de sus vidas algún tipo de discapacidad, temporal y/o permanente. En la actualidad...