El sol se abre camino como si tuviera la necesidad de hacerlo; y brilla como lo hace siempre pero un poco más brillante. Parece que me hablara en susurros, como suele hablarme el viento; y que ignorara mis gritos por ser demasiado suaves. El sol. ¿Por qué es tan diferente? ¿Por qué no le importa a nadie la respuesta? ¿Le estoy preguntando a él, o a otro con el mismo nombre? Hace poco tiempo alguien me dijo que despertar era importante, pero que el día que no lo hiciera no lo iba a saber. Parece ser que en este mundo es mejor hacer algo importante sin saber que importa; que no saber que no hiciste algo que importaba. Pero es lo mismo, nada cambia. El blanco de todo sigue así, pero se llama de otra forma. Todo parece igual de este lado, pero una vez dijo alguien que las apariencias engañaban; ese alguien seguramente no conocía a la luna, que reemplazaba primaveras solo para comer manzanas; pero conocía sonrisas, y conocía ventanas; ambas la mayoría del tiempo completamente falsas. Ese alguien espiaba olas y las sobornaba con lágrimas; pero no es como si importara. El sol está saliendo, y el día de hoy en un número primo; parece un mal sueño, que solo es malo porque es hermoso, disfrazado de luz en un mundo real. La ventana no se abre, y no es nada extraño, es incluso más extraño el mero hecho de que sea una ventana; pero no importa, no importan muchas cosas pero esta incluso menos. De la ventana, justo ahora y justo hoy, surgen dos figuras familiares que le dan luz a mi vida mucho más que el mismo sol. No es cosa suya anunciarse, y no es como si de repente lo fueran a hacer, pero su aparición causa en mí una extraña mezcla de sorpresa y alegría que no me sería fácil poner en palabras; y no intentaría hacerlo por razones bastante obvias. Ellos entran casi que felices, para hallarme de pie abrazando sus abrazos. Gabriela me saluda primero, y luego lo hace Nicolás; yo los miro, y en mis ojos está clara una sola pregunta: ¿qué hacen aquí? Gabriela responde diciendo que solo se vive una vez, y yo le creo porque suena lógico. Nos quedamos en algo que se parece al limbo durante un tiempo que no parece poco; compartimos historias y risas, antes de fingir que dormimos y arruinarlo con nuestra inestabilidad adolescente. Nos cansamos de todo porque de eso se trata, y dejamos de escribirlo para poder cambiarlo. Hubo un poso y un microondas, ambos igual de inútiles; y un gorro color negro demasiado frío para Nicolás. Las cosas se conectan como lo hacen los cables y los protagonistas de las novelas románticas; y un artefacto que parece tener un rayo dentro no nos contradice sino infinitas veces. Tiene voz de mujer pero no parece una, y no responde nada de forma directa (nada que no pudiera buscar en internet) no se le dan las citas de películas; y asegura trabajar en las esquinas por la noche. Nicolás se divierte con círculos viciosos bien organizados y nos saca carcajadas a Gabriela y a mí. Los cuerdos a los locos les dan con un fierro, y es perfectamente normal; nos tratan de locos los que nos ven, como si esa palabra significara algo más. De cualquier forma, no importa mucho. Nada puede importar mucho cuando su mano está en mi mano y su rodilla choca con la mía. Las cosas hoy no cambian tan rápido como lo hacen otros días; pero igualmente lo hacen. Gabriela mira su reloj como suplicándole que vaya más despacio; no lo consigue y ninguno sabe por qué. Se levanta, y me levanto con ella, con una auténtica mirada de tristeza y añoranza en mis ojos; ella se disculpa pero no porque sea culpa de ella, mientras su calzado cambia como se presume hizo varias veces justo hoy. En algún lugar de inglaterra, alguien dijo una vez que los besos no son contratos, ni promesas, ni regalos; pero parece que le regalara a Gabriela ese beso en la mejilla, para que lo guarde en su corazón y lo admire cuando llueva; parece que le prometiera volvernos a encontrar, para jugar a ser felices de nuevo y vivir más de una vez; parece que firmara su nombre en mi piel, como un inquebrantable pacto en testimonio de nuestros sentimientos y en unión de nuestros cuerpos. Gabriela se despide pero no hace nada por irse; mientras yo solo puedo reír, y memorizar cada segundo, cada detalle de su compañía. El umbral de una puerta en específico se parece mucho a una maldición, y cuando esa puerta es además una ventana todo se vuelve más difícil. La sonrisa de Gabriela amenaza con irse, intento detenerla con Nicolás aparentemente de mi lado; pero lo inevitable, por definición, no se puede evitar. Me despido por lo que se supone es la última vez (y convenientemente la más dolorosa) antes de que se vaya. Su figura se desvanece poco a poco hasta que no queda nada de ella; y yo, por mi parte, sonrío con felicidad y melancolía, mirándolo todo como si fuera la primera vez que lo veo y suplicándole a ese sol ya nacido que en otro día primo pueda ser feliz.
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Cuatro Paredes
General FictionTodos quieren una vida perfecta: un par de amigos verdaderos, sonrisas infinitas, aventuras sin propósitos, y alguien a quien amar... y cuando tienes todo eso, ¿te molestas en pedir que sea real? La siguiente es una obra de ficción basada en la vida...