La clase estaba terminando. Había logrado resistir más de 90 minutos sin burlas de los niños y niñas, ni tampoco me había visto expuesto a situaciones incómodas. Estaba tranquilo y feliz, ya que había logrado sobrellevar de excelente manera los obstáculos derivados de mi discapacidad.
***
- La clase está terminando, por lo que me gustaría decir algunas palabras antes de irme... – comencé diciendo minutos antes del término de la clase.
- Espero que durante el año, logremos aprender y disfrutar la clase. Por esto, es fundamental para mí que gocen estar en la sala de clases, que deseen estar acá... – sostuve.
- Más que contenidos y utilizar su memoria sin cuestionamientos, me gustaría que cuando trabajemos juntos la sala de clase se transformé en un espacio de risas y aprendizajes, no de temores, gritos y castigos – finalicé mientras intentaba mirar fijamente a la mayoría de los niños y niñas de la sala de clases.
- ¡Profesor! – gritó desde su lugar Catalina.
- ¿Sí? – respondí.
- Quizás eso no siempre se pueda lograr – sostuvo Catalina.
- ¿Por qué crees eso? – volví a responder.
- Personalmente aprendo más cuando el profesor es estricto conmigo y me da instrucciones claras sobre lo que tengo y no tengo que hacer – respondió enfáticamente Catalina.
- ¿Podrías darme un ejemplo por favor? – agregué.
- ¡Claro! Por ejemplo, si una actividad es sin calificación la mayoría de nosotros no le tomamos la importancia necesaria. Incluso muchas veces no las hacemos, ya que simplemente solo nos interesan las evaluaciones calificadas – concluyó Catalina.
- ¡Pero lo que dice Catalina no solamente ocurre en la escuela! – agregó Ernesto.
- ¿Si? – agregué.
- Por ejemplo, al llegar a casa mis padres solo se preocupan por mis calificaciones. Jamás se interesan por lo que me ocurre realmente, sino que simplemente por mis calificaciones. De hecho, ocurre a veces que llego contándoles sobre un tema que aprendí en la escuela pero siento que no le dan la suficiente importancia, mientras que cuando les comento sobre una buena calificación me felicitan y me hacen sentir bien – afirmó Ernesto con ambos brazos abiertos y una expresión que indicaba frustración.
- Entonces el mensaje está claro: ¡Lo único que importan son las calificaciones! – concluyó Ernesto ante la euforia que su discurso había logrado en sus compañeros y compañeras.
- Quizás resulta que valoramos más el resultado que el proceso, la calificación que el simple hecho de aprender... O quizás también es porque los conocimientos que les obligamos a aprender no los motiva lo suficiente. ¿A quién de esta sala le resulta entretenido venir a la escuela?
- ¡A mí! – sostuvo Sofía.
- ¡A nosotras! – exclamaron dos niñas del final del pasillo.
- ¡A mí también me encanta estar acá! – sostuvo Alberto.
- Alberto, ¿por qué consideras la escuela como un espacio de entretención? – pregunté.
- Porque me divierto y aquí tengo a mis mejores amigos – afirmó Alberto mientras dirigía una mirada cómplice hacia algunos de sus compañeros.
- Entonces la escuela te agrada porque puedes jugar, reír y compartir con tus amigos – agregué.
- ¡Si! – respondió enfáticamente Alberto.
- Entonces de todos quienes respondieron afirmativamente: ¿Quién disfruta la escuela simplemente por el aprendizaje?; ¿Quién ingresa a la sala de clases con ansias de aprender cosas nuevas, como el Teorema de Pitágoras, las causas y consecuencias del descubrimiento de América o las diferencias entre la fábula y la novela? – interrogué al curso de manera general.
- (Silencio).
- ¿Alguien que se levante por las mañanas para aprender matemática, inglés o historia? – volví a preguntar.
- (Silencio).
- Ustedes vienen a la escuela por sus amigos y a divertirse, pero no porque tengan ansias de aprender. Sin embargo, eso no es necesariamente su culpa. Quizás los contenidos que deben aprender en la escuela realmente no los motivan... Si ese fuera el caso, es un desafío para quienes determinan qué es lo que deben aprender en la escuela y para nosotros, sus profesores. – sostuve.
- No obstante, me gustaría retomar el tema del aprendizaje. Espero que al menos durante esta clase, quieran aprender por el simple hecho de aprender... Sin ninguna otra motivación que su propia curiosidad e imaginación – continué diciendo mientras observaba la cara de todos los niños y niñas.
- El respeto hacia el profesor debe nacer a través del amor, el afecto y la empatía, no por medio y el castigo. Si ustedes quieren aprender simplemente por las calificaciones o para no recibir sanciones por parte del profesor, la escuela deja de cumplir con su esencia: que los niños aprendan, descubran y se asombren por lo desconocido.
- ¿Seremos capaces de lograrlo? – preguntó Sofía.
- Solo queda una alternativa: intentarlo. Tenemos todo el año por delante y el desafío es enorme... – sostuve segundos antes que el sonido de la campana inundara la sala de clases y se llevara consigo la concentración de todos los niños y niñas.
- ¡Adiós! , nos vemos mañana – finalicé.
***
Todo salió muy bien, estaba feliz y tranquilo. Los niños no me hicieron sentir incómodo en ningún momento ni tampoco hablaron de los evidentes problemas causados por mi discapacidad. Espero que no eso no ocurra nunca, aunque tendrá que suceder en algún momento. Tarde o temprano... y debo estar listo para enfrentarlo.
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Relatos de un profesor con discapacidad
No FicciónLa Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que la discapacidad es parte de la condición humana y que prácticamente todas las personas tendrán en algún momento de sus vidas algún tipo de discapacidad, temporal y/o permanente. En la actualidad...