23 de Julio

69 6 1
                                    

En este preciso momento, en algún lugar, suena una campana; y no lo sé porque la escuché, sino porque es así. Así como el latido del corazón de un muerto, que le hace falta a muchos pero no a él; y las rosas, que a pesar de todo, nunca aprendieron a vivir en ninguna luna de Júpiter. Así suena una campana: como un corazón roto intentando pintar el cielo de verde. Así suenan las rosas: como el último suspiro de uno de los muchos que no le harán falta al mundo. Así suena la vida: como el llanto ahogado de un bebé, que no sabe por qué existe, ni lo que significa existir; así como no lo sabe tampoco un adulto, ni lo que sea que va en la mitad. El silencio sigue sin anunciarse y se enamora de sus gritos, mientras quedo atrapada en una paleta de grises que parece añorar mis sentimientos. Las cosas se desvanecen más despacio de lo usual, más incluso que lo que creía posible; como persiguiendo la foto sin revelar de un momento antiguo, una que por algún motivo se considera importante. El tiempo no corre ni se detiene, no por petición de otros, y tampoco soy otro ni mucho menos lo pido. Disfruto de la sensación del piso, y del viento que no siento, para poder desprenderme de lo que me obligo a querer y me arrepiento de odiar. En este preciso momento, estoy lista para que empiece.

*** *** *** ***

Lo primero que hicimos para estimular nuestros espíritus jóvenes fue lanzar bolitas de papel mojadas al techo del baño; lo que para nada cuenta como vandalismo. Nos estábamos divirtiendo bastante con eso, incluso cuando pasaba algún profesor por la puerta y nos quedábamos completamente quietas fingiendo que nada pasaba; de hecho, creo que eso era lo mejor.

—Niñas, quiero una tortuga —dijo Ana, lanzando una bolita.

—¿Y eso a qué vino? —pregunté, lanzando una también.

—Es que estaba viendo Las Tortugas Ninja y pensé en lo genial que sería tener una tortuga y que fuera ninja, así que fui a una tienda de mascotas ¿y saben qué me dijeron? ¡Que la venta de tortugas es ilegal! Así que, como somos amigas y nos queremos y eso, les pediré amablemente una tortuga de cumpleaños.

—Hacer algo ilegal bajo una excusa casi válida —dijo Christina—. Sí, suena a nosotras.

Todas lanzamos una última bolita de papel al techo antes de irnos a nuestra siguiente clase, que, para nuestra desgracia, era Inglés. Para recuperar la nota de la actividad que hicieron en nuestra ausencia, Andrew y yo tuvimos que elaborar una especie de diálogo sobre nuestra infancia. Y nadie se esforzó en hacerlo sonar divertido.

—Esto es inútil —declaró Andrew.

—¿La actividad, la clase, o la vida? —pregunté, pasando la hoja de mi diccionario.

—Las dos primeras. Deberíamos tener clases de francés en vez de esto.

—O de mandarín.

—No... —dijo, mirándome con el ceño fruncido— El mandarín no sirve de nada, y es demasiado difícil; es mucho mejor el francés.

—Eso es discutible —dije, cerrando el diccionario—. Sólo es difícil para los que no se esfuerzan y es de mucha ayuda desde que la mitad del mundo lo habla.

—Apuesto a que no podrías aprender mandarín ni aunque se te fuera la vida en ello.

—Puedo aprender mandarín antes que tú francés.

—¿Muy segura?

Extendí mi dedo meñique.

—Muy segura.

Él extendió su dedo y entrelazó el mío.

—Muy bien —dijo—. ¿Qué estamos apostando?

—Mmm... —lo pensé durante un segundo— ¿La virginidad?

Cuatro ParedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora