La Realidad

45 4 0
                                    


"Quizás, todo lo que vemos o percibimos, no es más que un sueño dentro de un sueño"

Edgar Allan Poe.

Desde el suceso aquel nada ha vuelto a verse normal. Ya no distingo entre lo ficticio y lo real. Quizás solo sean desvaríos de la mente engendrados por la locura buscando la perfección. Tengo miedo de al cerrar los ojos nunca volver a ver la luz y, sin embargo sigo aquí, moviéndome, haciendo la rutina, riendo a veces, llorando otras, moviéndome contra mi voluntad en esta vida.

Fue un día cómo muchos, de soledad, encerrado en la gran casa con vista al cielo nublado en un silencio desesperante. Pensé en salir, pero ver los rostros de las personas sumidos en tristezas solo me pondría peor. Quería que ese día terminara en un abrir y cerrar de ojos y así fue como empezó.

Me dispuse a acostarme y hacer uso de mis pies hasta el siguiente amanecer, inútilmente. Mientras me encontraba en la cama, en esa habitación, haciéndose más pequeña a broma de mi imaginación, con la vista puesta en el techo observando a veces las vueltas del ventilador y a veces, forzosamente obscuridad, tratando de entrar al mundo de fantasías, desconozco el tiempo que pase atormentado por mis pensamientos, pero fue tanto que terminaron engañando a mis ojos. Todo a mi alrededor se había tornado en un ambiente aún más obscuro, pareciese que muchas presencias tuviese al lado, todas invisibles, pero las sentía. Me levante de la cama formando un ángulo recto y aún con la tenue luz de esa habitación cerrada, pude observarme en el espejo, si es que esa persona era yo.

Me notaba muy distinto, mi rostro estaba oscurecido y parecía tener una extraña sonrisa, había una sombra cubriendo mis ojos, el fondo pasaba desapercibido, pues todos mis sentidos se centraron en aquella sonrisa que se convirtió en un imán para mí persona. Poco a poco me puse de pie, con el rechinar de la cama alterando mi estado mental. Poco a poco me acercaba al borde del espejo, poco a poco levante mi mano y cuando la tuve justo en frente de su reflejo, este empezó a atravesar el espejo creando ondas similares al agua, tomo suavemente mi piel, con un tacto frio, como si de metal en nieve se tratase. No podía moverme. Me encontraba paralizado, y cuando menos los espere, mi reflejo jalo de mí al fondo del cristal. Todo fue invadido por la penumbra, la incertidumbre y la soledad. Extrañamente, no sentía más miedo que tristeza. La luz hizo su aparición lentamente, a mi espalda estaba el espejo y a mi pecho un largo pasillo de alfombra roja y paredes cubiertas por vegetación, al final de este, un espejo gemelo del cual había llegado. Camine con suaves pisadas hacia el espejo, en el cual, no veía mi reflejo. Mientras avanzaba el pasillo empezó a girar, como resultado, a mitad del camino, mis pies se encontraban donde debería estar el techo. El camino volvió a la normalidad en cuanto me posee frente al cristal. Sin pensarlo lo toque y al instante fue absorbido mi cuerpo. De pie, de vuelta en mi habitación. Ya había amanecido, la casa brillaba con el resplandeciente sol anaranjado. Debía estar feliz pero había algo en mi hogar que no lo hacía ser el mismo. Me pasee un poco pensativo. Imagine que aún tenía reflejos del ayer. Quizá tomar aire fresco me devolviese a la normalidad. Sin embargo hubo algo que no cambio, ese silencio tan fuerte que callaba todo sonido, seguía acompañándome.

Al abrir la puerta de mi casa, sentí un mareo y baje la mirada. Cuando la levante, todo era muy brillante, el sol hacía gala de artista dándole su toque a todo alrededor. Por las calles se paseaba la gente sonriente y danzante, aunque todo fuese silencio. Sentía que no encajaba en el entorno. ¿Cómo podían estar tan radiantes? ¿Cómo podían olvidar el ayer? ¿Cómo podían ignorar ese silencio? En un ataque de furia e ignorancia, corrí para detenerlos. En vano. Me esquivaron y siguieron danzando haciendo de la calle una pista de vals. Sin embargo, pude estar lo suficientemente cerca para apreciar sus rostros con cuidado. Tenían los ojos perdidos, y su sonrisa era una mueca quieta y macabra, colocada forzosamente, más que felicidad expresaba locura y perdición, sus movimientos eran los de una marioneta. Un miedo me invadió, hui para mi hogar. De vuelta al espejo, lo toque... Y nada paso, seguía ahí, me estrelle contra él, esperanzado de volver y solo provoque que cayera y se rompiera en mil pedazos. Mi única salida de ese singular mundo, de ese radiante mundo al que por un sueño llegue, mundo radiante de un fuego que quema, que aterra, estaba, ahora perdida. Tirado en el suelo, sollozando a los restos del espejo quedé, ignoro cuanto tiempo, desesperado, y al volver la mirada, mis temores hicieron su presencia ¡Uno esos títeres estaba en frente de mí! Mirándome con esa sonrisa falsa. Levantó sus manos que lentamente empezaron a acercarse, y en un instinto de supervivencia, le arroje los restos del espejo, los cuales se clavaron en su cuerpo generando heridas sangrantes. La marioneta no se inmutaba. Seguía con esa macabra sonrisa, acercándose. Al no poder pelear, me levanté a tropezones haciendo a esa... cosa a un lado. Escapé de mi casa.

En cuanto salí del lugar, todos los títeres reaccionaron a mis pisadas como si estas hubieran provocado sonido, el silencio seguía siendo total. Los títeres dejaron de danzar y lentamente, para desquiciar aún más mis sentidos, empezaron a acercarse, con las manos levantadas hacia mí, algunos con paso firme otros bailando, se les podría comparar con zombies sonrientes. El pueblo se empezó a llenar de neblina e, ignoro el porqué, corrí a la iglesia del mismo, quizá esperando que ese Dios que siempre maldije hoy me salvara. Una vez dentro de la mansión de Dios cerré las puertas, y estas, al acto, comenzaron a azotar, eran esas cosas, esos títeres.

Retrocedí, con la mirada fija en la retumbante entrada. Entonces, mi espalda sintió un cuerpo. Al darme la vuelta vi a un grupo de hombres todos cubiertos con largas túnicas oscuras hasta el suelo pareciendo que levitaran, y sus rostros eran cubiertos por una capucha más negra que la noche. Ellos actuaron igual que las marionetas y en sus manos pude ver hilos que caían de sus dedos. En un ataque de adrenalina tomé un candelabro para defenderme, golpee fuertemente a uno dejándolo en el suelo, pero a los demás pareció no importarles. Una vez rodeado me tomaron y llevaron arrastrándome hasta una habitación pequeña y cuadrada. Esta era iluminada por velas que flotaban, pintado en el suelo se encontraba un pentagrama blanquecino con algunas inscripciones fuera de mi entendimiento. Ese fue el sitio de mi ubicación. Estaba tirado en el centro de la estrella inmóvil, atado por cuerdas invisibles. Los entes se posicionaron en cada punta del dibujo, y el silencio fue remplazado por mil voces demoniacas, todas hablando un dialecto incomprensible al mismo tiempo. Empecé a flotar, del techo brotaban hilos que se iban incrustando en mi piel. Una gran sombra surgió de la nada, sombra que se arrastraba por la pared con libre voluntad, sombra con la forma de un demonio, un demonio de gran tamaño con una tiesa mueca. Esa sombra escapó de la pared para tomar su verdadera forma: Un hombre vestido de traje con una cabeza giratoria de cuatro caras, una sonriente de afilados dientes y ojos rojos, otra con una expresión de dolor, llorando sangre con la piel pálida, una más llena de ira con mirada de flecha y de su boca brotaba un líquido espumoso y de su cabeza nacían cuernos y el ultimo rostro, era, era el mío. En ese momento, el hombre de traje transformó toda su materia a un estado de gases, como un fantasma y con un rápido movimiento atravesó todo mi cuerpo, invadiéndome primero el frio con un sentimiento de vacío para luego venir un gran calor quemándome el interior. Solté un fuerte grito y...

Desperté en mi cama sudando. Mi espejo yacía roto en el suelo.

Cuentos y RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora