Parte 8

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   Por décima vez la señora Evans le dijo azul que debía cambiarse la ropa y una vez más la nena le contestó que no quería hacer eso.
__Tienes que estar linda para cuando regrese tu papá __le dijo la señora Evans.
__¿Donde esta mí papa? No está en el baño...
__Fue a buscar nafta para el coche. Enseguida regresa. Por eso quiero que te cambies y te pongas esa ropa que te regale.
__No la quiero, es fea.
__¡Te dije que te la pusieras! __grito la señora Evans, fuera de sí.
__¡Esa ropa es de Amalia! __dijo Azul.
   La señora Evans la tomo del brazo y la arrojó sobre la cama.
__¡Vas a ponerte esa ropa si o si!
   Azul salto de la cama, tomó un candelabro que había sobre la cómoda e intentó arrojarselo. Pero lo único que logró fue hacer trizas el retrato de Amalia que estaba junto al candelabro.
__Ahhh __el aullido que salió de las entrañas de la señora Evans habría bastado para aterrorizar a azul pero, además, la mujer se transformó: su cara se descompuso, como si se derritiera. La piel le quedó pegada a los huesos y unos pocos mechones de pelo gris quedaron adheridos a su cráneo. Sus ojos desorbitados miraron a Azul con indecible odio. La nena sintió que sus piernas temblaban y luego se desvaneció.
   Segundo después la señora Evans se recompuso. Acostó a la nena en la cama, le sacó la ropa cuidadosamente y le puso un vestido con encajes, soquetes blancos y zapatitos del mismo color. Hizo cada movimiento con parsimonia y mantuvo una sonrisa a la vez angelical y demente, si fuera posible algo así. Cuando terminó, salió apurada a buscar a su marido.
__¡La nena está lista! __grito.

La noche de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora