Un pequeño niño, de unos siete años, caminaba por un bosque que aseguraba conocer, solo por el deseo egoísta de ver cómo el verde de todo era diferente cada vez que lo veía; una pequeña roca, sin ninguna edad exacta, era la pacífica espectadora de un evento bastante normal, que parecía fascinarle sin motivo alguno. Los grandes ojos de ambos se juntaron por un momento, antes de entender que no podían verse, y se separaron con la misma curiosidad dentro de ellos. Aquella noche, sólo uno sabía que había anochecido y sólo uno sabía cómo lucía el anochecer; uno de los dos era más viejo, más paciente, con más experiencia y más emociones. Y el otro estaba vivo. Al día siguiente había un pequeño niño caminando por el bosque, y una piedra, ansiosa por saber cómo se sentía la vida, que lo preguntó con tanta voluntad como pudo recoger; la respuesta perdió claridad a medida que pasaron los años, igual que las esperanzas. Una mañana de verano, unos sesenta años más tarde, un hombre y una pala pasaron peligrosamente cerca de una piedra espectadora, antes de detenerse ante la nada para comenzar a cavar. Cuando hubo terminado, se recostó sobre el agujero y cubrió su existencia con una manta de tierra; miró por última vez a la piedra que lo miraba y cerró los ojos. Esta es la vida dijo, aquí no dejamos de vivir hasta que estamos muertos.
*** *** *** ***
—Bonito reloj.
—Gracias.
—¿De dónde lo robaste?
—Lo compré, ¿sí?
Ana era la tercera persona aquel día en pensar eso mismo. Hablo en serio cuando digo que no soy tan ladrona, y no entiendo por qué les parece que el hecho de que recoja esferos y borradores del piso del patio me hace capaz de robar un reloj. Pero, en cualquier caso, tenía fama como ladrona de relojes.
—Es difícil de creer, ¿no? —dijo Christina con una sonrisa.
—Oh, por todos los dioses.
—En cualquier caso —dijo Ana, sonriendo también—, sólo vine a decirles esto: «A todos los Gryffindor los salva un Expelliarmus porque no tienen inteligencia para aprender otros hechizos».
Christina, Lena, y Andrew (todos convenientemente cerca y presumiblemente Gryffindor) abrieron los ojos y adquirieron una expresión de auténtica ofensa, mientras Ana y yo reíamos con la ligera suficiencia propia de una Ravenclaw.
—Y luego que por qué amanecen muertas —dijo Andrew, bastante enojado, aunque no podía ocultar su sonrisa; y con eso, se alejó.
—Tenía que ser hombre —dijo Ana—. Pero bueno, se fue, así que sepan que no vine a decirles sólo eso.
Se sentó y nos sentamos frente a ella, de paso también abandonamos cualquier intención que hubiéramos tenido de prestar atención a la clase de matemáticas.
—¿Sabes? —dijo Christina— Hace tiempo que no te veía. Creo que estás más alta.
—Gracias.
—No es ningún cumplido, solo te estoy informando que cuando te caigas te va a dar más duro.
Ana pareció pensar en eso hasta decidir que lo mejor era ignorarlo, suspiró y comenzó a hablar como si fuera a explotar si no lo hacía.
—Sólo quería decirles que en serio lamento haber perdido una amistad tan bonita como la suya, y que me hubiera gustado que hicieran algo por recuperarla.
No esperaba eso, pero tampoco esperaba nada más, así que me limité a quedarme ahí sentada claramente demasiado incómoda.
—¿Y qué esperabas que hiciéramos? —preguntó Christina— Tú no querías ni hablarnos.
ESTÁS LEYENDO
Cuatro Paredes
Ficțiune generalăTodos quieren una vida perfecta: un par de amigos verdaderos, sonrisas infinitas, aventuras sin propósitos, y alguien a quien amar... y cuando tienes todo eso, ¿te molestas en pedir que sea real? La siguiente es una obra de ficción basada en la vida...