LUNES.
Encoge los músculos de sus hombros mientras carga con las bolsas de la compra. En la mano izquierda lleva las dos bolsas llenas de cervezas y cajas de galletas “chip cookies”, sus favoritas, mientras que con la mano derecha juguetea con su móvil, dándole vueltas entre sus dedos. Alza la vista del suelo al darse cuenta de que ya está cerca de casa, pero de repente nota que se le cae el móvil al suelo sin querer ya que ha perdido por unos instantes el ritmo. Se agacha perezosamente, pero al hacerlo se le caen las bolsas y ruge cabreado. Agarra el móvil feroz, acuclillado en el suelo. Se mantiene quieto, callado mirando hacia la pantalla de su móvil. El móvil por suerte no se ha roto. Apoya los brazos en las rodillas y respira de manera forzada, siente que no tiene fuerzas en el cuerpo. Cierra los ojos con fuerza, su cuerpo tiembla débil. ¿Hace cuánto tiempo que no come en condiciones? Ni él mismo se acuerda. Mira en silencio las bolsas en el suelo. Maldita sea… Seguro que las galletas están chafadas y las cervezas removidas piensa el chico. Se guarda el móvil en el bolsillo trasero del pantalón, recoge las bolsas y la caja de galletas que están fuera de la bolsa. Se incorpora torpemente, mira a su alrededor. No hay mucha gente paseando, en realidad casi ninguna, seguramente todo el mundo está yendo a comer a sus casas. Entonces se acuerda de Gemma y piensa en que ella ya habrá salido de la Universidad. Se dirige a su apartamento y con la mano derecha busca las llaves del apartamento en el bolsillo delantero de sus pitillos negros. Al encontrarlas, introduce estas en la cerradura torpemente y abre la puerta. Entra agotado y cierra tras suyo sin ganas. Deja las llaves en la conchita que se encuentra en la cómoda decorativa del hall. De repente nota que algo ha cambiado, alza la vista y mira a su alrededor.
– ¿Qué coño ha pasado aquí? –pregunta en voz alta Aaron, con los ojos en grande mirando todo su apartamento. Está limpio, espacioso, huele a fresco y… Parece más grande que antes, más bien se ve que en realidad el apartamento es grande. Todo está recogido. Deja las bolsas sobre la mesa de la cocina y corre por todo el apartamento, viendo las habitaciones: el salón, la salita de juegos, su cuarto, los dos cuartos de baño, la cocina de nuevo… Todo está perfecto. ¿Pero cuanto tiempo he estado fuera? Tal vez me haya entretenido en un banco liándome un porro y me haya quedado un largo rato pero… Aaron piensa de manera acelerada. Busca rápidamente el móvil y cuando lo coge, busca el nombre “Eduardo” mientras se dirige al sofá y se espatarra en este.
– ¿Diga? –pregunta al otro lado una voz masculina y carrasposa.
–Soy yo, Aaron.
– ¡Hola hijo! –exclama feliz Eduardo al saber quien es.
–Sí, esto… Hola. ¿Qué ha pasado en mi apartamento? –pregunta directamente Aaron serio. Está tumbado en el sofá, con una pierna por encima del cabecero y la otra doblada con el pie apoyado en el suelo. La cabeza la tiene apoyada en el montón de almohadas que hay ahora y se pasa la mano libre por la frente, acariciando esta con desgana e intentando tranquilizarse.
– ¿Ya lo has visto todo? Mandé a que te la limpiaran hijo, me pasé para verte y la tenías asquerosa. Parece que tardaste en volver a casa desde que saliste por la mañana… Y pues eso –el hombre por el otro lado sonríe, pero la cara de Aaron está completamente seria, incluso fría.
– ¿Quién te manda entrar a mi casa y ponerme todo patas arriba? ¡Me has puesto unos malditos cojines de marca en el puto sofá! ¿Y mi habitación? Vamos como hayas tocado algo que no tocaba, mato a las limpiadoras. –grita ya exasperado Aaron. Eduardo, por el otro lado, se queda callado, ignorando la mala leche de su hijo y respira hondo.
–Lo he hecho por tu bien. Bueno dejemos el tema, lo hecho, hecho está… Ahora podrás vivir en condiciones, por cierto, también te he llenado la nevera, la tienes vacía. –mientras su padre habla, Aaron se incorpora del sofá y se dirige a la cocina. Coge el paquete de las galletas, lo abre con las dos manos, ya que ha colocado el móvil entre la oreja y el hombro, y, cogiendo una galleta, la engulle. Están casi todas rotas– ¿Estás comiendo como toca Aaron? –Aaron para de comer y deja caer su brazo libre en silencio, cogiendo el móvil ahora con la mano derecha.
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Olvidar no es fácil.
Novela Juvenil"–¿De qué tienes miedo?–pregunta él pasando su gran y áspera mano por sus rizos negros. –De tu estupidez.–espeta con burla escrutando los ojos azules de él. –Conmigo estarás a salvo.–le vuelve a repetir. No sabe ya cuantas veces se lo ha dicho. –Dic...