13.

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Kevin me miró con la misma incomodidad con la que yo lo observaba a él.
Un montón de brazos nos levantaron a ambos y no pudimos hacer nada por detenerlos, de pronto nos encontramos subidos a la tarima en la que la stripper bailaba. La muchacha se apartó y nos dejó todo el sitio para nosotros.

—¡Venga, que se note que sois pareja! —gritaba la gente.

—Es que nosotros preferimos hacer estas cosas en la intimidad —me excusé.

Algunos hombres rieron. Creo que no habría logrado encontrar a nadie sobrio en esa habitación aparte de mí y, al parecer, Kevin.

—De veras, somos muy tímidos —volví a decir.

—¿Qué pasa Kevin? —gritó una voz desde abajo, pero no supe identificar de quién provenía—. ¿No se te levanta?

—¡Déjamela a mí si no sabes cómo tratarla!

Volví a mirar a Kevin y supe que ya no había solución posible. Le estaban picando en su orgullo masculino y eso era algo que él no iba a permitir. Sus ojos azules brillaron con una fiereza que no había sido capaz de apreciar en ningún momento, pero que supe seguramente siempre había estado allí.

—Vamos, es sólo un beso, Lana —dijo en voz baja, para que sólo yo pudiera oírlo.

—¡Ni se te ocurra, Kevin!

Pero, de hecho, sí se le ocurrió. Y entre vítores y gritos de borrachos enfebrecidos y hambre de calor humano, Kevin me tomó por la cintura y me acercó a él con fuerza.
Sentí su mano recorrer mi abdomen desnudo y llegar hasta mi trasero. Su pantalón vaquero rozaba mis piernas con fricción y antes de que pudiera darme cuenta de lo que ocurría, contuve el aliento al sentir los labios de Kevin besar con suavidad los míos.
Durante cinco segundos me pareció extremadamente tierno y cerré los ojos, hasta que Kevin decidió dejar entrever su verdadera naturaleza y mordisqueó mi labio inferior mientras enterraba su otra mano en mi cabello, tras la nuca.

Sentí cómo se deshacía mi trenza y la goma caía al suelo, perdiéndose entre la gente que nos miraba.
Los labios de Kevin succionaron los míos y, sin previo aviso, su lengua tomó plena posesión de mi boca, acercándome aún más a él.
Su olor estaba por todas partes, y no me podía creer que su sabor fuera tan exquisito. ¡Era un sucio delincuente!

Me sorprendí a mí misma ahogando un gemido cuando él apretó mi trasero hacia su entrepierna, y cuando también yo alcé mis manos y las coloqué sobre sus hombros, Kevin me apartó de él con suavidad pero con firmeza.

Me sentí mal durante los siguientes segundos, vacía. Pude leer en su rostro por qué lo había hecho: tenía miedo de que eso fuera a más.

Con dificultad volví a recobrar la respiración y aparté mi mirada de Kevin, sintiéndome especialmente violenta por un momento.

Bajé rápidamente de la tarima, sintiendo cómo mi piel estaba de gallina. Era increíble, pero estaba extrañamente… excitada.
¿Cuánto tiempo hacía que no besaba a alguien? Hice memoria… casi medio año. ¡Menuda vida amorosa-sexual más horrible!

Decidí que quería salir del local unos momentos, tenía que pensar y, sobretodo, debía tranquilizarme y olvidar las fuertes y rudas manos de Kevin recorriendo mi cuerpo de ese modo tan… desinhibido, casi parecía que habría sido capaz de tumbarme y hacerme suya sobre la tarima de la stripper.

Caminé entre la gente, con el objetivo de salir de allí.

—¡Lana!

Esa voz me dejó helada. Mi corazón dio un vuelco y sentí el cálido cuerpo de Kevin, que me había seguido casi hasta la puerta del salón.
No sabía qué decir, me giré poco a poco para enfrentarlo, pero algo hizo que no hiciera falta que ninguno de los dos habláramos.

Un segundo después, las puertas del club se abrieron violentamente, de golpe, y todos los miembros de los Tigres se quedaron callados, mirando hacia los dos hombres que habían entrado.

Ambos portaban armas en las manos, y yo sentí un escalofrío recorriéndome por todas partes. Pero ninguno de los dos intentó atacarnos ni nada por el estilo, sino que uno de ellos se acercó a Angus, el jefe del club.

—Necesitamos su ayuda —dijo el hombre, con un marcado acento mexicano.

Y acto seguido otros dos hombres entraron con un muchacho a cuestas. El muchacho gemía con fuerza, y su pantalón tenía una enorme mancha roja… Lo supe al instante: herida de bala.

¿Qué estaría pasando allí? Esa era mi oportunidad, tenía que captar cada mínimo detalle para poder informar de ello a mis superiores. Mi mente de policía comenzó a funcionar con gran rapidez, memorizándolo todo.

—¿Pueden ayudarnos? —dijo de nuevo el hombre armado.

Me percaté de que en su brazo derecho llevaba un tatuaje negro que rezaba “Los Santos”. Así que eran de esa otra banda con la que los Tigres querían hacer negocios… Mis pensamientos rondaban por esa idea cuando la voz de Angus consiguió dejarme helada.

—Claro que sí, contamos con Lana —me señaló—, que es médico.

Y mi mente se paró en ese momento.

Peligro (#1 Trilogía MC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora