Capítulo 1

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Ya habían pasado los cuatro días que tenía para mentalizarse deque ese mismo lunes tendría que madrugar. El concepto en sí de madrugar no lo aterraba, de hecho, estaba acostumbrado debido a las clases tan tempranas de la universidad, sin embargo, apenas el día anterior había tenido la actuación de final de curso, una que llevaban preparando demasiados meses y cuya puesta en escena y realización debía ser impecable. El ballet no se le hacía complicado hasta que tenía que realizar cinco bailes seguidos de unos cinco minutos cada uno. Ser uno de los mejores alumnos de su curso era exhaustivo.

Por el motivo de la actuación, a las ocho de la mañana de aquel lunes, estaba agotado, con agujetas y de mal humor. Bueno, quizás este último no había llegado por el cansancio físico que poseía,al fin y al cabo era bailarín y ya había llegado al punto en el que se acostumbraba a ello.

La razón por la que se encontraba de aquella maldita manera tenía nombre y apellido, y se hacía llamar padre, aún a esas alturas de su vida. Sinceramente, ya no se esperaba nada de Kim JongHwan, el que por cuestiones de ADN se suponía que era su padre; hacía mucho que dejó de esperar algo tan simple como una visita o una llamada telefónica por su cumpleaños; sabía que no pasaría y lo tenía asumido de la mejor manera posible dentro del dolor que seguía causándole.

Siempre se decía que no lo necesitaba, porque así era, y que con su madre tenía más que suficiente, no obstante, pese a que podía llegar a olvidar la existencia de ese hombre durante unos meses, siempre volvía a su vida para recordarle que seguía vivo y que iba a querer fingir tenerle algo de cariño durante un tiempo más.

Eso era lo que más le molestaba de ese hombre, su hipocresía; sus palabras incómodas y forzadas a través del auricular del móvil, sus nulas energías a la hora de acordarse de algo tan insignificante como el día de su cumpleaños, o el día de su actuación, e intentar respaldar su error con un mero tenía mucho trabajo. Aquella excusa pudo habérsela creído un JongIn de ocho, diez, incluso uno de quince años, pero no podía pretender que con diecinueve le continuara el juego.

No sabía si lo que más le molestaba de aquello era que el hombre continuase insistiendo, o que fuese su propia madre la que lo obligaba a llamarlo. Ya era lo suficientemente horrible saber que su madre, por desgracia, seguía enamorada del hombre que alguna vez la amó y que este, a cambio, le diese únicamente palabras secas y cortantes cuando ella solo intentaba que su relación padre-hijo funcionara.

Aunque los tres sabían que aquello estaba muerto.

Kim JongHwan. Este fue el motivo por el cual, tras escuchar sumóvil sonando mientras desayunaba en la cocina, dejó con mal estarla cuchara dentro del bol de cereales y, con un par de respiraciones para regular su repentino mal humor y evitar mandarlo a la mierda al segundo de escuchar su voz, cogió la llamada.

—¿Qué quieres? —Respondió de manera concisa y sin rodeos. Tan así, que creyó escuchar un suspiro al otro lado de la línea.

—¿Podrías ser un poco más cordial, hijo? —La voz de JongHwan se notaba tensa, como siempre.

—¿Hijo? ¿Estás seguro? Creo que te has equivocado de número.

JongIn...—Regañó el hombre al otro lado del teléfono, casi como si estuviera rogándole para hacer las cosas más sencillas.

Pero no quería. ¿Por qué debía fingir, por qué debía hacerlo? Al menos él iba con la cara por delante.

Se mantuvo un incómodo silencio que decidió cortar cuanto antes.

—¿Qué quieres? —Repitió, esta vez con la voz más cansada—. No tengo toda la mañana.

¿Has... quedado con amigos? —Ahí estaban, los intentos por aparentar ser un padre que se preocupaba por su hijo.

Entre líneas { KaiHun / SeKai }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora