diez.

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[POV Ana]

Pasé la noche en el hospital y los días previos con Miriam hasta que le dieron el alta, Alfred y yo hacíamos turnos para descansar, ir a comprar comida o para irnos a nuestras respectivas casas a asearnos.

El día que le dieron el alta a Miriam el doctor nos comentó que tenía un principio de depresión, cosa que algo en mi se rompió al escucharlo, Alfred y yo nos hacíamos una idea, pero no quería escucharlo por el hecho de que no quería aceptar que eso fuera real.

Le mandaron antidepresivos y nos pidió que estuviéramos pendiente de ella, que ella notase que para nosotros era importante. También nos pasó el número de una psicóloga para que Miriam empezase a ir con ella.

Mientras que todo esto pasaba, ella se mantenía callada a nuestro lado, no había ninguna expresión en su rostro que reflejase como se sentía en ese momento. Al finalizar la charla con el doctor salimos del hospital y Alfred nos llevó a casa.

Al bajar del coche y llegar a la puerta principal noté que Miriam estaba algo nerviosa. Pasé la yema de mis dedos por la palma de su mano y finalmente la agarré, ella me miró algo asustada y yo le miré con una pequeña sonrisa intentando tranquilizarla.

— Bueno, allá vamos... – Susurró Alfred.

Abrió la puerta con su duplicado de llaves, Miriam y yo entramos a la vez mientras que seguíamos cogidas de la mano. Ella miraba a su alrededor, ella temblaba.

Noté como sus ojos se humedecían y me agarraba con más firmeza mi mano. Anduvo un poco más por el salón.

— Hay que... – Empezó a decir. – Hay que empezar a guardar las cosas de Amaia. – Dijo con la voz rota. Yo le asentí. Miré a Alfred y él parecía estar también de acuerdo con lo que había propuesto Miriam.

— ¿Quieres subir arriba? – Le pregunté lo más dulce que pude a Miriam. Ella me miró dudosa y con algo de miedo pero finalmente asintió.

Al subir del todo las escaleras llegamos a lo que quedaba de la puerta de la habitación de Miriam.
Y digo "quedaba" por que la eché abajo y estaba algo destrozada por mis golpes.

— Habrá que cambiar la puerta, ¿No? – Dijo Miriam intentando sonar divertida.

[POV Miriam]

Después de lo que había dicho le solté la mano a Ana mientras que junto con Alfred se quedaron en la entrada de mi habitación, que ya no tenía puerta, para darme espacio.

Vi los botes de pastillas tirados por la cama y vi el espejo. Me senté en la cama y no pude evitar que las lágrimas cayeran por mis mejillas.

Ana se acercó, se sentó a mi lado y me abrazó.

— No estas sola. Estamos juntos, no te dejaremos, lo prometo. – Me dijo al oído mientras me abrazaba.

Alfred se acercó, se sentó a mi derecha y también me abrazó.

— t' estime molt, Miriam. – Dijo con su acento catalán.

Después de estar un rato ahí bajamos a limpiar el caos que hizo Ana para intentar entrar en la casa. Yo barría los cristales mientras que Ana y Alfred me ponían otra puerta de cristal.

A los cinco minutos oímos el timbre y fui yo a abrir.

Al otro lado de la puerta se encontraban el chico rubio amable y el hermano odioso de Ana.

— ¡Hola! – Dijo el rubio alegremente. – Venimos a ayudaros.

— ¿Podemos pasar? – Dijo ahora el moreno mirándome esperanzado. La verdad es que no parecía tan mal chico.

Yo me hice a un lado y les dejé entrar.
El rubio fue directo a Ana y a Alfred a saludarles y presentarse.
Ana miró con simpatía al chico y le echó una mirada pícara a su hermano pequeño. Alfred era el único que no sabía de verdad quienes eran ellos dos.

— ¿Puedo hablar contigo un momento? – Me preguntó el moreno.

— Claro, ven a la cocina. – El me seguía hacia la cocina y noté la mirada de Ana puesta en ambos mientras nos íbamos solos.

Al llegar a la cocina él empezó a hablar tímidamente.

— Quería disculparme por lo cruel que he sido contigo, no eres una mala persona y no pienso que estés loca. – Yo asentí y siguió hablando. – Me dejé influenciar por la opinión que la gente tenía de ti y mi familia y yo no hemos sido muy buenos, que digamos, contigo al ser tus vecinos...

— No toda tu familia, Ana fue la única que quiso conocerme de verdad y la que me ha ayudado. – El me miró triste.

— De verdad, que lo siento mucho... ¿Puedes perdonarme?

Notaba como el empezaba a llorar y me empezaba a dar mucha pena.

— Ay pero niño, no llores... – Le abracé. Me salió solo. – Tranquilo, yo te perdono, a ti y a tus padres, ¿Está bien? – El asentía mientras que seguíamos abrazados. – Bueno, ¿Será mejor que volvamos con tu novio, no?

Se puso rojo como un tomate mientras que con una risita nerviosa dijo.

— ¿Raoul? No, el no es... No es mi novio.

— Pero a que querrías que lo fuese, ¿Eh? – Dije con una sonrisa.

— ¿Y a que tu querrías que Ana fuese tu novia? – Uy, golpe bajo.

— Mira, pues no te lo voy a negar. – Le guiñé el ojo mientras que volvió a reírse. – Pero ahora me es difícil, si en un futuro pasa, pues pasará, pero no ahora.

No se como pude ser así de sincera con un chico de unos dieciocho años.

— Eres buena gente y creo...Creo que empezamos con mal pié. – Reconoció, puso su mano estirada delante mío. – Mi nombre es Agoney y soy el hermano pequeño de Ana y soy tu vecino.

Le estreché la mano.

— Pues yo soy tu vecina y amiga Miriam, la que está interesada en tu hermana. – Los dos nos reímos.

— Creo sinceramente que a ella también le interesas. – Soltó.

— Anda, vamos mocoso. – Dije revolviéndole el pelo.

Al llegar al salón Alfred miraba con orgullo lo bien que había puesto la puerta acristalada y Raoul estaba haciendo los sofás. Agoney se acercó a el para ayudarle.

Ana me miró interrogante y y simplemente le guiñé el ojo.

the reason [wariam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora