10 de Julio

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La vida es un juego. Más de estrategia que de azar, porque el azar no existe. Y ni la suerte, ni Fortuna, ni Tyche nunca ayudan a vivir; mucho menos a jugar. Son como palabras que no se derivan ni del griego ni del latín; y no existen por consecuencia. Porque nada sale de la nada, pero de ahí salimos todos. Como una conjugación en pasado que es la misma en presente y en futuro. O un pretérito arrepentido que en inglés no es más que el tercer if. De esa misma forma no existimos. Pensando en el juego como la vida, y en la nada como lo que hay. Como matando por venganza al tiempo que nos lastima. Como haciendo lo que hacemos porque toca, y dejándole lo demás al destino. Como un ingenuo fugitivo se vive. Porque nada más que la nada es algo así como la vida.

*** *** *** ***

No sé si es la sensación de tener mi cerebro revuelto o de no encontrarle sentido a nada; pero amo la clase de filosofía. Y es, de hecho, mucho más fácil amar una clase con un profesor como Carlitos.

Podrías describirlo como un soñador. Decimos su nombre en diminutivo porque así suena más como él, y así sentimos que podemos tenerle la confianza que le tenemos. Estudió filosofía porque (y podría apostar mis próximas cuatro vidas a que es verdad) nació para ser filósofo. Se casó con una ingeniera química porque los opuestos se atraen, y creo plenamente en que su hijo de siete años va a crecer para ser la persona más genial que haya existido.

Él es Carlitos. Y es, además de todo, la razón por la que ninguna de nosotras muere de pena moral cada madrugada ante la idea de tener que estudiar.

—¡Hola niñas! Y Andrew. Hoy vamos a hablar del origen del conocimiento. Pero antes de eso voy a llamar lista.

Se sentó a decir todos nuestros nombres, agregandoles un «Hola» o un «¿Cómo estás?» y volvió a pararse para garabatear libremente en el tablero todo lo que iba diciendo.

—Este es el sujeto, y este es el objeto. El sujeto percibe al objeto por medio de los datos de los sentidos y de ahí recibe información. ¿Eso es conocimiento?

—Sí.

—Pues no. Supóngase que su mamá la manda a comprar pan a una dirección... digamos la del colegio. Finjamos que aquí venden pan. Entonces usted se viene todo el camino cantando en su cabeza «Calle 104 con 19» y dos segundos y medio después de haber comprado el pan ya no se sabe la dirección. Pero si se hubiera encontrado con un muchacho justo allí mientras compraba el pan... Pues esa dirección quedaría en su cabeza para la eternidad. ¿Ven a lo que me refiero? Entonces ahora el conocimiento radica en la memoria.

—¿Entonces no sé algo si se me olvida?

—¡Exacto! Pero no solo es eso. También existen la Razón y la Experiencia. Se dice que venimos con un conocimiento previo, y que todo lo demás se adquiere viviéndolo.

—Pero... Pero no se puede tener experiencia si antes no sabemos nada.

—Sí. Esa es la Razón. Miren este marcador. Yo lanzo el marcador. El marcador cae. No, no recojas el marcador, déjalo ahí. El marcador cayó. ¿Sí? Yo lanzo este marcador, y este otro marcador también cae. Eso es lo que pasa. Sabemos que el marcador debe caer, y ¿Lo sabemos porque es así o porque ya lo vimos dos veces? Eso es. Y además de todo eso, no sabemos que el marcador cae porque no sabemos lo que es caer; y sabemos que pasa porque nos lo dicen los sentidos. ¿Entienden? Todo es sólo una interpretación.

—¿Cómo... Así?

Carlitos caminó hacia el escritorio.

—Digamos si yo digo: «Ustedes van a tener una interpretación» —dijo, y dio un fuerte golpe a la mesa.

Todas saltamos, mientras él reía maliciosamente.

—¿Ven?

—Eh...

Cuatro ParedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora