Carta a Ada.

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Ni siquera te había conocido
y ya te amaba.

Nunca se podrá borrar de mi cabeza un recuerdo tan bonito como el día que te sentí en el vientre de tu madre.

Quizás alguien pueda pensar que pudo haber sido alguno de tus hermanos, pero mi corazón no dicta lo mismo.

La primera vez que te ví pensé que estaba soñándote, que un ángel como tú no podía estar frente a mí, dormida en los brazos de su madre.

La primera vez que te cogí en mis brazos tuve mucho miedo de caerte, y nadie, absolutamente nadie, se dio cuenta de que en ese momento abriste tus pequeños y hermosos ojos.

En ese momento el miedo se esfumó, porque solo podía pensar que siempre iba a estar ahí para tí, cuidándote, y no dejándote caer más de lo necesario para aprender alguna que otra lección.

Después llegaron tus pequeñas sonrisas, e incluso risas, que te provocaba con sólo hacer alguna que otra cara graciosa.

Demasiado pequeña para saber la inmensa felicidad que me provocabas con sólo poder estar a tu lado.

Un gruñón como yo, sonriendo por un simple estornudo tuyo.

Nunca supe ni sabré como conseguiste engancharme sin siquiera haberte visto, o tocado.

Pero lo hiciste, y no hay día que no me alegre por ello.
Aunque no todo es color de rosas, sobre todo para tu padre y para mí.

La primera vez que te dejamos 'comer' sola, acabaste embarrada, y no conforme con eso, a nosotros también.

Mereció la pena.
No podías dejar de sonreír o reír.
Después llegó tu primera palabra, papá.

Tu padre fue tan pesado que al final acabaste aprendiéndola.
Después fue mamá, y después aprendiste I.

Cada vez que querías llamar mi atención chillabas I hasta que lo lograbas, pero la verdad es que lo hacías desde la primera vez que lo pronunciadas. Era yo el que me hacía de rogar porque lo amaba.

También estuve la primera vez que gateaste. Te caíste porque no podías aguantar tu peso en los brazos.

Pero después acabaste recorriendo todo el piso de abajo mientras yo corría detrás tuya.

Tus primeros pasos tampoco me los perdí. Le ví la intención a tu hermano de tirarte al suelo, pero no se lo permití.

Aprendiste tú sola, mientras yo te admiraba y te daba mi apoyo.

Luego vinieron los míos y mías. Nuestro pequeño secreto.

Tú no sabías el gran significado de la palabra, ni tampoco el gran efecto que provocaba en mí, pero simplemente lo amo.

Como amo todo de tí.

Tu dulzura, tu amor, tu alegría, y tu carácter enojón.

Ese te quiero, ratoncito se clavó en lo más hondo de mi ser.
¿De verdad me había dicho te quiero? No podía creerlo.

¿Qué había hecho yo para mercer un te quiero de tu parte?
Después de ese día fueron constantes, y si tú no me lo decías, ahí estaba yo con un te quiero, ratoncita para poder escucharte a tí decírmelo.

Me pasé días contándoselo a todos los que veía.
Y en todas esas ocasiones, e incluso en esta, se me infla el pecho de orgullo al saber que ese te quiero va para mí.

No puedo esperar para escuchar un te amo de tu parte, porque lo harás, ¿verdad?

Tuyo, Isaac.











Crystal #2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora