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14.

Había olvidado completamente que yo, supuestamente, estaba estudiando medicina.
Busqué los ojos de Kevin, ansiosamente. Estaba perdida.

Él negó con la cabeza, tampoco se le ocurría nada para librarnos de esa.

—¿Qué debemos hacer, Lana? —me preguntó Angus.

Yo tragué grueso. No, no, ¡no!

—Ehm… ponedlo… —balbuceé—. Sobre una mesa grande.

El chico gimió de nuevo y yo me estremecí. Intenté apartar de mi mente la idea de que era posible que me lo cargara allí mismo.

—Aguanta, Santiago —le instó uno de los hombres que lo llevaban en brazos.

Dejaron el cuerpo del joven sobre una mesa y yo pude apreciar que apenas tendría dieciocho años. ¿Cómo habría llegado hasta esa situación siendo sólo un adolescente?

Para mi desgracia, todos se apartaron y me dejaron el camino libre para que me acercara a la mesa y comenzara a examinar el cuerpo de Santiago.
Yo caminé con cautela, pero finalmente no tuve otra opción que asomarme y, con lentitud, examinar la herida de bala. La piel de su pierna estaba profundamente enrojecida, sangraba trémulamente y Santiago tenía la frente completamente perlada de sudor.

—No sé si yo soy la más indicada para esto… —murmuré, girándome hacia los moteros—. Yo… aún no he terminado la carrera.

—Eres lo más parecido a un médico que hay aquí —me rebatió Martin.

—Pero Lana tiene razón, puede ser peligroso… —intentó decir Kevin.

Santiago gritó, con agonía, acallando cualquier otra palabra de ninguno de los presentes. Intenté recordar con rapidez todas las instrucciones que me habían dado en la academia de policía para situaciones similares.

En mi repertorio no había ningún manual para “extraer bala de la pierna de un pandillero adolescente”, pero por suerte conseguiría valerme con “ayudar a un compañero herido por un arma de fuego”.

Por supuesto no era médico, el entrenamiento sólo me enseñaba a ayudarlo a aguantar hasta que apareciera una ambulancia, pero en ese momento tendría que arreglármelas como pudiera.

—Traedme agua caliente, alcohol y paños —pedí. Mi voz sonó agradablemente decidida—. Y por favor, dejadnos un poco de intimidad. No puedo trabajar con tantos ojos puestos sobre mí.

La mayoría de personas se dispersaron, algunos salieron al jardín y junto a mí sólo se quedaron Kevin, Angus y los dos mexicanos que habían traído a Santiago en brazos.

—Vas a salir de esta —le susurré al muchacho, intentando creerme mis propias palabras.

Un instante después apareció Nessie con el agua y los paños. En la otra mano llevaba una botella de vodka.

—Este es el único alcohol que he conseguido —murmuró.

Yo miré a la botella de vodka, enarcando la ceja. Mierda, si ya lo tenía difícil en caso de disponer de algún tipo de elemento médico de verdad, ni siquiera podía plantearme cómo sería tener que trabajar con materiales caseros.
Sin pensarlo más tiempo agarré el recipiente con el agua caliente y un paño. Después, con decisión, cogí la botella y bebí un largo trago.

—Allá vamos —musité.

A mi lado Kevin se acercó a mí y me apretó el hombro suavemente con su mano, haciéndome ver que me apoyaba. No pude evitar mirarlo y sonreír tenuemente.

Mojé los paños en el agua caliente, sintiendo aún el ardor del vodka bajar por mi estómago, casi quemándome viva.
Rasgué completamente el pantalón de Santiago y me centré en la herida. Con cuidado limpié la sangre, intentando que la herida fuera visible entre toda esa sangre.
Santiago chilló de dolor e intentó patearme involuntariamente, pero por suerte, sus dos amigos lo sujetaron firmemente, manteniéndolo pegado a la mesa.

El chico me miró fijamente y algo en sus ojos me dijo que él intuía que yo ni siquiera sabía por dónde empezar, como si oliera que era una impostora.
Decidí actuar lo mejor que podía.

—Tranquilízate, Santiago. Te va a doler, no lo niego, pero si estás quieto el dolor durará muy poco tiempo y podrás irte corriendo con tus propios pies antes de que te des cuenta. ¿De acuerdo?

La mirada de desconfianza se mantuvo en sus ojos unos segundos más, hasta desvanecerse finalmente y asentir con la cabeza.

Yo volví a mirar su pierna, palpando con suavidad dónde se encontraría la bala. Rezé con todas mis fuerzas porque no estuviera lejos y que sólo lo hubiera rozado por accidente y… sí, ahí estaba; a apenas un par de centímetros de la superficie de la piel.

La herida volvió a sangrar, pero yo ya me encontraba algo más tranquila; al menos había encontrado la bala. Aunque ahora tenía un nuevo problema.

Suspiré antes de poder decir estas palabras.

—Necesito unas pinzas.

Peligro (#1 Trilogía MC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora