Por alguna razón después de caminar un buen trecho Jorge comenzó a intranquilizarse. Pese a la oscuridad, pudo ver qué en los campos solo habia malezas. ¿Cómo podía vivir allí es gente, con esa ropa elegante y pasada de moda? ¿Y ni si quiera tenían un caballo para prestarle? ¿Cómo, con ese nivel económico, no tenían un coche o una bicicleta? Claro que estás preguntas se le ocurrieron cuando ya llevaba caminando un buen rato y casi daba lo mismo regresar a la casa o seguir hasta la estación de servicio.
A un centenar de metros de la estación, una hora después, se sentía totalmente alterado. ¿Cómo había dejado a su hijita con extraños? Cuando le contara eso a Mariana con toda razón ella se enojaría y lo llamaría, como siempre, "desastre". El coincidía. Solo a un padre que es un desastre le pueden ocurrir estos percances.
La estación de servicio era, además, una especie de almacén de ramos generales y bar. Había varios hombres acodados en el mostrador, que era atendido por un hombre diminuto, de ademanes energéticos.
Al entrar Jorge, todos se volvieron hacia el con cierta expresión de curiosidad y de burla. Jorge explicó su problema al chiquitín y este le indico que lo siguiera hasta el surtidor.
Pero la amabilidad del hombre se terminó de pronto cuando a Jorge se le ocurrió comentarle donde había dejado a su hija. Primero sonrió, como esperando una aclaración, y después pidió que le repitiera lo dicho.
__Que mí hija quedó en la casa amarilla que está en el camino hacia la ruta __repitio Jorge.
__¿Que casa?
__Esa casa amarilla, de dos plantas y tejas rojas, muy linda, que está cerca de la ruta.
__Ajá. ¿Y con quiénes dice que la dejo?
__Con la familia que vive allí.
__¿Y qué familia vive ahí?
__Bueno, un hombre canoso, de unos cuarenta años, y su esposa. Ingleses, creo. Bah, hablaban como si fueran ingleses. ¿Los conoce?
__Galeses, no ingleses. Los Evans...
__Si. Ese fue el apellido que me dijeron...
El hombrecito dejo el bidón en el piso y regreso rápidamente al local. Jorge se sorprendió por esa actitud y luego vio que en el interior hablaba ante una rueda de hombres y cada tanto lo señalaba. Los otros no dejaban de mirarlo, pero ahora con desconfianza.
Jorge se secó el sudor de la frente y entró a averiguar de qué hablaban. Pero todos callaron no bien el traspuso la puerta.
__¿Que pasa? __les pregunto, intrigado.
__Debe de estar borracho __dijo alguien a su izquierda.
__O loco __agrego otro __. Con esa traza...
__No, no estoy borracho ni loco. Solo vine a buscar nafta porque mí auto...
__En esa casa donde usted dice que dejó a su hija... __lo interrumpió el chiquito, pero no termino la frase.
__¿Que pasa en esa casa? __pregunto Jorge.
__No vive nadie __ahora si completo el otro, antes de servirse una bebida y empinarla de una sola vez.
__Hay una familia... __explico Jorge.
__No hay ninguna familia. Esa familia murió hace cuarenta años.
__¿Cómo? __ahora el que sonreía con una expresión estúpida era Jorge.
__Evans era un tipo muy rico que tenía una hija a la que adoraba. Se llamaba Amalia y solo tenía nueve años. Un día, sin querer, le pasó por arriba con su tractor y la mato. El tipo se desespero tanto que al otro día, después del entierro, incendio la casa. Murieron el y su esposa. De la casa no queda nada. Paredes carbonizadas, algún tirante, un par de árboles secos, el tractor quemado y, al fondo, la tumba de la nena, que debe de estar cubierta por los yuyales. Si lo que está haciendo es una broma, le pido que se vaya ya mismo.
Jorge se quedó paralizado un instante y luego salió temblando del local. Tomo el bidón con nafta, que había quedado junto al surtidor, y corrió hacia el camino. Pero enseguida volvió sobre sus pasos y pidió, desesperado, que alguien lo acercara hasta ese lugar (se cuidó de no llamarlo "casa") en donde había dejado a su hija.
Algunos clientes lo miraron con una mezcla de rechazo y de lástima, como si estuviera ante un demente, y otros rieron con demasiada sonoridad aunque no convencidos totalmente de que fuera gracioso ver a ese hombre desesperado.
Jorge salió dando grandes zancadas, miró el interior de cada uno de los vehículos estacionados y se metió en la primera camioneta que tenía la llave puesta.
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La noche de los muertos
HorrorUn hombre conduce despreocupadamente por una ruta desolada. En el asiento trasero va Azul, su hija de nueve años. De pronto el auto se queda sin combustible. Es de noche pero no tienen más remedio que caminar en busca de ayuda. Finalmente encuentran...